El Último Adiós de Amor
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Capítulo 3

Los días siguientes fueron una niebla de pasillos de hospital y conversaciones en voz baja con los doctores.

Las noticias no eran buenas.

"La condición de Sofía es delicada", le dijo un doctor con cara de cansancio, evitando mirarla a los ojos. "Su sistema está muy debilitado. Necesita un tratamiento más agresivo, pero es... costoso. Y no lo cubrimos aquí."

Las palabras no dichas flotaban en el aire: sin dinero, no había esperanza.

Ximena sintió que el suelo desaparecía bajo sus pies. Tenía que conseguir ese dinero, como fuera.

Esa noche, de vuelta en casa por unas horas para ducharse y buscar algo de ropa limpia, se sentó en el sofá y, por puro masoquismo, abrió Facebook en su teléfono.

Y allí estaba.

Una foto publicada por Susana hacía apenas una hora.

Era una selfie de ella y Ricardo, sonriendo a la cámara. Detrás de ellos se veía un restaurante lujoso, con manteles blancos y copas de vino. Susana lucía un collar de diamantes que brillaba incluso en la foto.

El texto debajo de la imagen era lo que terminó de romper a Ximena.

"Celebrando la vida con mi ángel guardián, Ricardo. Gracias por cuidarnos tanto a mí y a mi Pedrito. Eres el hombre más generoso y de buen corazón que conozco. #Bendecidos #FamiliaEsTodo"

La bilis le subió por la garganta.

Generoso. De buen corazón.

Mientras su hija luchaba por cada respiro en una cama de hospital público, él celebraba la vida con su otra familia, gastando fortunas en lujos.

La rabia de Ximena ya no era un fuego lento, era una explosión.

Sin pensarlo dos veces, con los dedos temblando, escribió un comentario debajo de la foto de Susana.

No fue un insulto, ni un grito. Fue una simple y devastadora verdad.

"Mientras celebran, su hija, Sofía, está en el hospital luchando por su vida. El doctor dice que necesita un tratamiento que no podemos pagar. Qué bueno que a ti te alcance para collares de diamantes, Susana. Se ve que Ricardo tiene claras sus prioridades. #BendecidosDeVerdad"

Apretó "publicar" y sintió una extraña mezcla de terror y liberación.

No pasaron ni cinco minutos.

Su teléfono sonó. Era Ricardo.

"¿Se puede saber qué demonios te pasa?", gritó él, sin siquiera decir hola. "¿Estás tratando de arruinarme la vida? ¡Susana está llorando! ¡La gente está comentando, preguntando cosas! ¡Borra eso ahora mismo!"

"No", dijo Ximena, su voz sonaba extrañamente calmada. "No voy a borrar la verdad."

"¿Qué verdad? ¡La verdad es que eres una mujer amargada y envidiosa! ¡No soportas ver que estoy rehaciendo mi vida y ayudando a gente que de verdad lo necesita!"

"¿Y tu hija no lo necesita, Ricardo? ¿Tu hija no es 'gente de verdad'?"

"¡Sofía está enferma, sí, es una tragedia! ¡Pero no es mi culpa! ¡Yo te mando dinero! ¡Si no te alcanza es tu problema! ¡Susana y Pedrito están solos, me necesitan!"

"Te necesitan para comprarles joyas y llevarlos a restaurantes caros, querrás decir."

"¡Estás loca!", gritó él. "¡Completamente loca! ¡Esto es el colmo! ¡Ya verás, Ximena, esto no se va a quedar así!"

Colgó.

Ximena se quedó en silencio, el teléfono aún en su oreja.

La conversación no le había dolido. Ya no.

Solo había confirmado lo que sospechaba en lo más profundo de su corazón roto.

Para Ricardo, ella y Sofía ya no existían. Eran un recuerdo molesto, una obligación de la que intentaba deshacerse.

Durante años, se había sentido culpable, como si ella no fuera una esposa lo suficientemente buena, como si no hubiera hecho lo suficiente para mantener unida a su familia.

Ahora veía la verdad con una claridad brutal.

No había nada que ella pudiera haber hecho.

Ricardo la había abandonado mucho antes de irse de casa.

La había abandonado en el momento en que decidió que su dinero, su tiempo y su afecto pertenecían a alguien más.

Había estado viviendo con un extraño, un hombre con una doble vida, un monstruo disfrazado de esposo y padre.

Y ella, como una tonta, había estado completamente ciega.

La venda había caído. Y la vista era horrible.

Pero por primera vez en mucho tiempo, Ximena no sintió miedo.

Sintió una determinación fría como el acero.

Él había declarado la guerra. Y ella no pensaba rendirse.

            
            

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