Destino Roto: Una Segunda Oportunidad
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Capítulo 2

"¡Te odio!"

El grito de Carolina resonó al otro lado de la puerta del baño, seguido por el sonido de algo golpeando la madera con fuerza.

"¡Siempre arruinas todo! ¡No eres mi dueña!"

Me quedé inmóvil, escuchando su rabieta. Cada palabra era un recordatorio de mi estupidez en la vida pasada. Había confundido su capricho con inocencia, su manipulación con inmadurez. Me había sentido culpable por ser "demasiado protectora".

Abrí la puerta. Carolina estaba de pie en medio de mi habitación, con los puños apretados y la cara roja de furia. El folleto de la excursión estaba arrugado en el suelo.

"No soy tu dueña, Carolina" , dije con una calma que no sentía. "Soy tu hermana. Y desde que papá y mamá murieron, soy la única familia que tienes. Mi trabajo es protegerte."

Mencioné a nuestros padres a propósito. Siempre había sido su punto débil, el mío también. El accidente de coche que nos dejó huérfanas había forjado un vínculo entre nosotras que yo creía inquebrantable. Qué ilusa.

"¡No necesito que me protejas!" , gritó. "¡Necesito que me dejes vivir mi vida! ¡Tengo diecinueve años, no soy una niña!"

"Actúas como una" , respondí fríamente. "Te dejas deslumbrar por un tipo como Ricardo, que solo te usa para sus propios fines."

"¡Ricardo es increíble! ¡Él sí me entiende! ¡No como tú, que solo quieres tenerme encerrada!"

Sin decir una palabra más, agarró su celular de la cama, me lanzó una mirada llena de veneno y salió de mi habitación, dando un portazo que hizo vibrar las paredes.

Me quedé sola en el silencio, un silencio pesado y lleno de malos presagios. Sabía a dónde iba. Iba a llamar a Ricardo. Iba a quejarse de su malvada hermana mayor. Y juntos, ajustarían el plan.

Un par de horas después, mi celular sonó. Era un mensaje de Mónica, una de mis compañeras de trabajo.

"Oye Sofi, ¿qué onda con tu hermana? Está aquí en la oficina, en la sala de juntas con Ricardo. Se ve súper emocionada por lo del Popo. ¿Ustedes sí van, verdad? ¡Anímate!"

Mi corazón se hundió. Ya estaba allí. Ya estaba con él. El plan seguía en marcha, con o sin mi consentimiento inicial. Si yo no iba, encontrarían otra manera. Tenía que intervenir, pero de forma diferente.

Salí de mi apartamento a toda prisa. La oficina no estaba lejos. Mientras conducía, la ansiedad me carcomía. ¿Qué hacía? ¿Entraba gritando y la sacaba a rastras? Eso solo me haría ver como la loca sobreprotectora que Carolina decía que era.

Cuando llegué al edificio de oficinas, subí por el elevador sintiendo las miradas de todos. Las noticias sobre la "excursión de fin de semana" se habían extendido como la pólvora.

La encontré en la cafetería de la oficina, riendo con Ricardo y otros dos compañeros, David y Laura. Ricardo tenía su brazo casualmente apoyado en el respaldo de la silla de Carolina. Estaban mirando algo en su laptop, probablemente fotos del volcán.

Me acerqué a la mesa. La risa se detuvo en seco.

"Carolina" , dije, tratando de mantener la voz firme. "Tenemos que irnos."

Carolina me miró con fastidio. "¿Qué haces aquí? Estoy ocupada."

Ricardo se levantó, su sonrisa era una máscara de amabilidad. "¡Sofía! Qué bueno que vienes. Justo le mostraba a Caro unas fotos de la ruta. Es espectacular. Deberías reconsiderarlo."

"No hay nada que reconsiderar. Carolina, vámonos. Ahora."

Intenté tomarla del brazo, pero ella se apartó bruscamente.

"¡Suéltame! ¡Me estás avergonzando!"

Su voz se elevó, atrayendo la atención de todos en la cafetería. Mi cara ardía.

"¿Yo te avergüenzo?" , dijo Carolina, poniéndose de pie. Su voz ahora era un siseo venenoso. "¿Sabes lo que es vergonzoso? ¡Tener que usar tu ropa vieja porque no quieres darme dinero para comprarme algo decente! ¡Tener que pedirte permiso para todo como si fuera una prisionera! ¡Tú no eres mi madre!"

El golpe fue bajo y certero. Sabía exactamente dónde dolía. La mención de nuestra situación económica, el recuerdo constante de que yo había tenido que dejar la universidad para trabajar y mantenernos a flote después de la muerte de nuestros padres.

En medio de su arrebato, su brazo se movió bruscamente y golpeó su taza de café. La taza, un regalo que le había hecho en su último cumpleaños con una foto de ambas, cayó al suelo y se hizo añicos. El líquido oscuro se esparció por las baldosas blancas, manchando los pedazos rotos de nuestra imagen sonriente.

El sonido del objeto rompiéndose fue como un disparo en la habitación silenciosa.

Todos nos miraban. Ricardo observaba la escena con un interés apenas disimulado, una chispa de triunfo en sus ojos. Lo estaba logrando. Me estaba aislando, pintándome como la villana.

Me quedé paralizada, mirando los pedazos rotos en el suelo. Un símbolo perfecto de lo que quedaba de nuestra relación.

Me sentí completamente impotente. La historia se estaba repitiendo, y yo, a pesar de saber el final, parecía incapaz de cambiar el guion. El sentimiento de desesperación era tan abrumador como el frío de la montaña. Estaba atrapada en un bucle, y el final era mi muerte.

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