El Amuleto, La Traición y El Reencuentro
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Capítulo 3

La calma inicial se desvaneció y una ola de tristeza me golpeó. Pensé en mi hermano, mi querido hermano mayor, el mariachi errante. En mi vida anterior, cuando se enteró de mi desaparición, dejó su gira, su música, todo, para buscarme. Mis padres envejecieron diez años en una semana, su dolor era un peso insoportable en el pequeño pueblo.

Me sentí culpable. Mi ingenuidad les había causado un sufrimiento terrible. Esta vez, tenía que protegerlos. Tenía que asegurarme de que nunca pasaran por ese infierno. Mi venganza no era solo por mí, era por ellos.

Mis pensamientos fueron interrumpidos por golpes en la puerta, esta vez más desesperados.

"¡Sofía!"

Era Mateo de nuevo. Abrí, y esta vez no venía solo. Elena estaba a su lado.

Mateo parecía haber estado revolviendo la tierra con las manos. Tenía polvo en su elegante pantalón de charro y sudor en la frente. Obviamente, había estado buscando el amuleto por los lugares que yo frecuentaba con mi abuela.

"Sofía, por favor," empezó él, con un tono más conciliador.

Pero fue Elena quien habló, su voz era un susurro tembloroso, sus ojos grandes y llenos de lágrimas falsas.

"Sofía... hermanita..." comenzó, intentando tomar mi mano.

Aparté la mano bruscamente.

"Mateo me dijo... me dijo que piensas que yo quiero tu amuleto para hacerte daño," continuó, con un puchero. "Jamás haría algo así. Tú sabes cuánto te quiero. Solo estoy nerviosa por el baile. Eres la mejor bailarina que conozco, y pensé que... que un poco de tu fuerza me ayudaría." Su actuación era impecable. Parecía una víctima inocente.

La miré directamente a los ojos, sin expresión en mi rostro.

"¿Ya terminaste tu teatro, Elena?"

Ella parpadeó, las lágrimas se detuvieron a medio camino.

"¿Qué?"

"Dije que si ya terminaste con la actuación," repetí, mi voz plana y fría. "Porque a mí no me engañas. Sé perfectamente lo que quieres. Y sé lo que le has estado metiendo en la cabeza a este," dije, señalando a Mateo con la barbilla.

"¡Sofía, cómo puedes ser tan cruel!" exclamó Mateo, poniéndose delante de Elena como un escudo. "¡No ves que está sufriendo! ¡Tú, con tu egoísmo, la estás lastimando!"

"¿Ah, sí?" le respondí, levantando una ceja. "¿Sufriendo? ¿O está frustrada porque su plan no funcionó? Dile que deje de fingir. A las dos nos ahorra tiempo."

Elena, al ver que su papel de víctima no funcionaba, cambió de táctica. Su rostro se endureció.

"Eres una egoísta, Sofía. Siempre lo has sido. Crees que el mundo gira a tu alrededor solo porque tu abuela era la curandera y a ti te enseñó a bailar. ¡Hay gente con más talento que tú!"

"Puede ser," admití con calma. "Pero el amuleto es mío. Y no te lo voy a dar. Así que pueden irse por donde vinieron."

"¡No seas así, Sofía!" intervino Mateo de nuevo, su paciencia agotada. "Elena es frágil, ha sufrido mucho en la vida. Deberías tener más compasión. ¡Dale el amuleto y deja de hacer dramas!"

Su ceguera era casi cómica. Defendía a la víbora que lo iba a destruir.

No dije nada más. Simplemente los miré a los dos, a la pareja de traidores, y les cerré la puerta en la cara. Escuché sus gritos de frustración afuera, pero ya no me afectaban.

Me di la vuelta y miré mi pequeño cuarto. Ya no era mi hogar. Era una jaula de recuerdos dolorosos y falsas esperanzas.

Fui a mi armario y saqué una pequeña maleta de lona. Empecé a empacar. Poca ropa, los ahorros que tenía escondidos, y lo más importante, el retrato de mis padres y mi hermano.

No sabía exactamente a dónde iría, pero sabía que tenía que irme. Lejos de ellos. Lejos de este pueblo que se había convertido en un escenario para mi tragedia. Tenía que encontrar a mi hermano. Tenía que empezar de nuevo, y esta vez, sería yo quien escribiera el final de la historia.

            
            

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