Lo último que vi fue el rostro de Ricardo, mi jefe, sonriendo con suficiencia mientras me arrancaba el tanque de oxígeno. El golpe de su bastón de trekking en mi cabeza todavía resonaba como un eco sordo, un dolor profundo que me había dejado aturdida y desorientada. Y Carolina... mi hermana. Su grito furioso, "¡Pues me voy!" , antes de desaparecer en la ventisca, no había sido un acto de rebeldía, sino el inicio de la trampa final.
Me dejaron para morir. Traicionada por mi jefe y por mi propia hermana. El mundo se desvaneció en una oscuridad blanca y helada.
Abrí los ojos de golpe.
Un sudor frío me recorría la espalda, pero no era el frío de la montaña. Era el calor de mi habitación, la suavidad de mis sábanas. La luz del sol se filtraba por la persiana, dibujando rayas doradas en la pared. Estaba en mi cama. En mi departamento de la Ciudad de México.
Mi corazón latía con una fuerza descontrolada, un tambor salvaje en mi pecho. Me senté bruscamente, el movimiento repentino me provocó un mareo. Miré mis manos. Estaban pálidas, pero no moradas por la congelación. No había nieve, no había viento, no había dolor.
¿Fue un sueño? Una pesadilla increíblemente vívida.
Mi celular vibraba en la mesita de noche. Lo tomé con mano temblorosa. La pantalla se iluminó.
Viernes, 10 de noviembre.
Mi respiración se detuvo. Imposible. La excursión al Popocatépetl era el sábado. El día que morí fue el domingo, durante el descenso.
Había vuelto. Había vuelto un día antes de que todo comenzara.
Un escalofrío, esta vez no de frío sino de puro terror y una extraña euforia, me recorrió por completo. No fue un sueño. Fue real. Y ahora, tenía una segunda oportunidad.
La puerta de mi habitación se abrió de repente, sin tocar.
"¡Sofía, hermanita! ¡Despierta, dormilona!"
Carolina entró con una energía que llenó la habitación. Llevaba puesta una de mis camisetas viejas y unos shorts, su cabello castaño estaba recogido en una coleta desordenada. Tenía diecinueve años, pero a veces actuaba como si tuviera doce.
En su mano sostenía un folleto de colores brillantes. Lo agitaba frente a mi cara con una sonrisa radiante.
"¡Mira, mira lo que consiguió Ricardo para nosotros! ¡Una excursión de montañismo al Popo! ¡Este fin de semana! ¿No es increíble?"
Sentí que el aire se me escapaba de los pulmones. Era ella. La misma sonrisa inocente, la misma emoción infantil. La misma hermana que me había llevado a la muerte.
La miré fijamente, estudiando su rostro, buscando cualquier señal de la traidora que yo sabía que era. Pero no había nada. Solo una emoción pura y caprichosa. Mi corazón, que hace un momento latía con terror, ahora se sentía pesado, una piedra fría en mi pecho.
"No" , dije, y mi voz sonó más áspera de lo que pretendía.
Carolina parpadeó, su sonrisa vaciló un poco.
"¿Cómo que no? Sofi, ¡es el Popocatépetl! ¡Siempre he querido escalarlo! ¡Será una aventura!"
Me levanté de la cama, envolviéndome en la bata que colgaba en la puerta. Necesitaba poner algo de distancia entre nosotras.
"Carolina, es extremadamente peligroso. No estamos preparadas para algo así. Se necesita equipo especial, aclimatación... No es un paseo por el parque."
Intenté que mi voz sonara razonable, como la hermana mayor responsable que siempre había sido para ella. Pero por dentro, estaba gritando. ¡Es una trampa! ¡Nos quiere matar!
"¡Ay, no seas aguafiestas!" , se quejó, haciendo un puchero. "Ricardo dijo que no hay problema. Él se encarga de todo, del equipo, de los guías. Dijo que es una experiencia de 'team building' extrema. ¡Todos en la oficina van a ir!"
Ricardo. Siempre Ricardo. El jefe carismático y entusiasta de las actividades al aire libre. El hombre que me sonreía en las juntas mientras planeaba cómo asesinarme.
"No me importa lo que diga Ricardo" , repliqué, mi voz más firme esta vez. "La respuesta es no. Es peligroso y no vamos a ir."
La frustración comenzaba a teñir el rostro de Carolina. Era la misma expresión que había puesto en la otra vida, justo antes de que yo cediera.
"¡No es justo! ¡Siempre eres así! ¡Todo te da miedo! Ricardo dice que la gente que no se arriesga nunca logra nada. ¡Por eso tú sigues en el mismo puesto aburrido!"
Sus palabras eran un eco exacto. Las había usado como un arma entonces, y las usaba ahora. Solo que esta vez, yo sabía el veneno que escondían.
Mientras hablaba, algo captó mi atención. Alrededor de su cuello.
Era un collar de plata delicado. Un pequeño zorro con ojos diminutos de rubí.
En la otra vida, no lo había notado hasta que ya estábamos en la montaña. Ricardo se lo había regalado, un "amuleto de la suerte". Un símbolo de su pacto. Verlo ahora, un día antes, era la confirmación final y absoluta. Todo era real. Su traición no era un impulso del momento, había sido planeada.
Mi decisión, que ya era firme, se convirtió en acero.
"Carolina" , dije, mirándola directamente a los ojos, sin dejar que viera el torbellino de dolor y rabia que sentía. "Escúchame bien. No. Vas. A. Ir. Y yo tampoco. Este tema está cerrado."
Me di la vuelta y caminé hacia el baño, cerrando la puerta detrás de mí. Apoyé las manos en el lavabo, miré mi propio reflejo en el espejo. Estaba pálida, con ojeras oscuras bajo los ojos. Parecía una fantasma.
Y en cierto modo, lo era. Una fantasma con una misión: sobrevivir. Y esta vez, no habría piedad.
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