Acepté su oferta sin dudar. Donaría mi conciencia para su investigación sobre la Plaga. A cambio, me liberarían. Una extracción de conciencia, lo llamaban. Un final definitivo para mí, pero una oportunidad para que mi alma, o lo que quedara de ella, dejara de ser una herramienta.
"No le digas a nadie," me advirtió. "El procedimiento es experimental. Nadie debe saberlo."
"No pensaba hacerlo," dije. "¿A quién podría importarle?"
La llamada terminó. Me quedé mirando la pantalla oscura, mi propio reflejo me devolvía la mirada. Era el rostro de Valeria, mi hermana gemela, pero los ojos eran míos. Cansados, duros, llenos de una soledad que nadie aquí quería ver.
Salí de la sala y el ruido del refugio me golpeó. Risas, conversaciones, el sonido de la vida que yo protegía. Pero para ellos, yo era solo la anomalía, la presencia no deseada que aparecía cuando el peligro acechaba.
Me apoyé contra la pared fría del pasillo. Mi primo Roy y mi novio Máximo solo querían a la "dulce" Valeria. La Valeria que se escondía en lo más profundo de nuestra mente compartida cada vez que el miedo la paralizaba.
Fue por su miedo que yo nací.
Recuerdo el día del colapso. El mundo se vino abajo. Edificios cayendo, gritos, el olor a polvo y sangre. Valeria, con solo quince años, se quedó congelada, un blanco fácil. En ese pánico, en su terror absoluto, emergí yo. Tomé el control, la arrastré fuera de los escombros y la mantuve a salvo.
Encontré este lugar, La Fortaleza. Luché, maté Errantes, aseguré las murallas. Roy y Máximo se unieron a mí, o más bien, a nosotras. Al principio, me admiraban. La luchadora, la superviviente. Máximo se enamoró de mi fuerza. Roy me respetaba por proteger a su prima.
Pero con el tiempo, la seguridad trajo complacencia. Empezaron a extrañar a Valeria. Su risa suave, su falsa inocencia, su manera de hacer que todos se sintieran fuertes y protectores. Mi pragmatismo, mi naturaleza directa, mi incapacidad para las pequeñas mentiras sociales, empezaron a ser una molestia.
Me convertí en la herramienta que sacaban de la caja cuando había problemas y que guardaban con desdén cuando todo estaba en calma.
"¡Cata! ¿Qué haces ahí parada?"
La voz de Roy me sacó de mis pensamientos. Se acercaba con Máximo, ambos con el ceño fruncido.
"Mañana es nuestro cumpleaños," dijo Roy, sin una pizca de celebración en su voz. "Valeria debería poder disfrutarlo. Es su día."
Mi día también, quise gritar. Pero me tragué las palabras.
"Queremos que desaparezcas," continuó Roy, su tono era el de alguien que da una orden, no el de un primo que pide un favor. "Deja que ella tome el control. Se lo merece."
Miré a Máximo, buscando una pizca de apoyo, de amor. No encontré nada.
"Roy tiene razón, Cata," dijo Máximo, evitando mis ojos. "Valeria ha estado muy estresada últimamente. Necesita un día normal, un día feliz. Tu... presencia constante la pone nerviosa."
La ironía me quemó la garganta. Mi presencia constante se debía a que Valeria era demasiado cobarde para enfrentar el mundo. Yo solo existía porque ella se negaba a hacerlo. Recibía las sobras de su miedo, los momentos que ella no quería vivir.
"Está bien," dije, y el sonido de mi propia voz me sonó ajeno, vacío.
El alivio en sus rostros fue inmediato y doloroso. No les importaba mi sacrificio, solo les importaba su comodidad.
"Sabíamos que lo entenderías," dijo Máximo, intentando una sonrisa que no le llegó a los ojos. "Eres la fuerte."
Sí, yo era la fuerte. La que aguantaba, la que luchaba, la que se rompía en silencio para que ellos pudieran vivir su farsa de normalidad.
Mientras se alejaban, planeando la fiesta de cumpleaños de Valeria, una certeza fría se instaló en mi corazón. Mi decisión era la correcta. No había nada aquí para mí. Nadie a quien despedir.
Siete días.
Siete días más y sería libre.