Con mi conocimiento del futuro, sabía exactamente dónde y cuándo aparecerían tesoros naturales y artefactos que en mi vida anterior se habían perdido. Mientras Quetzal estaba ocupado masacrando una aldea al norte, yo estaba en una cueva al sur, desenterrando un Corazón de Obsidiana, una piedra que amplificaba enormemente la energía espiritual. Mientras él destruía un templo sagrado en el este, yo estaba en un cenote oculto en el oeste, recolectando las Flores de Luna, que podían curar heridas casi mortales.
Acumulé poder y recursos a un ritmo vertiginoso.
El Anciano Sabio, por su parte, hizo exactamente lo que le pedí. Convocó a un consejo de emergencia con los capitanes de los Guerreros Águila y Jaguar y los ancianos de las familias más importantes. No les contó sobre mi renacimiento, eso sería demasiado difícil de creer. En cambio, les mostró la Piedra de Memoria.
La reacción fue explosiva. La incredulidad se convirtió en ira, y la ira en una sed de venganza.
-¡Debemos matar a ese traidor! -rugió Ikal, el capitán de los Guerreros Jaguar.
-¡Profanó el Corazón de Maíz! ¡Ha condenado a nuestra gente! -gritó la matriarca de la familia Ixchel.
Pero el Anciano Sabio, con la calma que le daba mi advertencia y los recursos que le había proporcionado, los tranquilizó.
-Calma. Actuar precipitadamente solo nos llevará a la ruina. Quetzal es poderoso, y la entidad que lo manipula es antigua y astuta. Si lo atacamos ahora, nos destruirá y se hará la víctima.
-¿Entonces qué propones, Tlamatini? ¿Que nos quedemos de brazos cruzados mientras él nos mata uno por uno? -preguntó Citlali, la capitana de los Guerreros Águila.
-No. Propongo que nos preparemos. Convocaremos a nuestros mejores guerreros jóvenes que están entrenando en los templos lejanos. Les daremos los mejores recursos, los entrenaremos en secreto. Nos haremos más fuertes en las sombras, mientras él se debilita exhibiendo su poder.
El plan fue aceptado. Una resistencia silenciosa comenzó a formarse. El pueblo sufría en la superficie, pero bajo tierra, sus protectores se estaban preparando para la guerra.
El Anciano Sabio, usando las hierbas que le di, entró en un retiro de meditación profunda para romper sus propios límites y alcanzar un nuevo nivel de poder.
Yo también encontré un lugar para mí. Una pequeña cámara secreta detrás de la cascada del río Atoyac, un lugar que Quetzal, en su arrogancia, nunca consideraría digno de su atención. Allí, rodeada de los tesoros que había reunido, comencé mi propio cultivo intensivo.
Días y noches se mezclaron en un torbellino de meditación y entrenamiento. Podía sentir mi nahualli expandiéndose, volviéndose más denso, más potente.
Un día, mientras estaba al borde de un gran avance, sentí una tremenda oleada de energía proveniente del templo principal. Salí de mi escondite y miré en esa dirección. Una columna de luz dorada se disparó hacia el cielo.
Sonreí.
Era el Anciano Sabio. Lo había logrado. Había alcanzado el siguiente nivel. En mi vida anterior, había muerto antes de poder hacerlo.
Pero mientras observaba la luz, también sentí otra presencia. Poderosa. Familiar.
Desde la cima de la pirámide del sol, vi a Ikal, el capitán de los Guerreros Jaguar. Él también estaba observando la luz dorada, pero en sus ojos no había alegría, sino una extraña mezcla de envidia y determinación. Recordé que en mi vida pasada, Ikal había sido uno de los primeros en caer en la masacre de Quetzal, luchando valientemente pero superado en poder.
Pero ahora, al verlo, sentí algo diferente en él. Una fuerza que no tenía antes. Él también había estado entrenando duro.
Un pensamiento cruzó mi mente. Tal vez, solo tal vez, no era la única a la que el destino le había dado una segunda oportunidad.
Esta vez, las cosas serían muy diferentes.