Me senté de golpe, el corazón me latía con una fuerza increíble. Toqué mi cuerpo, mis brazos, mis piernas. No había heridas, no había sangre. Estaba completa.
Miré el calendario colgado en la pared, un calendario sencillo que regalaban en la tienda del pueblo. La fecha estaba marcada con un círculo rojo. Era el día de la fiesta de San Miguel, el día en que todo empezó a ir mal. El día en que Mateo me robó el amuleto.
Estoy viva.
Regresé.
Una oleada de alivio me recorrió, tan intensa que casi me ahoga, pero fue seguida inmediatamente por una furia fría y clara. No volvería a suceder. No dejaría que me engañaran de nuevo.
Apenas me había puesto una falda y una blusa sencilla cuando escuché su voz afuera.
"¡Sofía! ¿Estás despierta, mi amor?"
Era Mateo. Su voz, que antes me parecía música, ahora me sonaba falsa, como el canto de una serpiente.
Me quedé quieta, respirando hondo para calmar el temblor de mis manos. Apreté el pequeño bulto que sentía bajo mi blusa, colgado de mi cuello. El amuleto de la abuela. Aún lo tenía.
"¡Sofía!" insistió, ahora golpeando suavemente la puerta.
Salí del cuarto, obligándome a caminar con calma. Él estaba en el patio, vestido con su impecable traje de charro, sonriendo como si fuera el dueño del mundo. Su sonrisa era deslumbrante, la misma que había engañado a todo el pueblo, la misma que me había engañado a mí.
"Buenos días, mi vida," dijo, intentando abrazarme.
Lo esquivé.
"¿Qué quieres, Mateo?" mi voz sonó más dura de lo que pretendía.
Él parpadeó, sorprendido por mi tono. "¿Qué pasa? Solo vine a verte. Y... bueno, quería pedirte un favor."
"Habla."
Se aclaró la garganta, su confianza flaqueaba un poco. "Es sobre el amuleto de tu abuela. El que te heredó."
Ahí estaba.
"¿Qué con él?" pregunté, mirándolo fijamente a los ojos.
"Bueno, ya sabes que hoy es la gran presentación de Elena en la plaza. Ella está muy nerviosa, y pensé... pensé que si le prestabas el amuleto, le daría suerte. Tú sabes, para que tenga 'duende'."
La mención de Elena, su nueva novia, la bailarina de jarabe tapatío, fue como echarle sal a una herida que apenas empezaba a cerrar. En mi vida pasada, yo, ingenua y enamorada, se lo había dado sin dudar.
Esta vez no.
Me reí. Una risa corta y sin alegría.
"¿Crees que soy estúpida, Mateo?"
Su sonrisa se borró por completo. "¿De qué hablas, Sofía?"
"Sabes perfectamente que el amuleto no se presta. Y lo quieres para ella, para que gane fama, para que tú te beneficies de su éxito. ¿Crees que no me doy cuenta?"
Se quedó sin palabras, su rostro normalmente seguro ahora era una máscara de confusión y enojo.
"¿Desde cuándo te volviste tan desconfiada? ¡Solo intento ayudar a Elena! ¡Ella es como de la familia!"
"Ella no es mi familia," respondí con frialdad. "Y tú ya no eres nada mío."
"¿Qué te pasa? ¿Amaneciste de malas?" insistió, tratando de recuperar el control. "Vamos, Sofía, no seas egoísta. Solo será por esta noche. ¿Dónde está el amuleto? ¿Lo tienes puesto?"
Intentó acercarse para buscarlo, para tocar mi cuello. Retrocedí un paso, cubriendo mi pecho con los brazos.
"No lo tengo," mentí. "Mi abuela lo escondió antes de morir. Dijo que solo aparecería para su verdadera dueña en el momento adecuado."
"¿Qué?" su cara era un poema. "¿Cómo que lo escondió? ¡Tú me dijiste que te lo había dado!"
"Te mentí aquella vez," dije, encogiéndome de hombros. "O tal vez no entendí bien sus últimas palabras. Estaba muy triste, ya sabes."
Mateo me miró, frunciendo el ceño, tratando de descifrar si decía la verdad. La duda se instaló en sus ojos. Él sabía lo apegada que era yo a mi abuela y lo crípticas que podían ser sus palabras de curandera.
"Búscalo, Sofía," ordenó, su tono ya no era dulce, sino autoritario. "Elena lo necesita. Yo lo necesito."
"Pues qué pena," respondí, dándome la vuelta para volver a mi cuarto. "Tendrán que buscar el 'duende' en otro lado."
Cerré la puerta detrás de mí, escuchando sus maldiciones ahogadas en el patio. Me recargué en la madera, y por primera vez en mucho tiempo, sentí que tenía el control. El amuleto, tibio contra mi piel, parecía estar de acuerdo.