La noticia, aunque esperada, cayó sobre mí como una losa de cemento. Permanente. Para siempre. Ciego y paralítico. El mariachi que vivía de su voz y de su presencia en el escenario, ahora era un bulto inútil en una cama. Me mordí el labio para no gritar. No les daría esa satisfacción.
Unos días después, cuando ya estaba un poco más fuerte, ella apareció.
Doña Elena entró en la habitación como si fuera la dueña del hospital. Vestía un traje sastre impecable y sus joyas brillaban discretamente. Su rostro mostraba una preocupación perfectamente actuada.
"Hijo, por fin te encuentro" , dijo, acercándose a la cama. "Estaba tan preocupada. Ese lugar donde te tenían... era horrible. Hice que te trasladaran aquí de inmediato" .
Mentiras. Sabía que mis amigos me habían rescatado, no ella. Pero decidí seguirle el juego.
"Gracias... madre" , dije, y la palabra se sintió como veneno en mi boca.
Ella sonrió, satisfecha. Creyó que todavía me tenía en la palma de su mano.
"No tienes nada que agradecer. A pesar de todo, sigues siendo mi hijo" .
Justo en ese momento, la puerta se abrió de nuevo. Era Sofía. Llevaba un vestido sencillo, sin maquillaje, y sus ojos estaban rojos e hinchados. Se acercó a la cama, temblando.
"Armando..." , susurró, y las lágrimas comenzaron a rodar por sus mejillas. "Perdóname. Yo... yo no quería que esto pasara. Doña Elena me obligó, me amenazó... Dijo que si no te dejaba, le haría daño a mi familia" .
Su actuación era casi tan buena como la de Doña Elena. Lástima que yo ya había escuchado la verdad en aquel callejón. La observé llorar, sintiendo una mezcla de asco y lástima. Era débil, ambiciosa y cobarde.
"Por favor, Armando, di algo. Sé que me odias, y tienes toda la razón. Pero tienes que creerme, yo te amaba" .
Decidí que era el momento de empezar mi propio juego. Tenía que cortar todos los lazos que me ataban a ellos para poder moverme libremente.
Respiré hondo y puse mi mejor voz de hombre derrotado.
"Sofía... no llores" , dije suavemente. "Entiendo. No tienes la culpa. Una mujer como tú merece a alguien completo, no a... esto" . Hice un gesto hacia mis piernas inertes. "Lo nuestro se acabó. Eres libre. Cásate con Ricardo. Sean felices" .
El silencio en la habitación fue total. Se quedaron heladas, tanto Sofía como Doña Elena. No esperaban esa reacción. Esperaban gritos, reproches, un drama. Mi calma las descolocó por completo.
Sofía sollozó más fuerte, probablemente de alivio. "Gracias, Armando. Eres un buen hombre" .
Doña Elena carraspeó, recuperando la compostura. "Es lo mejor para todos" , sentenció. Luego, como quien no quiere la cosa, añadió: "Por cierto, hijo, sobre tu padre... Don Carlos... su estado ha empeorado mucho. Los médicos dicen que su demencia es muy agresiva. Tuvimos que trasladarlo a una clínica especializada en el extranjero, un lugar muy discreto. Es por su bien" .
Otra mentira. Y esta era crucial. Querían asegurarse de que no intentara buscarlo, de que creyera que estaba loco y lejos. La mención de mi padre biológico, el hombre al que me habían enseñado a despreciar, encendió una nueva llama en mi interior. Tenía que encontrarlo. Él era la otra víctima en toda esta historia.
Cuando por fin se fueron, dejándome en un silencio bendito, me moví con dificultad. Durante los últimos días, me había ganado la confianza de una joven enfermera, una muchacha de barrio que conocía a mi mariachi. Le había contado una versión suavizada de mi historia, y ella me creyó.
Con su ayuda, logré alcanzar el teléfono que había escondido debajo de la almohada. Era un teléfono prepagado, imposible de rastrear, que me consiguió El Chato. Marqué su número.
"¿Bueno?" , contestó la voz ronca de mi amigo.
"Chato, soy yo, Armando" .
"¡Patrón! ¿Cómo estás? ¿Esas viejas brujas te molestaron?"
"Estoy bien. Escúchame con atención. Necesito que hagas algo por mí. Es sobre mi padre, Don Carlos Robles" .
"Pero, patrón, si Doña Elena siempre dijo que..."
"Todo es mentira, Chato. Todo. Necesito que lo encuentres. Ella dijo que está en una clínica psiquiátrica. No creo que esté en el extranjero. Búscalo aquí, en México. Busca en los lugares más discretos, los más clandestinos. Pedro, el antiguo capataz, debe estar metido en esto. Síguelo a él. Con mucho cuidado. Nuestras vidas dependen de esto" .
Hubo un silencio al otro lado de la línea. Luego, la voz firme y leal del Chato resonó: "No te preocupes, patrón. Lo encontraremos. Te lo juro por esta" . Y sabía que se refería a su guitarra. Mis amigos, mis verdaderos hermanos, estaban conmigo. La partida apenas comenzaba.