"¡Ay, Dios mío! ¡Ximena, te quedaste dormida!" exclamó, con un tono de falsa alarma que apenas ocultaba su regocijo. "La competencia es en dos horas. ¡Qué terrible! Debe ser por mi culpa, por todo el estrés de anoche. Lo siento tanto."
Se acercó a mi cama y me sacudió suavemente el hombro.
Abrí los ojos lentamente, fingiendo confusión.
"¿Qué... qué hora es?"
"¡Es tardísimo! ¡Apúrate!"
Su sonrisa era pura malicia. Creía que su primer plan había funcionado a la perfección.
Me levanté de un salto, fingiendo pánico. "¡No puede ser! ¡Mi alarma!"
Corrí al baño mientras Sofía salía de mi cuarto, seguramente para informar a mis padres de mi "descuido" .
Pero el destino, o más bien el amor de mis padres, tenía otros planes.
Cuando bajé las escaleras, ya vestida con mi traje de charra, encontré a mi padre esperándome con las llaves del coche en la mano.
"No te preocupes, hija. Yo te llevo. Llegarás a tiempo," dijo Don Ricardo con una sonrisa tranquilizadora.
Vi la cara de Sofía descomponerse por una fracción de segundo. Su plan de que yo llegara tarde y nerviosa se había frustrado.
"Yo... yo iba a pedir un taxi para llevarla, Don Ricardo," tartamudeó Sofía, tratando de recuperar el control. "Quería ayudar."
"No te preocupes, Sofía. Tú quédate aquí con Elena. Aún deben tener mucho de qué hablar," respondió mi padre, sin darle importancia.
Antes de salir, Sofía se me acercó con un vaso grande en la mano.
"Toma, Ximena. Te preparé un licuado de plátano con avena. Para que tengas energía. No has desayunado nada."
Era el mismo licuado del sueño. El que me haría sentir terriblemente mal.
La miré a los ojos. En el fondo de su falsa dulzura, vi la expectación. Estaba esperando que cayera en su segunda trampa.
Sonreí.
"Muchas gracias, Sofía. Qué amable."
Tomé el vaso, pero en lugar de beberlo, me di la vuelta como si tuviera prisa.
"¡Se nos hace tarde, papá!"
Justo en ese momento, Doña Elena salió de la cocina.
"Ximena, mi amor, espera. Se te olvida tu botella de agua." Me entregó mi termo de siempre. Al hacerlo, vio el vaso que yo sostenía.
"¿Y eso qué es, hija?"
"Sofía me preparó un licuado," respondí, sabiendo lo que vendría después.
Doña Elena frunció el ceño. Ella siempre había sido muy estricta con mi alimentación antes de una competencia.
"Ay, Sofía, qué detalle, pero Ximena tiene una dieta muy específica. No puede tomar nada pesado antes de montar. Déjalo aquí, hija," dijo, tomando el vaso de mi mano.
Vi cómo lo llevaba al fregadero de la cocina y, sin pensarlo dos veces, vaciaba el contenido por el desagüe.
El segundo plan de Sofía, frustrado por la simple rutina de mi madre.
Sofía se quedó paralizada, con una expresión de incredulidad y rabia que luchaba por ocultar.
Le dediqué una sonrisa rápida y salí por la puerta con mi padre.
En el coche, Don Ricardo me miró.
"Sé que todo esto es muy extraño, Ximena. Pero quiero que sepas que nada va a cambiar entre nosotros. Tú eres mi hija."
Sus palabras eran el ancla que necesitaba.
"Lo sé, papá. Gracias."
Llegamos al lienzo charro con tiempo de sobra. Saludé a mis compañeras de la escaramuza, preparé a mi yegua, "Ventisca" , y me concentré.
El sueño me había mostrado el sabotaje final: un clavo suelto en la cincha de mi montura, diseñado para que se aflojara en plena carrera.
Fui directamente a revisar mi equipo. Y allí estaba. Un pequeño clavo, casi imperceptible, que no debía estar ahí. Alguien lo había manipulado.
Lo quité con cuidado y lo guardé en mi bolsillo.
La competencia comenzó. Cuando fue nuestro turno, guie a mi equipo con la precisión de siempre. "Ventisca" y yo nos movimos como una sola, ejecutando cada suerte, cada cruce, con una perfección que silenció al público.
Ganamos. Por una puntuación casi perfecta.
Mientras recibía el trofeo, busqué a mi familia en las gradas. Don Ricardo y Doña Elena aplaudían con orgullo.
Y a su lado, Sofía me miraba.
Ya no había rastro de dulzura en su rostro. Solo había odio puro y desnudo.
Su plan triple había fracasado. Y ahora sabía que yo era una enemiga a la que no podía subestimar.
La guerra, lejos de terminar, apenas comenzaba.
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