"Deducción por 'llegada tres minutos tarde el 15 de abril': 1,000 pesos".
"Deducción por 'desgaste de material de oficina': 750 pesos".
Revisé el siguiente, el de Sofi. Le descontaban por "gasto eléctrico de su computadora personal". A otro miembro del equipo le cobraban por "exceder el límite de impresiones". Eran pretextos ridículos, diseñados para humillarlos y robarles el dinero que legítimamente habían ganado. En total, Laura les había quitado más del setenta por ciento de sus bonificaciones prometidas.
"Es una ladrona", masculló Manny desde la puerta, con su propio recibo en la mano. "Estamos trabajando casi gratis. Es como si estuviéramos pagando por venir a la chamba".
El resto del equipo se arremolinó en la entrada, sus voces llenas de indignación.
"¡Ya basta!", gritó uno de los más jóvenes. "Jefe, nos vamos contigo a donde sea. No podemos seguir trabajando para esa mujer y su muñequito".
"Tiene razón", dijo Sofi, con los brazos cruzados. "Esto es insostenible. Es un insulto a nuestro trabajo y a nuestra dignidad".
Miré sus rostros, encendidos por la ira pero firmes en su lealtad. Sentí una oleada de responsabilidad y afecto por ellos. No los había arrastrado a esto para que fueran castigados.
"Nadie se va a quedar aquí", dije con una calma que no sentía. "Denme un día. Voy a arreglar esto".
No esperé ni un segundo. Apenas se fueron, tomé mi teléfono y busqué un número que no había marcado en años. Era el de Sofía, conocida en el mundo de la lucha libre como "La Dama de Hierro". Era nuestra principal competidora, una empresaria astuta y dura, pero con fama de ser justa. La antítesis de Laura.
Marqué. Sonó una vez, dos veces.
"¿Diga?" Su voz era exactamente como la recordaba: directa y sin rodeos.
"Sofía, soy Ricardo Ramírez".
Hubo una breve pausa en la línea.
"Ricardo 'El Fénix'", dijo ella, y pude casi oír una sonrisa en su voz. "Sabía que tarde o temprano llamarías. Vi el espectáculo de la gala. Vergonzoso".
"Más de lo que te imaginas", respondí, sintiendo un extraño alivio al poder admitirlo. "Escucha, voy a ir al grano. Estoy fuera de 'Lucha Libre del Sol'. Y mi equipo viene conmigo".
"¿Todo tu equipo?", preguntó, el interés en su voz era palpable. "Son los mejores en el negocio, Ricardo. Sin ellos, la empresa de Laura no es nada".
"Lo sé. Y por eso te llamo. Buscamos una nueva casa. Un lugar donde se valore el trabajo duro y la lealtad".
"Un lugar donde no les roben sus bonos para comprarle coches a un incompetente", completó ella con una precisión escalofriante.
Me quedé en silencio, impresionado por lo bien informada que estaba.
"Exacto", logré decir.
"Quiero hablar contigo. En persona. Hoy mismo", dijo ella. "Y trae a tu mano derecha. Quiero escuchar la oferta completa".
"No es solo por mí, Sofía", insistí, mi voz firme. "Es un paquete completo. Mi equipo son veinte personas. Todos ellos, o ninguno. Les garantizo su lealtad y su trabajo, pero necesito que les garantices un futuro. Mejores condiciones de las que jamás tuvieron".
Esperaba una negociación, una contraoferta. En cambio, su respuesta fue inmediata y contundente.
"Ricardo, tu equipo es legendario por su eficiencia y lealtad hacia ti. Cualquiera en esta industria mataría por tenerlos. Si vienes tú, vienen ellos. Y si vienen ellos, tienen un contrato sobre mi mesa mañana mismo. Con el doble de la bonificación que Laura les robó como bono de bienvenida. No tienes que pedirme que los respete. El respeto se lo han ganado ellos solos hace mucho tiempo".
Colgué el teléfono sintiendo un peso enorme quitarse de mis hombros. Por primera vez en mucho tiempo, sentí esperanza. La Dama de Hierro no solo nos estaba ofreciendo un trabajo, nos estaba ofreciendo dignidad. El contraste con la mezquindad de Laura era tan grande que casi me hizo reír.
Laura pensó que podía quebrarnos con humillaciones y recortes de centavos. No tenía ni idea de que solo había logrado unirnos más, y empujarnos directamente a los brazos de su mayor rival. La caída de "Lucha Libre del Sol" acababa de empezar, y ella misma había encendido la mecha.