Adiós, Ricardo: Mi Nuevo Final
img img Adiós, Ricardo: Mi Nuevo Final img Capítulo 4
5
Capítulo 5 img
Capítulo 6 img
Capítulo 7 img
Capítulo 8 img
Capítulo 9 img
Capítulo 10 img
Capítulo 11 img
Capítulo 12 img
Capítulo 13 img
Capítulo 14 img
Capítulo 15 img
Capítulo 16 img
img
  /  1
img

Capítulo 4

El autobús olía a diésel y a café rancio. Me acurruqué contra la ventana fría, viendo cómo las luces de Oaxaca se hacían cada vez más pequeñas en la distancia. No había preguntado el destino, solo compré un boleto para el siguiente autobús que saliera, sin importar a dónde fuera. El destino era irrelevante. Lo único que importaba era el movimiento, la distancia.

El dolor, que había mantenido a raya con la adrenalina de la huida, comenzó a filtrarse. No era un dolor agudo, sino una pena sorda y profunda que se asentó en mi pecho.

Las lágrimas finalmente llegaron, silenciosas y calientes, trazando caminos por mi rostro en la oscuridad del autobús. Lloré por la humillación, por la traición, pero sobre todo, lloré por la tonta que había sido.

Mi mente retrocedió en el tiempo. A cuando conocí a la familia de Ricardo, los Reyes. Una dinastía de la alta sociedad mexicana, con un apellido que abría todas las puertas. Don Manuel, su padre, un hombre de negocios implacable con una mirada que te tasaba en segundos. Doña Carmen, su madre, una socialité cuya vida giraba en torno a las apariencias y las galas benéficas. Y Diego, su hermano pequeño, que me idolatraba desde el primer día.

Yo, Sofía, una diseñadora con talento pero sin un apellido de peso, siempre me sentí como una impostora en su mundo. Doña Carmen nunca lo dijo abiertamente, pero sus comentarios sutiles dejaban claro que yo no era lo suficientemente buena para su primogénito. "¿Otro vestidito, querida? Qué lindo pasatiempo tienes".

Elena, en cambio, venía de una familia similar a la de ellos. Aunque su relación con Ricardo había terminado antes de que yo apareciera, su fantasma siempre estuvo presente. Doña Carmen la mencionaba constantemente. "Elena sí que sabía cómo organizar una cena. Elena vestía con una elegancia tan clásica".

Elena era el estándar con el que me medían, y yo siempre salía perdiendo.

Ricardo había sido mi refugio. Él me defendía, o eso creía yo. "Mamá, deja en paz a Sofía. Su trabajo es increíble". "Papá, no me importa de qué familia venga, la amo". Él era el único que parecía verme por quien era. Me había aferrado a él, a su amor, como un salvavidas en un mar de juicios.

Y ahora, ese salvavidas me había soltado en medio de la tormenta para rescatar a la mujer que todos consideraban superior a mí.

El autobús se detuvo en una pequeña terminal en medio de la noche. Bajé, sin idea de dónde estaba. Un letrero descolorido decía "Bienvenidos a un Pueblo Mágico". El aire era fresco y olía a tierra mojada y a flores.

Encontré una pequeña posada y alquilé una habitación. Me derrumbé en la cama, exhausta.

El sonido de golpes en la puerta de mi habitación de hotel en Oaxaca resonó en mi memoria. Era Ricardo.

"¡Sofía! ¡Abre la puerta! ¡Sé que estás ahí!".

Me había encontrado. De alguna manera, había convencido al personal del hotel para que le dijeran que había pedido un taxi al terminal.

Abrí la puerta. Su rostro estaba desencajado por la ira y la preocupación. Elena y Isabella no estaban a la vista.

"¿Por qué? ¿Por qué hiciste esto?", espetó, entrando en la habitación.

"¿Hacer qué, Ricardo? ¿Cancelar un boleto que yo pagué después de que me abandonaras y humillaras públicamente?".

"¡No te abandoné! ¡Isabella estaba enferma!".

"¡Por favor, Ricardo! ¡No soy estúpida! Vi las fotos, vi los comentarios. Vi a mi propio hermano felicitándolos. ¿Crees que no sé lo que está pasando?".

Su ira se desvaneció, reemplazada por una expresión de culpa. Se pasó las manos por el pelo, un gesto que hacía cuando estaba acorralado.

"Sofi, lo siento. Se me fue de las manos. Elena... ella sabe cómo manipular las situaciones".

"Y tú la dejas", lo interrumpí, mi voz temblando de rabia contenida. "La dejas porque en el fondo te encanta. Te encanta ser el héroe, el padre devoto. Te encanta la imagen de familia perfecta que proyectan".

"Eso no es verdad. Te amo a ti".

"No, no me amas. Amas la comodidad que te ofrezco. Amas que no te exija nada, que te perdone todo. Pero se acabó, Ricardo. Ya no más".

Se acercó a mí, intentando tomar mis manos. "Mi amor, por favor. Volvamos a México. Hablemos con calma. Lo arreglaremos. Nos vamos a casar".

Me aparté de él como si su contacto quemara. "No. No habrá boda".

"¿Qué estás diciendo?".

"Estoy diciendo que rompemos el compromiso. Te devuelvo tu anillo y tu apellido. Puedes quedarte con Elena y con la aprobación de tu familia y la mía. Parece que es lo que siempre has querido".

La incredulidad en su rostro era casi cómica. Nunca se le había ocurrido que yo tendría la fuerza para dejarlo. Siempre había contado con mi devoción incondicional.

"¿Vas a tirar todo por la borda por un malentendido? ¿Por un ataque de celos?".

"¿Celos?", reí, una risa amarga y sin alegría. "¿Crees que esto es por celos, Ricardo? Esto es por respeto. Por el respeto que tú no me tienes. Y por el respeto que yo he decidido empezar a tener por mí misma".

Tomé el anillo de compromiso de mi dedo, el diamante brillando burlonamente bajo la luz del hotel. Se lo tendí.

"Tómalo. Y ahora, por favor, vete".

Él no lo tomó. Solo me miró, su mundo desmoronándose. Y por primera vez, no sentí lástima por él. Sentí libertad.

                         

COPYRIGHT(©) 2022