"Para que nunca olvides volar, Sofi", me dijo mientras me lo ponía en la mano, "no importa dónde estés, siempre puedes ser libre en tu mente".
Acaricié la madera gastada, el único objeto que tenía de él, el único que Elena no había encontrado y tirado a la basura.
La puerta se abrió de golpe, sin previo aviso.
Era Elena, su rostro estaba contorsionado por la furia.
Sus ojos se clavaron en el pajarito de madera que sostenía en mi mano.
"¿Qué es eso?", siseó.
Antes de que pudiera responder, se abalanzó sobre mí y me lo arrancó de la mano.
"¡Te he dicho mil veces que tires esta basura! ¡Él está muerto, entiéndelo! ¡MUERTO!".
Gritó la última palabra, y con un movimiento violento, intentó partir el pájaro con sus manos, la madera crujió, pero no se rompió.
Verla tratar de destruir mi único recuerdo de Miguel desató algo dentro de mí, un terror frío y visceral, su reacción era desproporcionada, demencial.
"¡Suéltalo!", grité, tratando de arrebatárselo.
En ese momento, Javier apareció en el umbral de la puerta.
"¿Qué pasa aquí?".
Al instante, la furia de Elena se desvaneció, como si alguien hubiera apagado un interruptor, soltó el pájaro, que cayó a la alfombra, y su rostro se transformó en una máscara de preocupación.
"Nada, cariño", dijo con una voz suave y melosa, "es solo que Sofía sigue aferrada al pasado, me duele verla sufrir así".
Se acercó a mí y me puso una mano en el hombro, un gesto que debería ser reconfortante, pero que me provocó un escalofrío.
Fue entonces cuando lo vi.
Mientras su mano descansaba sobre mi hombro, sus dedos se crisparon ligeramente, y en el dorso de su mano, justo debajo de los nudillos, la piel pareció... parpadear.
Fue solo un instante, una pequeña distorsión, como una interferencia en una pantalla vieja, un glitch visual que desapareció tan rápido como llegó.
Parpadeé, confundida, ¿había imaginado eso?
Pero entonces, un recuerdo claro como el agua inundó mi mente, mi verdadera madre, mi mamá, tenía una pequeña cicatriz en forma de media luna en ese mismo lugar, se la hizo con un cuchillo mientras cortaba limones para hacer agua fresca, yo estaba a su lado, recuerdo la sangre, sus quejas, y la marca pálida que le quedó para siempre.
Miré la mano de Elena de nuevo, su piel era lisa, perfecta, sin ninguna marca.
Un frío helado me recorrió la espalda, un frío que no tenía nada que ver con el miedo, sino con una revelación monstruosa.
Esta mujer... no era mi madre.
Mi mente se quedó en blanco, el suelo pareció desaparecer bajo mis pies, si ella no era mi madre, ¿quién era? ¿Y dónde estaba mi verdadera madre? ¿Y Javier?
Levanté la vista hacia Javier, que nos observaba desde la puerta con una expresión indescifrable, también era un impostor.
Tenía que serlo.
Todo era una mentira.
Mi vida entera con ellos, una completa y absoluta mentira.
Elena debió notar el cambio en mi expresión, porque su agarre en mi hombro se apretó, volviéndose doloroso.
"Sofía, nos debes todo", dijo, su voz volviendo a ser dura y controladora, "no seas malagradecida, ahora, lávate la cara y baja al coche, no lo repetiré de nuevo".
Su amenaza flotaba en el aire, pesada y real.
Asentí lentamente, sin atreverme a mirarla a los ojos, no podía dejar que vieran el terror y la verdad que acababa de descubrir.
"Sí", susurré, "tienes razón, perdón".
Recogí el pajarito del suelo, apretándolo con fuerza en mi puño.
Tenía que fingir, tenía que obedecer, pero mientras caminaba hacia el baño, una sola idea se formó en mi mente, clara y afilada como un cristal roto.
Tenía que escapar.