Mi Bebé, Mi Revancha
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Capítulo 1

La última imagen que Isabel Vargas vio fue la de la lluvia helada golpeando el parabrisas roto de su auto, mezclándose con la sangre que le escurría por la frente.

En la acera de enfrente, bajo el elegante toldo de una cafetería de lujo, estaba Sofía Romero.

Sofía, la hija de la cocinera de su casa, la que creció a su lado como una sombra, ahora sostenía la mano de su esposo, Linus.

Y en sus brazos, arrullaba a un bebé sano y sonriente, su bebé.

El bebé que le habían arrebatado.

Isabel recordó con una claridad espantosa el trato que Sofía le había confesado entre risas crueles.

La primera gallina mágica, obtenida de una bruja en un mercado olvidado, para cambiar a su propio hijo, nacido con una deformidad, por el bebé perfecto de Isabel.

La segunda gallina, para robarle su identidad, para convertirse en la verdadera heredera de la fortuna Vargas, mientras Isabel era despojada de todo, acusada de infidelidad y locura.

La tercera gallina, el golpe final, para quedarse con Linus, el magnate tequilero, el hombre que ella amaba.

La arrojaron a la calle, sin un centavo, sin nombre, sin hijo. Y ahora, la muerte la reclamaba en un accidente absurdo y trágico.

El resentimiento era tan profundo, tan amargo, que quemaba más que sus heridas.

Si tan solo tuviera otra oportunidad...

Y entonces, abrió los ojos.

La luz del sol se filtraba suavemente a través de las cortinas de seda de su habitación. El aire olía a flores frescas y a la loción de bebé que tanto le gustaba.

Estaba en su cama, en la mansión Vargas, la misma de la que fue expulsada. Sentía el ligero malestar de la cuarentena posparto.

Su bebé.

Estaba aquí. Había vuelto.

Había renacido en el momento exacto, justo después de dar a luz, justo antes de que Sofía comenzara su macabro plan.

La puerta se abrió con un suave crujido.

Era Sofía, con su uniforme de empleada impecable, pero con una sonrisa que a Isabel ahora le parecía la de una víbora. Llevaba una bandeja en las manos.

"Señorita Isabel, qué bueno que despertó."

Su voz era melosa, falsamente preocupada.

"Mi mamá le preparó un caldo de pollo especial, para que recupere fuerzas. Dice que es una receta de la abuela, muy buena para las mujeres en cuarentena."

Isabel la miró fijamente. El caldo de pollo.

Recordó las palabras de Sofía en su vida pasada, jactándose de cómo empezó todo.

"Ese caldito llevaba una hierba especial, Isabel. Una hierba que me dio la curandera. No te hacía daño, no, solo preparaba el camino. Hacía que el intercambio fuera más fácil, que tu alma se debilitara para no poder proteger a tu hijo."

La rabia, fría y afilada, se asentó en el fondo de su estómago. Pero en su rostro solo había una sonrisa débil y cansada.

"Gracias, Sofía. Te ves cansada. Déjalo en la mesita, por favor."

Sofía obedeció, sus ojos recorriendo la lujosa habitación con una envidia mal disimulada. Una envidia que Isabel nunca había notado, o que había elegido ignorar por compasión.

Qué ingenua había sido. Creía que eran como hermanas. Le había regalado vestidos, pagado sus estudios, la había tratado como a una igual.

Y todo ese tiempo, Sofía solo veía lo que no tenía, y planeaba cómo arrebatárselo.

"Descanse, señorita. Si necesita algo, solo llámeme," dijo Sofía antes de salir, cerrando la puerta con cuidado.

Isabel se quedó sola con el tazón humeante. El olor que antes le habría parecido reconfortante, ahora le revolvía el estómago.

Se levantó con cuidado de la cama, el cuerpo aún adolorido por el parto. Tomó el tazón de caldo con mano firme.

Caminó hacia la ventana que daba al jardín trasero.

El perro del jardinero, una cruza de labrador llamada Canela, acababa de tener cachorros la semana pasada. Ahora dormitaba bajo un rosal, con sus crías apiñadas contra su vientre.

Sin dudarlo un segundo, Isabel inclinó el tazón y vertió el caldo de pollo "especial" en la tierra, junto al rosal.

El líquido oscuro se hundió en el suelo.

Isabel volvió a la cama, una sonrisa helada dibujada en sus labios.

Esta vez, Sofía, la que va a beber el caldo amargo de la traición, serás tú.

Esta vez, el juego sería bajo sus reglas.

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