Traición y Anillo: Cenizas del Pasado
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Capítulo 1

Sofía Morales sintió una punzada de irritación mientras sostenía el celular contra su oreja, el ruido de la fiesta del otro lado de la línea era casi ensordecedor.

"Mariana, de verdad, no creo que sea buena idea," dijo Sofía, tratando de mantener la paciencia. "Acabo de regresar a México, todavía estoy desempacando."

"¡Ay, no seas así, Sofía! Es solo un ratito," insistió su excompañera de la universidad, su voz teñida por el alcohol. "Todos quieren verte. Han pasado cinco años, mujer. Además, ¡sorpresa! Ricardo también está aquí."

El nombre la golpeó como un eco lejano, una palabra que su mente había archivado en un cajón polvoriento y cerrado con llave. Por un instante, no sintió nada, solo un vacío desconcertante.

"Justamente por eso no quiero ir, Mariana."

"No empieces con el drama de hace años. Ya supéralo. Ricardo ha cambiado mucho, es un empresario súper exitoso ahora. Anda, ven, te juro que no te arrepentirás."

Antes de que Sofía pudiera negarse de nuevo, Mariana ya había colgado.

Sofía suspiró, dejando el celular sobre la barra de la cocina. Miró a su alrededor, el apartamento temporal en la colonia Roma era elegante y moderno, pero se sentía impersonal. Lo único que lo hacía un hogar era el osito de peluche de su hija tirado en el sofá y el portarretratos en la mesita de centro con una foto de ella, su esposo Mateo y la pequeña Valentina riendo en un parque de Madrid.

Una parte de ella quería ignorar la llamada y prepararse un té, pero otra, una parte más terca y curiosa, la impulsó a enfrentarlo. Quizás era hora de cerrar ese capítulo para siempre, de demostrarse a sí misma que el pasado ya no tenía poder sobre ella.

Media hora después, Sofía entró en el lujoso bar en Polanco. La música electrónica vibraba en el suelo y el aire olía a perfume caro y tequila. Vio a Mariana agitando la mano frenéticamente desde una mesa grande en el centro, rodeada de caras vagamente familiares, todas un poco más viejas, un poco más cansadas.

Se acercó con una sonrisa forzada. Los saludos fueron ruidosos y efusivos. La gente le preguntaba dónde había estado, qué había hecho. Ella respondía con generalidades, sintiéndose como una extraña en una obra de teatro de la que ya no recordaba el guion.

Y entonces, la música se detuvo abruptamente.

Las luces del bar se atenuaron, y un solo reflector iluminó el pequeño escenario improvisado en la esquina.

Ricardo Sánchez estaba allí, de pie, con un micrófono en la mano. Se veía bien, más maduro. El traje a la medida acentuaba su figura y la sonrisa que dirigía a la multitud era la misma sonrisa encantadora y segura que recordaba. Pero cuando sus ojos se encontraron con los de ella, Sofía sintió un escalofrío. Era una mirada de posesión, de certeza.

"Buenas noches a todos," dijo Ricardo, su voz resonando en el silencio. "Gracias por venir. Hoy es una noche especial, no solo porque nos reunimos después de tanto tiempo, sino porque la mujer que he estado esperando durante cinco largos años finalmente ha vuelto."

Un murmullo recorrió la multitud. Todos los ojos se giraron hacia Sofía. Se sintió atrapada, expuesta.

Ricardo bajó del escenario y caminó directamente hacia ella. La gente se apartó para dejarle paso, como si fueran parte de una coreografía bien ensayada. Sofía se quedó quieta, una estatua de hielo en medio de la anticipación febril.

"Sofía," dijo él, su voz ahora más suave, íntima. "Sé que cometí errores. Fui un idiota, un cobarde. Pero no ha pasado un solo día en estos cinco años que no me haya arrepentido. No ha pasado un solo día en que no te haya extrañado."

Sacó una pequeña caja de terciopelo azul de su bolsillo. El murmullo se convirtió en jadeos de asombro.

Ricardo se arrodilló frente a ella.

"He esperado este momento para demostrarte que mi amor es real y que estoy listo para pasar el resto de mi vida compensándote por cada lágrima que derramaste."

Abrió la caja, revelando un anillo de diamantes tan grande que parecía vulgar. La luz del reflector lo hizo brillar, cegador.

"Sofía Morales, cásate conmigo."

El bar estalló en aplausos y vítores. "¡Di que sí! ¡Di que sí!", coreaban algunos. Mariana la miraba con lágrimas en los ojos, como si estuviera presenciando el final feliz de una película romántica.

Pero Sofía no sentía nada de eso. En su mente, la escena del bar se disolvió y fue reemplazada por otra. La ceremonia de graduación. Ella, con su toga y birrete, de pie frente al comité disciplinario. El rostro severo del rector. Las miradas de lástima y desprecio de sus compañeros.

Y Ricardo, de pie junto a otra mujer, Camila Flores, su "amiga de la infancia". Él no la miraba. Solo miraba al frente mientras Camila, con lágrimas falsas, detallaba cómo Sofía supuestamente había robado su tesis, cómo había cometido fraude académico. La palabra "expulsada" resonó en la sala, y su título, por el que había trabajado tan duro, se convirtió en cenizas.

Ese día, Ricardo no solo la había traicionado, la había aniquilado públicamente.

"Sofía, por favor, piénsalo," una voz la sacó de su trance. Era Luis Pérez, el mejor amigo de Ricardo. Se había acercado y le hablaba en un susurro urgente. "Él de verdad te ama. Usó todas las influencias de su familia para que la universidad te devolviera el título en silencio un año después. Siempre ha dicho que solo estaba esperando a que volvieras."

Sofía lo miró, y luego miró a Ricardo, que seguía arrodillado, con esa expresión de suficiencia, esperando su aceptación agradecida.

La información de Luis no le causó ninguna gratitud. Al contrario, la enfureció. ¿Creía que podía destruir su reputación, humillarla frente a todos y luego "arreglarlo" con dinero e influencias como si estuviera limpiando un desorden?

El nombre "Ricardo" finalmente cobró sentido en su cabeza, no como un amor perdido, sino como una herida cerrada, una cicatriz que ya no dolía pero que servía como un recordatorio permanente. El amor que alguna vez sintió se había extinguido esa tarde en la universidad, ahogado por la traición y la humillación. No quedaba nada. Ni siquiera rencor. Solo una indiferencia fría y absoluta.

Respiró hondo, no por nervios, sino para encontrar el tono de voz más tranquilo y firme que pudiera.

Miró a Luis primero.

"¿Amor? ¿Me estás hablando de amor?" Su voz fue apenas un murmullo, pero cortó el ruido de la multitud.

Luego, bajó la vista hacia Ricardo, que la miraba confundido por su falta de reacción.

"Ricardo," dijo ella, y el simple acto de pronunciar su nombre se sintió extraño, como hablar un idioma olvidado. "Levántate. Estás haciendo el ridículo."

Su tono no era enojado ni herido. Era algo peor. Era desinteresado. Como si estuviera hablando con un extraño molesto en la calle.

"No voy a casarme contigo," continuó, su voz clara y precisa. "Ni hoy, ni nunca."

El silencio que siguió fue absoluto, pesado y denso. La propuesta espectacular se había estrellado contra un muro de indiferencia.

            
            

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