Era un hombre que irradiaba una confianza tranquila. No necesitaba trajes llamativos ni gestos grandilocuentes. Su éxito y su valía se notaban en la forma en que se movía, en la calma de su voz, y sobre todo, en la forma en que miraba a Sofía, con una adoración y un respeto que Ricardo nunca había sabido ofrecer.
"¿Todo en orden, mi vida?" preguntó Mateo en voz baja, su mano todavía firmemente en la espalda de Sofía.
"Todo perfecto ahora que estás aquí," respondió ella, dándole una sonrisa tranquilizadora. Se giró para darle un beso a Valentina. "Sube al coche, mi cielo. Ya nos vamos a casa."
Valentina asintió adormilada y se acomodó de nuevo en su silla de auto.
La escena de doméstica felicidad fue demasiado para Ricardo. Dio un paso adelante, su rostro contorsionado por una mezcla de celos, dolor y rabia impotente.
"¿Así que es él?" espetó Ricardo, su voz áspera. Dirigió su pregunta a Mateo, ignorando a Sofía por completo, como si fuera una propiedad que le habían robado. "¿Tú eres el que se la llevó?"
Mateo ni siquiera se inmutó. Lo miró con una calma que desarmaba.
"No sé quién eres," dijo Mateo, su tono educado pero con un borde de acero. "Y nadie 'se llevó' a Sofía. Ella es una mujer adulta que toma sus propias decisiones."
"¡Tú no sabes nada!" gritó Ricardo, perdiendo el poco control que le quedaba. "¡Yo la amaba! ¡La he esperado por cinco años!"
"Si la hubieras amado, no la habrías destruido," intervino Sofía, su voz cortante. Ya había tenido suficiente. "Y si me hubieras esperado, habrías encontrado un fantasma, porque la mujer que dices haber amado murió el día que la traicionaste."
Se giró hacia Mateo, su expresión suavizándose al instante. "Vámonos, mi amor. Valentina tiene que dormir."
Mateo asintió, le abrió la puerta y se aseguró de que estuviera cómodamente sentada antes de cerrarla con suavidad. El gesto, tan simple y lleno de cuidado, era un contraste brutal con la grandilocuente y vacía propuesta de Ricardo.
Mientras Mateo rodeaba el coche para subir al asiento del conductor, Ricardo hizo un último intento desesperado. Se interpuso en su camino.
"Tienes que dejar que me explique," le suplicó a Sofía a través de la ventanilla. "Solo cinco minutos. Te lo ruego."
Antes de que Sofía pudiera responder, Mateo se paró frente a Ricardo, bloqueando su acceso al coche. Era más alto que Ricardo y, aunque no era agresivo, su sola presencia era una barrera infranqueable.
"Ella dijo que no," dijo Mateo, su voz ahora despojada de toda amabilidad. Era plana, fría y final. "Y yo te sugiero que respetes su decisión. No vuelvas a acercarte a mi esposa ni a mi hija."
La palabra "mi esposa" resonó con una autoridad que Ricardo nunca podría igualar.
"Tú no tienes derecho..." comenzó a decir Ricardo.
"Tengo todo el derecho," lo interrumpió Mateo, su mirada fija e intensa. "Soy su esposo. Soy el padre de su hija. Soy el hombre que la ama y la protege. Y tú... tú no eres nada."
Fue el golpe de gracia. La verdad desnuda y brutal.
Sofía bajó la ventanilla. "Ricardo," dijo, y él se giró hacia ella con una última chispa de esperanza.
"El hombre que me destruyó no tiene derecho a pedirme explicaciones," dijo ella, su voz firme y sin rastro de duda. "El hombre que me salvó, que me ayudó a reconstruirme, que me dio una familia y una felicidad que nunca creí posible, es Mateo. Él es mi presente y mi futuro. Tú eres solo un mal recuerdo. Ahora, por favor, sal de nuestro camino."
La esperanza en los ojos de Ricardo se extinguió para siempre, dejando solo un vacío ceniciento. Retrocedió, tropezando con sus propios pies, completamente derrotado.
Mateo subió al coche, arrancó el motor y se alejó suavemente de la acera. En el espejo retrovisor, Sofía vio por última vez la figura de Ricardo Sánchez, un hombre solitario y roto bajo las luces de la ciudad, un rey destronado de un reino que solo existía en su imaginación.
No sintió nada. Simplemente se giró hacia adelante, tomó la mano de Mateo y entrelazó sus dedos. Su hogar estaba allí, en ese coche, con el hombre que la amaba y la niña que era su mundo. El pasado, finalmente, había quedado atrás.