Mi tía Elena, la CEO de una de las casas de moda más importantes del país, me miró desde detrás de su enorme escritorio de caoba. Su rostro, siempre impecable, mostraba una mezcla de impaciencia y preocupación. Llevaba un traje sastre color marfil que gritaba poder, y sus ojos afilados me analizaban como si yo fuera una tela defectuosa.
"Sofía, hemos hablado de esto. El compromiso con Carlos Torres es una alianza estratégica. Es bueno para la familia, es bueno para la empresa, y es bueno para ti. Él es el empresario del momento."
"No lo es," susurré, sintiendo una ola de náuseas.
En mi vida pasada, yo también creí eso. Creí que Carlos Torres, con su sonrisa encantadora y su aura de éxito, era mi príncipe azul. Me confundió con su verdadero amor, o eso me hizo creer. Me prometió un paraíso eterno mientras, a mis espaldas, cavaba mi tumba.
Recuerdo el frío del metal contra mi piel, el olor a gasolina y el sonido de su risa mezclado con el de Blanca Ruiz, su amante. Me dejaron por muerta, arruinada y humillada. Pero de alguna manera, volví. Desperté en mi cama, tres años antes de la tragedia, el día en que se anunciaría oficialmente mi compromiso con él.
No fue un sueño. El terror que sentía era demasiado real, un veneno helado que corría por mis venas.
"Sofía, ¿qué te pasa? Has estado actuando de forma muy extraña estos dos días," dijo mi tía, suavizando un poco su tono. "¿Es por los nervios de la boda?"
Negué con la cabeza, juntando las pocas fuerzas que me quedaban. Me levanté del sofá, mis piernas temblaban. Me apoyé en su escritorio, mirándola directamente a los ojos.
"Tía, quiero cumplir mi compromiso con la familia Delgado."
Mi tía Elena frunció el ceño, confundida. "¿Los Delgado? ¿Los productores de aguacate del norte? Sofía, ese fue un acuerdo verbal que tu padre hizo hace años, antes de morir. Fue más una broma entre amigos que un compromiso real."
"Para mí es real," dije con una firmeza que no sabía que poseía. "Papá me lo prometió. Dijo que Ricardo Delgado era un hombre de bien."
"Un ranchero, Sofía. Vas a dejar al empresario más cotizado de la Ciudad de México por un ranchero." Su voz estaba cargada de incredulidad.
"Sí," afirmé. "Lo haré."
Sabía que en mi vida anterior, Ricardo Delgado había permanecido soltero. Había respetado el vago pacto que nuestros padres hicieron, incluso después de mi matrimonio con Carlos. Era un hombre de honor, algo que Carlos Torres ni siquiera podía fingir ser.
Justo en ese momento, la puerta de la oficina se abrió de golpe, sin previo aviso.
Carlos Torres entró como si fuera el dueño del lugar. Su traje hecho a medida se ajustaba perfectamente a su cuerpo atlético, su cabello estaba peinado hacia atrás con una precisión milimétrica y su sonrisa era una máscara de encanto calculador. Pero yo ya no veía al hombre carismático, veía al monstruo que se escondía debajo.
"Elena, querida," dijo con voz melosa, ignorándome por completo al principio. "Espero no interrumpir. Vine a buscar a mi prometida. Parece que se ha perdido."
Luego, sus ojos se posaron en mí. La sonrisa desapareció, reemplazada por una frialdad cortante que me heló la sangre.
"Sofía. ¿Qué demonios estás haciendo aquí? Deberías estar en casa, preparándote para la fiesta de compromiso de esta noche."
Su voz era baja, pero cargada de una amenaza implícita. Era el tono que usaba justo antes de que su ira explotara.
Me quedé en silencio, paralizada por un instante por el pánico que su presencia me provocaba. Mi cuerpo recordaba el dolor antes que mi mente. Apreté mis manos en puños, clavándome las uñas en las palmas para mantenerme anclada en el presente. Dirigí mi mirada suplicante a mi tía. No podía hablar, pero mis ojos gritaban por ayuda.
Mi tía captó la señal. Se levantó, interponiéndose entre Carlos y yo. Su presencia era imponente.
"Carlos, Sofía y yo estábamos teniendo una conversación privada," dijo con una voz firme y autoritaria. "Ella no se siente bien. Creo que lo mejor será posponer la fiesta de esta noche."
Carlos soltó una risa seca, incrédula. "¿Posponer? Elena, toda la prensa está invitada. Nuestros socios, nuestros inversionistas. Esto no es un juego de niños. Es nuestro futuro."
Se acercó más, su mirada fija en mí, ignorando a mi tía.
"Sofía, ven aquí. Vámonos a casa."
No me moví.
Mi tía Elena dio un paso al frente. "Ella se quedará conmigo. Ahora, si me disculpas, tenemos mucho de qué hablar. Mi asistente te acompañará a la salida."
La mandíbula de Carlos se tensó. Por un segundo, pareció que iba a desafiar a mi tía, pero Elena era una de las pocas personas en la ciudad cuyo poder rivalizaba con el suyo. Él sabía que no podía ganar una confrontación directa en su territorio.
Dio un paso atrás, recuperando su falsa compostura.
"Muy bien. Como quieras," dijo, su voz peligrosamente suave. Se inclinó hacia mí, lo suficientemente cerca para que solo yo pudiera oírlo. "Puedes esconderte detrás de tu tía todo lo que quieras, Sofía. Pero eres mía. Y harás lo que yo te diga."
Se enderezó, le dedicó una sonrisa tensa a mi tía y se fue, cerrando la puerta con una fuerza contenida que hizo vibrar los cristales.
En cuanto se fue, mis piernas cedieron y caí de rodillas, temblando incontrolablemente. Mi tía corrió a mi lado, su rostro ahora lleno de una genuina alarma.
"Sofía, por Dios, ¿qué está pasando? ¿Ese hombre te ha hecho algo?"
Yo solo podía llorar, liberando la tensión de los últimos dos días. Lloraba por la vida que perdí y por la pesadilla que acababa de empezar de nuevo.