El Precio de la Falsa Heredera
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Capítulo 4

Mientras caminaba hacia la camioneta de los García, sentí una mano en mi brazo. Era Don Ricardo. Me apartó un poco de los demás, su rostro lleno de una angustia que me partió el corazón.

"Ximena, no puedo dejar que te vayas así," dijo en voz baja, metiendo algo en el bolsillo de mi chaqueta. "Toma esto. Es una tarjeta con acceso a una cuenta. Hay suficiente para que compres tu propio rancho, para que empieces de nuevo. No se lo digas a nadie, ni siquiera a Elena. Es nuestro secreto."

Sentí el plástico duro de la tarjeta. Era un gesto de amor puro, un intento desesperado por aliviar su propia culpa y asegurarse de que yo estuviera bien.

Pero recordé mi sueño. En él, yo aceptaba el dinero, y Sofía, al enterarse, lo usaba para acusarme de ladrona, de aprovecharme de la bondad de Don Ricardo hasta el último momento. Emponzoñaba mi reputación para siempre.

Con todo el dolor de mi corazón, saqué la tarjeta de mi bolsillo y se la devolví.

"Gracias, papá. Pero no puedo aceptarlo," le dije, mi voz temblaba un poco. "Si lo hago, Sofía nunca dejará de atormentarme. Dirá que te estoy robando. Esto solo le daría más munición. Tengo que irme limpia, sin nada que me ate a ella."

Don Ricardo me miró, con los ojos llenos de lágrimas. Comprendió. Mi rechazo no era un rechazo a su amor, sino un movimiento estratégico en una guerra que él apenas empezaba a entender.

"Eres más sabia que todos nosotros, hija," susurró, abrazándome con fuerza. "Cuídate mucho."

Subí a la camioneta. Mientras nos alejábamos, vi a Sofía en la puerta de la gran casa, con mi trofeo en la mano, una reina en su recién conquistado castillo.

Dentro de la casa, tal como lo había previsto, Sofía no perdió el tiempo.

Entró corriendo a la sala donde Doña Elena lloraba desconsoladamente.

"¡Mamá! ¡Mamá, mira lo que encontré en el cuarto de Ximena!" gritó, mostrando el trofeo. "¡Se lo iba a robar! ¡Junto con todas las joyas y la ropa cara que le has comprado todos estos años! ¡Es una ladrona, una malagradecida!"

Doña Elena levantó la vista, sus ojos enrojecidos fijos en el trofeo.

Sofía esperaba un estallido de ira contra mí, la confirmación de que ella, la hija verdadera, había ocupado por fin su lugar en el corazón de su madre.

Pero Doña Elena era más perceptiva de lo que Sofía creía.

"Sofía," dijo mi madre adoptiva con una calma sorprendente. "Ese trofeo lo ganó Ximena esta misma tarde. Ni siquiera tuvo tiempo de guardarlo. ¿Cómo podría estar robando algo que es suyo?"

La lógica simple y directa de Doña Elena golpeó a Sofía como una bofetada.

"Pero... pero ella..." tartamudeó, sin saber qué decir.

"Y sobre la ropa y las joyas," continuó Doña Elena, levantándose. "Yo misma le regalé cada una de esas cosas. Son suyas. Si se las hubiera llevado, no sería un robo."

Se acercó a Sofía y le quitó el trofeo de las manos con suavidad.

"Ximena no se llevó nada, Sofía. Dejó todo atrás. Incluyendo esto," dijo, mirando el trofeo con tristeza. "Una persona que viene a robar no deja atrás lo que más valora."

Colocó el trofeo en la repisa de la chimenea, en el lugar de honor.

Sofía se quedó muda, su plan de pintarme como una ladrona se había desmoronado por completo. Había subestimado la inteligencia y el profundo amor que Doña Elena sentía por mí.

Afuera, en la camioneta, una pequeña sonrisa se dibujó en mi rostro. No podía oír la conversación, pero podía imaginarla. La primera grieta en la fachada de Sofía acababa de aparecer.

Llegamos al rancho de los García al anochecer. Era un lugar modesto, sí, pero limpio y ordenado. La casa era pequeña, pero acogedora. No era el lugar miserable y polvoriento que Sofía había descrito.

Mis padres biológicos, José y María, me mostraron mi habitación. Era el cuarto de Pedro, quien había insistido en mudarse a un pequeño catre en la sala para cederme su espacio.

"No es mucho, mija," dijo mi madre biológica, María, con timidez. "Pero es tu casa."

"Es perfecto," respondí, y lo decía en serio.

Aquí, lejos del lujo y la intriga, podía respirar. Podía planear mi siguiente movimiento.

Mi nueva vida, mi verdadera vida, estaba a punto de comenzar. Y desde aquí, desde la humildad de mis raíces, iba a reclamar todo lo que era mío. No la herencia de los Torres, sino mi honor, mi talento y mi futuro.

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