El grito de Laura resonó en el callejón, un eco exacto del día que destruyó mi vida.
Mi cuerpo se tensó por instinto, listo para correr, para intervenir.
Pero mi mente, ahora afilada por el dolor y la traición, se mantuvo fría como el hielo.
Me quedé quieto, observando la escena desde la distancia, como si viera una película que ya conocía de memoria.
Ahí estaba Alejandro, con su sonrisa arrogante, acorralando a Laura contra la pared de ladrillos.
Y ahí estaba ella, la futura actriz, con el pánico perfectamente ensayado en su rostro.
Una farsa.
Todo era una maldita farsa.
El recuerdo de mi primera vida inundó mi cabeza con la fuerza de un tsunami.
La cara de decepción del Entrenador Vargas.
Los titulares de los periódicos llamándome agresor.
Mi beca, mi sueño, hecho polvo.
Y la imagen más dolorosa de todas: el rostro cansado de mi padre, sus ojos llenos de una determinación inquebrantable mientras salía por la puerta para nunca más volver.
Su sacrificio.
Todo porque yo quise ser el héroe.
Todo porque creí en las lágrimas de una víbora y en la supuesta debilidad de un tiburón.
Sentí un nudo de rabia y arrepentimiento en la garganta.
Qué estúpido fui.
Qué ciego.
"¡Por favor, que alguien me ayude!"
El grito de Laura volvió a sonar, más desesperado esta vez, diseñado para atraer a algún idiota bienintencionado.
En mi vida anterior, ese idiota fui yo.
Esta vez, no.
Apreté los puños con tanta fuerza que las uñas se clavaron en mis palmas.
Di media vuelta.
Cada paso que daba alejándome de ese callejón se sentía como una victoria.
No era cobardía. Era estrategia.
Mi "heroísmo" no salvó a nadie. Solo me destruyó a mí y a la persona que más amaba en el mundo.
Mi acto de bondad fue el arma que ellos usaron para ejecutarme.
Ahora lo entendía. Para luchar contra monstruos, no puedes jugar con las reglas de los santos.
Tenía que ser más astuto, más frío, más calculador.
Tenía que pensar como ellos.
Mientras caminaba, la imagen de mis verdugos se grabó a fuego en mi mente.
Laura Pérez, la maestra del engaño, capaz de vender su alma por un poco de fama.
Y Alejandro Morales, el niño rico que creía que el mundo era su patio de recreo, dispuesto a aplastar a cualquiera que se interpusiera en su camino.
Ellos eran mis objetivos.
Ya no se trataba de limpiar mi nombre.
Ya no se trataba solo de justicia.
Se trataba de venganza.
Una venganza fría, metódica y absoluta.
Haría que pagaran. Por mi futuro robado, por mi honor manchado.
Y sobre todo, por la vida de mi padre.
Esta vez, El Fénix no solo iba a renacer.
Iba a quemarlo todo.