Cuando tenía seis años, jugando a las escondidas con mis primos en la vieja casa de mis abuelos, me escondí en un baúl antiguo. La tapa se cerró de golpe y el pestillo se atascó. Grité y golpeé hasta que mis nudillos sangraron y mi voz se quebró, pero nadie me escuchó. Me encontraron horas después, casi inconsciente por la falta de aire.
Ese mismo terror infantil, puro y primario, resurgió en la bodega.
Las sombras en las esquinas comenzaron a tomar formas. Veía ojos que me observaban, figuras que se arrastraban justo en el borde de mi visión. Susurraban mi nombre.
"Sofía... Sofía..."
Mi respiración se volvió errática. Empecé a hiperventilar, arañando el suelo de cemento con mis uñas. La realidad se desdibujaba, mezclándose con mis peores pesadillas.
En medio de esa locura, vi una luz. Una luz cálida y suave que emanaba de la esquina opuesta. En esa luz, aparecieron mis padres. Mi madre, con su sonrisa amable, y mi padre, con sus ojos llenos de amor. Estaban como los recordaba antes del accidente que se los llevó.
"Mamá... Papá..." susurré, arrastrándome hacia ellos. Las lágrimas corrían por mis mejillas, pero esta vez no eran de miedo, sino de un anhelo desesperado.
"Estamos aquí, mi niña," dijo mi madre, su voz como una caricia. "Todo está bien. Ven con nosotros."
"Ya no tienes que sufrir," añadió mi padre, extendiendo su mano hacia mí.
Estaba tan cerca. Tan cerca de la paz. Tan cerca de escapar de este infierno. Estiré mi mano para tomar la de mi padre...
Y entonces, un ruido estruendoso rompió el hechizo. La puerta de la bodega se abrió de golpe, inundando el cuarto con la luz brillante del pasillo.
"¡Sofía!"
La voz de mi tía Elena era un ancla que me devolvió a la brutal realidad. La visión de mis padres se desvaneció. Estaba sola, en el suelo frío, temblando y llorando.
Mi tía corrió hacia mí, quitándose el saco para envolverme. Su rostro estaba pálido de furia. Detrás de ella, Carlos la miraba con una expresión de molesta indiferencia.
"¿Qué demonios crees que estás haciendo?" le gritó mi tía, su voz resonando en el pasillo. "¡Podría haber muerto aquí dentro!"
Carlos se encogió de hombros, sin una pizca de remordimiento. "Solo le estaba dando una lección. Necesita aprender a respetar. Además, no exageres, Elena. Solo ha estado aquí un par de horas."
"¡Lárgate de mi casa, Carlos!" ordenó mi tía. "¡Ahora mismo! Y reza para que no presente cargos."
Carlos la miró con desdén. "No harás nada, Elena. Me necesitas tanto como yo te necesito. Y ella," dijo, señalándome con la barbilla, "volverá a mí. Siempre lo hace."
Se dio la vuelta y se fue, silbando una melodía despreocupada.
Mi tía me ayudó a levantarme y me llevó a mi habitación. Me sentó en la cama, pero yo seguía perdida. Miraba un punto fijo en la pared, mi mente en blanco. El trauma me había dejado vacía, hueca. No sentía nada. Ni miedo, ni ira, ni tristeza. Solo un vacío inmenso.
Mientras mi tía llamaba a su médico personal, pude escuchar a dos empleadas del servicio doméstico susurrando en el pasillo.
"Pobre señorita Sofía," dijo una.
"El señor Torres es un monstruo," respondió la otra. "Lo vi salir con esa mujer, la tal Blanca. Se estaban riendo. Él le dijo que la llevaría de compras a París para compensarla por el 'susto' que Sofía le dio."
Las palabras flotaron en el aire y aterrizaron en el vacío de mi mente. Riendo. Se estaban riendo mientras yo estaba encerrada en la oscuridad, perdiendo la razón.
En mi vida pasada, después de que me dejaran por muerta, sentí una desesperación abrumadora. Pero ahora, en ese momento, algo diferente comenzó a crecer en mi interior. No era desesperación. Era una rabia fría y dura como el acero.
No iba a dejar que me destruyeran otra vez. No iba a ser su juguete, su víctima.
Lucharía.
Cuando mi tía colgó el teléfono y se acercó a mí, la miré con una claridad que la sorprendió.
"Tía," dije, mi voz aún débil pero firme. "Llama a los Delgado. Diles que acepto. Me casaré con Ricardo Delgado. Me iré al norte. Lo más lejos posible de aquí."
Mi tía me miró, vio la determinación inquebrantable en mis ojos, y esta vez, no discutió. Simplemente asintió.