Llamó a Ricardo esa noche, preparada para la pelea. Sorprendentemente, él sonaba menos agresivo, casi conciliador, probablemente por el escándalo en redes sociales.
"Sí, claro que iré a verla", dijo, con una amabilidad que sonaba falsa. "De hecho, pensaba ir pronto. Para su cumpleaños. Le llevaré una gran sorpresa."
Ximena sintió una punzada de desconfianza.
"¿Qué sorpresa?"
"Es una sorpresa, Ximena. No seas así. Solo dile que su papá no se ha olvidado de ella y que la quiere mucho."
Ximena colgó, sintiendo un nudo en el estómago. Sabía que era una trampa, una forma de calmar las aguas, pero cuando le dio el mensaje a Sofía, la reacción de su hija borró todas sus dudas, al menos por un momento.
Los ojos de Sofía se iluminaron como no lo habían hecho en meses.
"¿De verdad? ¿Papá va a venir? ¿Y me traerá una sorpresa?"
"Eso dijo, mi amor."
"¡El piano!", exclamó Sofía, aplaudiendo con sus manitas débiles. "¡Seguro es el piano!"
La esperanza de Sofía era una cosa hermosa y terrible.
Durante las siguientes dos semanas, Sofía vivió para esa promesa. Hablaba del piano todo el tiempo, dibujaba pianos, le contaba a la enfermera que venía a revisarla que su papá le iba a regalar el mejor piano del mundo.
Ximena observaba todo con el corazón encogido, una mezcla de alegría por verla tan animada y un pánico creciente por la inevitable decepción.
Mientras tanto, Ricardo seguía ausente.
Las publicaciones de Susana en redes sociales no se detuvieron. Un fin de semana en la playa. Un día de campo con Pedrito montando a caballo. Ricardo comprándole a Susana un bolso de diseñador.
La vida de ellos era una fiesta continua, mientras Ximena contaba cada centavo.
La medicina de Sofía se estaba acabando de nuevo, y el dinero que Ricardo había enviado después de la pelea en línea ya se había esfumado.
Con el alma rota, Ximena fue a una casa de empeño y vendió la única joya de valor que tenía: una delgada cadena de oro que su abuela le había regalado.
El dinero apenas alcanzó para una semana más de tratamiento.
El día antes del cumpleaños de Sofía, Ricardo llamó.
Ximena sintió un vuelco en el corazón. ¿Quizás, solo quizás, cumpliría su palabra?
"Oye, Ximena, necesito que busques mi acta de nacimiento, la dejé en el cajón de la cómoda. Susana la necesita para un trámite de la escuela de Pedrito."
Ni un "¿cómo está Sofía?". Ni una mención al cumpleaños.
"Mañana es su cumpleaños, Ricardo", dijo Ximena, la voz plana, sin emoción.
"Ah, sí, claro. Feliz cumpleaños para ella. Oye, ¿me haces el favor con el acta?"
"Le prometiste que vendrías. Le prometiste una sorpresa."
Hubo una pausa. Ximena pudo oír la voz de Pedrito de fondo, quejándose de algo.
"Sobre eso...", comenzó Ricardo, y Ximena supo lo que venía. "Surgió un imprevisto con Pedrito, tiene un torneo de fútbol mañana, es muy importante para él, no puedo faltar."
"¿Y el cumpleaños de tu hija no es importante?"
"¡No empieces, Ximena! Ya te dije que iré después. Y la sorpresa... bueno, ya se la di."
Un hielo se instaló en el pecho de Ximena.
"¿De qué hablas?"
"Sí", dijo Ricardo, con una ligereza que era pura crueldad. "Le compré a Pedrito la nueva consola de videojuegos que tanto quería. ¡Tenías que ver su cara! Le encantó. Así que ya cumplí."
Ximena sintió que el aire le faltaba.
El regalo. La sorpresa. Nunca fue para Sofía.
Fue para Pedrito.
"¡Eres un monstruo!", gritó Ximena, perdiendo el control. "¡Un monstruo egoísta y cruel! ¡Le diste esperanzas a tu hija moribunda solo para romperle el corazón!"
"¡No me grites!", respondió él. "¡La culpa es tuya por hacerle creer esas fantasías! ¡Yo nunca dije que era un piano!"
De repente, otra voz se unió a la llamada, la voz chillona y venenosa de Susana.
"¡Deja en paz a mi Ricardo, maldita vividora! ¡Solo sabes pedir dinero y quejarte! ¡Si tu hija está así es porque eres una mala madre!"
"¡Tú cállate, bruja!", escupió Ximena.
"¡Ya basta!", intervino Ricardo. "Estoy harto de tus dramas, Ximena. Harto. Si no te gusta, si tanto te quejas de todo, entonces nos divorciamos y se acabó."
La amenaza que antes la hubiera aterrorizado, ahora sonaba como una liberación.
Ximena respiró hondo, mirando la puerta de la habitación de Sofía.
"Sí", dijo, con una calma que lo sorprendió. "Divorciémonos."
Colgó el teléfono.
Se quedó de pie en medio de la sala, temblando.
La puerta de la habitación se abrió lentamente.
Sofía estaba allí, con su pijama de unicornios, sus ojos llenos de lágrimas que no había derramado.
Había escuchado todo.
"Mami", susurró, con la voz rota. "¿Y mi piano?"