Cenizas del Engaño: Un Nuevo Vuelo
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Capítulo 3

A la mañana siguiente, entré en la oficina de un abogado y firmé los papeles de la demanda de divorcio. La mano que antes había dudado, que había intentado encontrar excusas para el comportamiento de Laura, ahora se movía con una firmeza helada. No había vuelta atrás. El abogado me informó que los documentos serían entregados a Laura ese mismo día.

"Ella tendrá que firmarlos o responder a través de su abogado", me explicó el hombre de traje gris. "Si no lo hace, el proceso se complicará, pero no se detendrá".

Como era de esperar, Laura eligió el camino de la negación. Durante los siguientes días, mis llamadas iban directamente al buzón de voz. Mis mensajes quedaban sin leer. El abogado me informó que su asistente legal había intentado entregarle los papeles en la oficina y en casa, pero ella simplemente se negaba a recibirlos, alegando estar "demasiado ocupada".

Era una táctica infantil, un intento de fingir que si ignoraba el problema, este desaparecería.

Mientras ella jugaba a las escondidas, Mateo se encargaba de echarle sal a la herida. Una noche, mientras revisaba mis redes sociales por pura inercia, apareció una nueva publicación suya. Era una foto de él y Laura en un restaurante caro. Estaban sentados muy juntos, compartiendo un postre. La cabeza de Laura descansaba sobre el hombro de Mateo, y él tenía un brazo posesivo alrededor de su cintura. La leyenda era una simple frase: "Noches que valen oro".

Sentí una oleada de asco. No era celos, no ya. Era la repugnancia de ver a la mujer con la que había compartido más de una década de mi vida actuar como una adolescente embobada, ciega al parásito que tenía al lado.

La gota que derramó el vaso llegó dos días después. Laura finalmente me llamó. Su tono no era conciliador, sino acusador.

"¿Así que esto es lo que querías?", espetó, sin siquiera un saludo. "¿Mandar a tus abogados a acosarme? ¿No tienes la decencia de hablarme cara a cara?"

"Intenté hablar contigo, Laura. La noche de la gala. Y muchas otras veces antes. Tú elegiste no escuchar", respondí con calma.

"¡Estaba ocupada dirigiendo una empresa! Algo que tú pareces haber olvidado cómo se hace. ¿Qué es todo este drama por un poco de dinero? Siempre has sido así, Ricardo, un sentimental. El mundo de los negocios es para los tiburones, no para los peces de colores".

Mientras hablaba, escuché una voz de fondo. La voz de Mateo.

"¿Amor, todo bien? ¿Necesitas que le diga algo a este tipo?"

Un silencio incómodo se apoderó de la línea. Era evidente que no esperaba que yo lo oyera.

"No, cariño, yo me encargo", respondió Laura en un susurro apresurado. Luego, su tono volvió a ser duro. "Como te decía, Ricardo..."

Pero yo ya no escuchaba. La palabra "cariño" resonó en mi cabeza. El descaro. La falta total de respeto.

"¿Está él ahí contigo ahora, Laura?", pregunté, mi voz plana.

"Eso no es de tu incumbencia".

"Te negaste a recibir los papeles del divorcio. Te escondiste de mi abogado. Y ahora estás con él en nuestra casa, en nuestra cama, probablemente. Y tienes el descaro de llamarme para acusarme a mí".

Hubo otra pausa. Podía oír su respiración agitada.

"Tú me orillaste a esto, Ricardo. Con tu obsesión por esos gimnasios y tu falta de ambición".

Fue en ese momento que todo encajó. Me di cuenta de que llevaba años ciego. No era solo la ambición de Laura, era su desprecio por todo lo que yo era. Despreciaba mi origen humilde, mi pasado como boxeador callejero. Despreciaba mi necesidad de devolverle algo a la comunidad que me vio nacer. Para ella, todo eso era una debilidad, una mancha en la imagen de éxito que quería proyectar. Mateo, con su superficialidad y su carisma vacío, era el reflejo de todo lo que ella valoraba.

"¿Sabes qué, Laura?", dije, y por primera vez en días, sentí una extraña paz. La paz de la certeza absoluta. "Quédate con él. Quédate con la empresa. Quédate con todo. Ya no me importa".

Escuché un sonido ahogado, como si se le hubiera atragantado una respuesta.

"Pero que te quede claro", continué, mi voz tan fría como el acero. "Vas a firmar esos papeles. Y si no lo haces por las buenas, lo harás por las malas. Nos veremos en la corte".

Antes de que pudiera responder, colgué. Miré mi teléfono, la pantalla ahora negra. La conexión se había cortado. Para siempre.

            
            

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