Sofía ignoró a Luis. Ignoró las miradas y los susurros. No sentía la necesidad de dar explicaciones a esa gente que había sido testigo pasivo de su humillación años atrás y ahora esperaba ser testigo de su supuesta redención.
Su atención estaba en otra parte. Sacó su celular del bolso, un gesto casual que en ese tenso ambiente pareció un acto de agresión. La pantalla se iluminó, mostrando el fondo de pantalla: una foto de su hija Valentina, de tres años, con la cara manchada de chocolate y una sonrisa traviesa.
Un mensaje de Mateo apareció en la parte superior: "¿Todo bien, mi amor? Valentina no quiere dormirse hasta que le des su beso de buenas noches por videollamada."
Una sonrisa genuina, la primera de la noche, se dibujó en los labios de Sofía. La tensión en sus hombros se disipó. Este era su mundo ahora. Esta era su realidad. El drama que Ricardo intentaba montar a su alrededor le parecía distante, irrelevante.
Ricardo, viendo su sonrisa dirigida al teléfono, se levantó torpemente. La confusión en su rostro se transformó en una sombra de ira y desesperación.
"¿Sofía? ¿Me estás escuchando?" Se acercó a ella, agarrándola suavemente del brazo. "Deja ese teléfono. Estoy hablando contigo. Te estoy pidiendo que te cases conmigo."
El contacto de su piel la hizo estremecerse de repulsión. Apartó el brazo bruscamente.
"No me toques, Ricardo," dijo, su voz ahora con un filo de acero. Miró directamente a sus ojos. "Y ya te respondí. La respuesta es no."
"¿Por qué?" Su voz se quebró. "Sé que estabas herida. Sé que lo que pasó... fue un error terrible. Pero te he esperado. ¡Cinco años, Sofía! Pensé que... pensé que todavía me amabas."
La palabra "amor" de sus labios sonó como un insulto.
"¿Amor?" repitió ella, y una risa amarga y corta se le escapó. "¿Te refieres al mismo tipo de amor que sentías cuando te quedaste callado mientras Camila me acusaba de plagio frente a toda la facultad? ¿El amor que te hizo elegir protegerla a ella y dejar que me expulsaran, que me quitaran mi título, que arruinaran mi futuro?"
Cada palabra era un golpe. Ricardo retrocedió, su rostro palideciendo.
"Yo... yo no sabía qué hacer," tartamudeó. "Era joven, estúpido... Camila era mi amiga de la infancia, estaba desesperada..."
"No me interesan tus excusas," lo cortó Sofía, su calma inquebrantable. "Tuviste tu oportunidad de elegir en ese momento, y lo hiciste. Elegiste. Y tu elección me dejó muy claro todo lo que necesitaba saber sobre ti y sobre tu 'amor'."
Hizo una pausa, mirando el anillo que él todavía sostenía torpemente en la mano.
"Así que guarda tus palabras. Y guarda ese anillo. No lo necesito."
Levantó su mano izquierda, mostrando un anillo sencillo pero elegante de oro blanco en su dedo anular.
"Porque ya estoy casada."
El silencio en el bar se hizo tan profundo que se podía oír el zumbido de las luces de neón. La mandíbula de Ricardo literalmente cayó. Los ojos de Luis se abrieron como platos. Mariana se llevó una mano a la boca, ahogando un grito.
Sofía no había terminado. Disfrutó el momento, no por crueldad, sino por la justicia poética que representaba. Era la verdad, su verdad, saliendo a la luz y demoliendo la fantasía que Ricardo había construido.
"Y no solo eso," añadió, su voz suave pero llevando un peso inmenso. "Tengo una hija. Se llama Valentina y tiene tres años."
Si la noticia de su matrimonio fue un golpe, esto fue la aniquilación.
El color desapareció por completo del rostro de Ricardo. Se tambaleó hacia atrás, como si hubiera recibido un golpe físico. El costoso anillo de diamantes se le resbaló de los dedos inertes y cayó a la alfombra con un golpe sordo, donde quedó olvidado. Todo su porte de hombre exitoso y seguro se desvaneció, dejando solo a un hombre roto y patético.
"Casada..." repitió, la palabra apenas audible. "Una hija..."
Sofía lo miró una última vez, sin una pizca de lástima. Solo con una finalidad fría.
"Para que lo entiendas de una vez por todas, Ricardo," dijo, su voz resonando en el silencio sepulcral. "La traición no es un error que se arregla con un anillo caro o con el tiempo. Es una elección. Una elección que define quién eres. Y tú elegiste traicionarme. Ese día, nuestra relación no se puso en pausa. Murió. Y yo seguí con mi vida."
Se dio la vuelta, lista para irse, dejando atrás a un hombre destrozado y a una multitud de espectadores atónitos. Su nuevo capítulo la esperaba en casa. El viejo acababa de ser quemado hasta los cimientos.