"Mi mamá me mandó con este licuado de hierbas," dijo Sofía, colocando el vaso en la bandeja sobre las piernas de Isabel. "Es para purificar la sangre y asegurar que el bebé crezca fuerte y sin malas vibras."
Isabel tomó el vaso. El líquido olía a tierra mojada y a algo más, un olor dulzón y nauseabundo que reconoció de inmediato. Era el mismo olor que emanaba del amuleto que Sofía le había regalado en su vida pasada, supuestamente para la "protección" del bebé.
El amuleto que había facilitado el intercambio.
"Qué amable es tu mamá, siempre pensando en mí," dijo Isabel con una voz suave. Miró a Sofía directamente a los ojos. "Pero te noto un poco pálida, Sofía. Tú también trabajas mucho. Y con lo de tu bebé... debes estar agotada."
Sofía se tensó visiblemente. Ella también había dado a luz hacía un par de semanas a su hijo, el niño que nació con una malformación en la pierna. En esta nueva línea de tiempo, ese hecho aún no había cambiado.
"Estoy bien, señorita, no se preocupe por mí."
"Claro que me preocupo. Eres como mi hermana," dijo Isabel, y la palabra le supo a veneno en la boca. Sostuvo el vaso frente a Sofía. "Tómalo tú. Te hará más falta a ti que a mí. Mi médico me tiene con una dieta muy estricta, no puedo tomar nada que él no apruebe. Sería una lástima que se desperdiciara."
Sofía se quedó paralizada. El pánico brilló en sus ojos por un instante.
"Pero, señorita... mi mamá lo hizo especialmente para usted."
"Y yo te lo estoy dando especialmente a ti. ¿O vas a rechazar un regalo de mi parte?" La voz de Isabel se endureció ligeramente, perdiendo su dulzura.
Sofía, atrapada, no tuvo más remedio que aceptar. No podía levantar sospechas. Quizás pensó que, al ser ella la portadora de la magia, el brebaje no le afectaría. O quizás, en su arrogancia, creyó que el poder de la curandera solo funcionaba sobre el objetivo previsto.
Con una sonrisa forzada, tomó el vaso.
"Gracias, señorita. Es usted muy generosa."
Se lo bebió de un trago, aguantando una mueca de asco.
"Todo por la salud del bebé," añadió, como para reafirmar su propósito original.
Isabel simplemente asintió, observándola con una calma aterradora.
"Exacto, Sofía. Todo por la salud del bebé."
Dos días después, el caos se desató en el ala de servicio de la mansión Vargas.
Los gritos de la madre de Sofía, la cocinera, resonaron por los pasillos.
Isabel, que estaba en el jardín con su asistente personal, una mujer leal y discreta llamada Elena, escuchó el alboroto.
"¿Qué sucede, Elena?"
"No estoy segura, señora. Parece que algo pasa con el hijo de Sofía."
Poco después, la noticia corrió como la pólvora entre el personal.
El bebé de Sofía, que ya tenía una pierna deforme, había sufrido una transformación espantosa durante la noche.
Su piel, antes suave, se había vuelto áspera y rugosa, de un tono amarillento, cubierta por una fina capa de lo que parecían ser... plumas.
Pequeños cañones de plumas blancas y desordenadas le brotaban de la espalda y los brazos. Y su llanto, antes el de un bebé normal, ahora era un graznido agudo y perturbador, similar al de un pollo asustado.
La madre de Sofía estaba histérica. Sofía, por su parte, se había encerrado en su cuarto, negándose a ver a nadie, presa de un terror mudo.
Habían llamado a un médico, quien se fue pálido y confundido, balbuceando que nunca había visto algo así, que debía ser una enfermedad dermatológica extremadamente rara, quizás una reacción alérgica severa.
Pero los sirvientes, gente del pueblo, susurraban otra cosa.
Hablaba de brujería. De mal de ojo. De un castigo divino.
Isabel, sentada en una mecedora en el porche, acunando a su propio bebé sano y perfecto, escuchaba los rumores con una serenidad impasible.
El veneno que Sofía había preparado para ella había encontrado su camino de regreso a la fuente.
La primera gallina mágica aún no había sido usada para el intercambio, pero su poder corrupto, desviado por la propia mano de Sofía, ya había empezado a cobrarse su precio.
Y esto, Isabel lo sabía, era solo el principio.
---