Adiós, Ricardo: Mi Nuevo Final
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Capítulo 2

El vuelo a Oaxaca fue una tortura silenciosa. Me puse los audífonos y subí el volumen al máximo, pero la imagen de Ricardo y Elena juntos estaba grabada en mi mente. Al aterrizar, Ricardo vino a mi asiento.

"Sofi, perdóname. No supe qué hacer. Elena puede ser muy insistente".

"Está bien, Ricardo", dije, mi voz sonando hueca hasta para mí.

En el hotel, la humillación continuó. Ricardo había reservado la suite presidencial, nuestro nido de amor para la semana. Elena, convenientemente, tenía una habitación estándar en otro piso.

"Voy a dejar a Isa en la habitación y bajo para que cenemos juntos, ¿sí?", dijo Elena, mirando a Ricardo, ignorándome por completo.

Ricardo asintió. "Claro".

Esa noche, en uno de los restaurantes más aclamados de Oaxaca, el que Ricardo tanto quería visitar, Elena monopolizó la conversación. Habló de sus viajes, de sus seguidores, de lo difícil que era ser madre soltera. Ricardo la escuchaba con una atención que yo rara vez recibía cuando hablaba de mis diseños.

A la mañana siguiente, me desperté sola en la enorme cama. Una nota sobre la almohada.

"Fui con Elena a llevar a Isa a un tour para niños. Te veo para la comida. Te amo. R."

Te amo. Las palabras se sentían vacías, una formalidad.

Abrí mi celular y, como una masoquista, busqué el perfil de Elena en Instagram. Ya había subido una docena de historias. Ricardo cargando a Isabella en sus hombros en Monte Albán. Los tres riendo mientras comían chapulines en el mercado. Una foto de la mano de Elena, con un anillo que yo no reconocía, sosteniendo un mezcal, con la mano de Ricardo apenas visible en el fondo. El pie de foto: "Reconectando con lo que importa".

Sentí una oleada de náuseas. Era una campaña de marketing perfectamente ejecutada, y yo era la espectadora no deseada.

Ricardo me llamó al mediodía.

"Hola, mi amor. ¿Cómo estás? Perdón por la mañana, pero Isabella de verdad quería ir".

Su voz sonaba lejana, culpable.

"Estoy bien", mentí. "¿Cuándo vienes?".

"En un rato. Te prometo que esta tarde es solo para nosotros. Te lo compensaré, verás".

Una promesa vacía. Me aferré a ella como una tonta, porque una pequeña parte de mí todavía quería creerle. Me vestí con uno de mis mejores diseños, un vestido de lino blanco bordado a mano que había creado pensando en las tardes soleadas de Oaxaca. Esperé en el balcón de la suite, mirando la cúpula de Santo Domingo, tratando de encontrar la paz que había venido a buscar.

Pasaron las horas. La una. Las dos. Las tres.

Mi teléfono vibró. No era una llamada de Ricardo. Era una notificación de Instagram. Elena había subido una nueva foto.

Era un retrato de Ricardo, sonriendo, con el sol del atardecer dándole un halo dorado. Estaba sentado en una terraza con una vista espectacular. El pie de foto era una sola palabra: "Mío".

Pero no fue la foto lo que me rompió. Fue el comentario de mi propio hermano, Diego.

"¡Cuñado! ¡Se te ve increíble! Disfruten. Elena, cuídalo bien".

Sentí que el aire me faltaba. Mi hermano. Mi propio hermano, del lado de ella. Comentando públicamente, para que todo el mundo lo viera. Para que yo lo viera.

El último clavo en el ataúd fue un comentario de la propia Elena, respondiendo a otra persona: "Gracias, linda. Ricardo dice que Sofía es un poco aburrida para estos viajes, que no le gusta la aventura, jeje".

Leí esa frase una y otra vez. La humillación pública era total. No era solo Ricardo. Era mi familia, era el mundo.

Con los dedos temblando, abrí mi lista de contactos. Busqué el nombre de Ricardo. Su foto de perfil era una de nosotros dos, sonriendo en una gala benéfica. Parecíamos la pareja perfecta. Una mentira.

Presioné "Bloquear contacto". Luego "Confirmar".

Un peso se levantó de mis hombros, reemplazado por un frío vacío. Se acabó. Esta vez, de verdad.

Pero no había terminado. La rabia, una emoción que rara vez me permitía sentir, comenzó a burbujear. Me había humillado. Habían jugado conmigo.

Abrí la aplicación de la aerolínea. Busqué la reservación de vuelta a la Ciudad de México. El boleto de Ricardo era de primera clase, un regalo que yo le había hecho por su cumpleaños, pagado con mi propia tarjeta de crédito. El de Elena y su hija, en turista, pagado por él.

Encontré la opción: "Cancelar segmento de pasajero".

Seleccioné el nombre de Ricardo.

Una pantalla de confirmación apareció. "¿Está segura de que desea cancelar este boleto? No es reembolsable".

Una sonrisa amarga se dibujó en mi rostro.

"Sí", susurré al aire. "Estoy segura".

Presioné el botón.

            
            

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