El reencuentro con mis amigos fue como un bálsamo en el alma.
El Chato, El Güero, y El Pancho entraron a mi cuarto de hospital una noche, disfrazados de personal de limpieza. Cuando se quitaron los gorros y los cubrebocas, la sonrisa que se dibujó en mi cara fue la primera sincera en mucho tiempo.
"¡Patrón! ¡Nos tenías con el Jesús en la boca!" , dijo El Pancho, el de la vihuela, dándome un abrazo cuidadoso.
"Te ves de la fregada, compadre" , soltó El Güero, el del violín, siempre tan directo, "pero con vida, que es lo que importa" .
El Chato, mi compadre del guitarrón, se sentó a mi lado. "Aquí estamos, Armando. Para lo que sea. No estás solo" .
Les conté todo. La verdad sobre mi nacimiento, la traición de Doña Elena y Sofía, la mentira sobre mi padre. Sus caras pasaron de la sorpresa a la incredulidad, y finalmente a una furia contenida. Eran hombres de barrio, leales hasta la médula. Una traición así era lo más bajo que podía existir.
"Esa vieja es un demonio" , masculló El Chato. "Y Ricardo, un poco hombre. Siempre le tuviste envidia, se le notaba a leguas" .
"No perdamos tiempo" , dije, mi voz firme. "Chato, ¿pudiste averiguar algo?"
El Chato sacó un papel arrugado del bolsillo. "Seguí al tal Pedro, como dijiste. El tipo es escurridizo, pero cometió un error. Va cada dos días a una clínica en las afueras de la ciudad. Se llama 'Clínica del Reposo Sereno' . El nombre es una burla, patrón. El lugar parece más una cárcel que un hospital. No hay registros oficiales, todo es por debajo del agua. Tu padre tiene que estar ahí" .
Mi corazón dio un vuelco. Estaba cerca. "Tenemos que sacarlo de ahí" .
"Ya estamos en eso" , dijo El Güero. "Conseguimos unos planos del lugar. La seguridad es dura, pero no imposible. Necesitamos una distracción" .
Y yo sabía cuál sería la distracción perfecta.
La gala anual de beneficencia de las Empresas Robles era el evento social del año. Doña Elena la usaba para lavar su imagen y codearse con la élite del país. Este año, Ricardo sería presentado como el nuevo vicepresidente y heredero universal. Era el escenario perfecto para mi aparición.
Con la ayuda de mis amigos, que me sacaron del hospital esa misma noche y me llevaron a una casa de seguridad, preparamos todo. Me consiguieron una silla de ruedas y un traje elegante. El plan era arriesgado, pero era el único que tenía.
La noche de la gala, entré al salón del brazo del Chato, quien se hizo pasar por mi asistente. El murmullo de la gente cesó de golpe. Todas las miradas se clavaron en mí. En el hombre que daban por acabado, apareciendo en el corazón de su imperio. Vi el pánico en los ojos de Doña Elena, la furia impotente en los de Ricardo y la culpa en los de Sofía, que estaba colgada de su brazo como un trofeo.
Ricardo fue el primero en reaccionar. Se acercó a mí, su cara una máscara de odio.
"¿Qué demonios haces aquí, maldito tullido?" , siseó, lo suficientemente bajo para que solo yo lo escuchara. "¿Quién te dejó entrar?"
"Todavía llevo el apellido Robles, ¿recuerdas?" , respondí con una calma que lo desquició. "O al menos, el que tu madre me dio" .
"Lárgate de aquí ahora mismo o juro que te mato esta vez" , amenazó, su mano apretando mi hombro con fuerza.
Fue entonces cuando Doña Elena se acercó, su sonrisa forzada no lograba ocultar el pánico en sus ojos.
"Armando, hijo, qué sorpresa" , dijo en voz alta para que todos la oyeran. "Pero este no es un lugar para ti en tu... condición. La gente te está mirando. Estás incomodando a nuestros invitados" .
"No se preocupe, madre" , dije, marcando la palabra con ironía. "No vine a quedarme. Solo vine a entregarle un regalo a mi... hermano" .
Ricardo me miró con desconfianza. "¿Qué regalo? No quiero nada de ti" .
"Oh, estoy seguro de que este te va a encantar" , dije, y con un movimiento rápido, saqué de mi bolsillo un pequeño reproductor de audio y lo lancé hacia la mesa de sonido principal, donde El Güero, disfrazado de mesero, ya estaba esperando.
Ricardo, en un ataque de pánico, se abalanzó sobre mí. Me golpeó en la cara, tirándome de la silla de ruedas al suelo. La gente gritó. El caos estalló. Pero era tarde. Mientras los guardias de seguridad se acercaban para sacarme a rastras, vi cómo El Güero conectaba el dispositivo. La distracción había funcionado. Ahora todo dependía de que El Pancho y los demás tuvieran tiempo suficiente para entrar a esa clínica infernal y rescatar a mi padre. Mientras me arrastraban por el suelo de mármol, una sonrisa se dibujó en mi rostro ensangrentado. El primer movimiento era mío.