El Precio de la Falsa Heredera
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Capítulo 1

Tuve un sueño, uno tan real que el sudor frío me despertó en mitad de la noche.

En el sueño, yo era la "falsa charra" de la prestigiosa familia Torres, una impostora que había ocupado el lugar de la verdadera heredera durante veinte años.

Y justo en el día de la competencia de escaramuzas más importante de mi vida, la verdadera hija, Sofía, aparecía.

Era menudita y frágil, con unos ojos que parecían contener todas las penas del mundo, vestía ropa gastada y se presentaba ante mis padres adoptivos, Don Ricardo y Doña Elena, como su hija biológica perdida.

En el sueño, Sofía lloraba y contaba una historia desgarradora de cómo había crecido en el humilde rancho de la familia García, mis padres biológicos, sufriendo privaciones y soñando con la vida que le habían robado.

Mis padres, conmovidos y culpables, la acogían con los brazos abiertos.

Y entonces, comenzaba mi pesadilla. Sofía, con una sonrisa dulce en la cara, apagaba la alarma de mi despertador la mañana de la competencia, me daba un vaso de leche que me provocaba un terrible dolor de estómago y saboteaba mi montura.

El resultado era un desastre, una humillación pública. Yo, Ximena, la promesa de la charrería, caía estrepitosamente de mi caballo frente a toda la comunidad.

Sofía, la víctima, se convertía en la heroína.

Y yo lo perdía todo.

Me desperté con el corazón latiendo a mil por hora, la imagen de mi caída grabada en la mente. El sueño se sentía como una advertencia, una premonición tan clara que me dejó temblando.

Justo en ese momento, el teléfono de la casa sonó, rompiendo el silencio de la madrugada. Era Don Ricardo. Su voz, normalmente firme y tranquila, sonaba extrañamente tensa.

"Ximena, hija, baja por favor. Tenemos que hablar de algo importante."

Mi corazón dio un vuelco. Sabía lo que venía. El sueño no era solo un sueño.

Bajé las escaleras lentamente. En la sala, iluminada por la luz tenue de una lámpara, estaban mis padres, Don Ricardo y Doña Elena, sentados en el sofá de piel. Sus rostros reflejaban una mezcla de confusión y angustia.

Y junto a ellos, había una chica.

Era exactamente como en mi sueño, menuda, con el pelo oscuro y unos ojos grandes y llorosos que me miraron con una mezcla de miedo y resentimiento. Llevaba unos jeans desgastados y una blusa sencilla que había visto mejores días.

Era Sofía.

"Ximena," dijo Don Ricardo con voz grave, "ella es Sofía. Dice... dice que es nuestra hija."

Doña Elena se tapó la boca con la mano, sus ojos llenos de lágrimas contenidas. No podía hablar.

Sofía bajó la cabeza, su cuerpo temblaba ligeramente, interpretando a la perfección el papel de la niña perdida y asustada.

"Yo... no quería causar problemas," susurró con voz quebrada. "Solo quería conocerlos. Saber cómo eran mis verdaderos padres."

Era la misma actuación de mi sueño, palabra por palabra.

Una ola de frío me recorrió, pero en lugar de pánico, sentí una extraña calma. El sueño me había preparado, me había dado una ventaja que Sofía no sabía que yo tenía.

"Entiendo," dijo Don Ricardo, recuperando un poco la compostura. "Haremos una prueba de ADN. Mañana mismo. Para estar seguros."

"Sí, por supuesto," dijo Sofía, asintiendo rápidamente. "Es lo correcto."

Luego, sus ojos se posaron en mí, y por un segundo, vi un destello de triunfo en ellos antes de que volviera a su máscara de fragilidad.

Decidí seguir el guion del sueño, al menos por ahora.

"¿Nuestra hija? ¿Cómo es posible?" pregunté, fingiendo una conmoción que no sentía. "Yo... no entiendo nada."

Caminé hacia el sofá y me dejé caer, ocultando mi rostro entre las manos como si estuviera a punto de llorar. Era la reacción que todos esperaban de mí, la de la hija perfecta cuya vida se derrumbaba.

Desde mi posición, pude ver a Sofía mirándome de reojo, una sonrisa casi imperceptible jugando en sus labios.

"Pobre Ximena," dijo Sofía con una voz cargada de falsa compasión, dirigiéndose a mis padres. "Debe ser muy duro para ella. Yo nunca quise esto, yo solo... crecí en un rancho muy humilde, mis... nuestros otros padres, los García, siempre prefirieron a su hijo varón, Pedro. La vida ha sido muy difícil."

Lanzó el anzuelo, pintando a mis padres biológicos, gente honesta y trabajadora, como villanos, y a mí como la usurpadora privilegiada.

Don Ricardo y Doña Elena la miraron con una culpa y una pena cada vez mayores. Estaban cayendo en su trampa.

Me levanté, fingiendo estar mareada.

"Necesito... necesito ir a mi cuarto. Tengo la competencia mañana, debo descansar."

"Claro, hija, ve a descansar," dijo Doña Elena, levantándose para abrazarme. Su abrazo era cálido, pero sentí su confusión.

Subí a mi cuarto, pero no me acosté. Me quedé junto a la puerta, escuchando. Pude oír a Sofía consolando a mis padres, su voz suave y manipuladora llenando el silencio.

Esperé.

Tal como en el sueño, unos minutos después, oí pasos sigilosos acercándose a mi puerta. La perilla giró lentamente y la puerta se abrió una rendija. Sofía asomó la cabeza, y al verme supuestamente dormida, entró de puntillas.

Se acercó a mi mesita de noche, donde estaba mi despertador. Vi cómo su mano se extendía y, con un movimiento rápido y silencioso, apagaba la alarma.

Era la confirmación.

El sueño era real. Y la guerra había comenzado.

Cerré los ojos, fingiendo dormir profundamente, mientras mi mente trabajaba a toda velocidad. Sofía creía que yo era la misma Ximena ingenua de siempre, pero se equivocaba.

El sueño no solo me había advertido, me había dado un guion para derrotarla. Y yo iba a seguirlo al pie de la letra.

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