Cuando bajé, Javier ya me esperaba junto a la puerta principal, su postura era rígida, autoritaria.
"Apúrate, Sofía".
No dijo nada más, pero no hacía falta, la amenaza seguía presente.
Elena apareció detrás de mí y me puso una mano en la espalda, empujándome suavemente hacia la salida.
"Vamos, cariño, todo saldrá bien, ya verás".
Su voz era dulce de nuevo, pero ahora sonaba falsa, artificial, como el plástico.
Mientras caminaba hacia el coche, miré de reojo a Javier, me fijé en sus manos, en su cuello, buscando algo, cualquier cosa.
Y lo encontré.
Justo detrás de su oreja izquierda, en el lóbulo, tenía un pequeño lunar, uno que yo conocía bien porque mi padre, el verdadero, siempre bromeaba con que era su "botón de la suerte".
El hombre que caminaba a mi lado, el que se hacía llamar Javier, no lo tenía.
La piel era lisa, sin ninguna marca.
La confirmación me golpeó como una ola de agua helada, ahogando la poca esperanza que me quedaba, ambos eran impostores, dos extraños que se hacían pasar por mis padres.
Un pensamiento terrible cruzó mi mente, ¿le habrían hecho lo mismo a Miguel? ¿Lo atraparon con promesas falsas, con caras amigables que ocultaban monstruos?
El mensaje de mi hermano ahora tenía todo el sentido del mundo.
"Es una trampa".
No se refería al examen, se refería a ellos, a toda esta vida falsa que habían construido a mi alrededor.
Me metieron en el asiento trasero del coche, Elena se sentó a un lado y Javier al otro, bloqueándome, sentí una claustrofobia repentina, el aire en el coche se sentía denso, irrespirable.
Javier arrancó el motor y salimos a la calle.
Miré por la ventanilla, las casas y los árboles pasaban borrosos, mi mente trabajaba a toda velocidad, buscando una salida, una oportunidad.
¿Podría abrir la puerta y saltar en un semáforo? No, seguramente la bloquearon, además, me alcanzarían en segundos.
¿Gritar? ¿Pedir ayuda? ¿Quién me creería? Una adolescente histérica acusando a sus "perfectos" padres adoptivos, me tomarían por loca, justo como ellos querían.
"¿Estás más tranquila, Sofía?", preguntó Javier, mirándome por el espejo retrovisor.
Su tono era casual, como si la escena en mi cuarto nunca hubiera ocurrido.
"Sí", mentí, manteniendo mi voz lo más estable posible, "solo eran nervios".
"Es normal", dijo Elena, acariciándome el brazo, su tacto me hizo estremecer, "pero todo este esfuerzo valdrá la pena, tendrás un futuro brillante, una vida que nunca hubieras soñado en México".
Sus palabras estaban diseñadas para ser amables, pero sonaban como una sentencia.
Me prometían un futuro brillante mientras me mantenían en una jaula dorada.
Tenía que encontrar a Ricardo.
Ricardo era el mejor amigo de Miguel, crecieron juntos, eran como hermanos, él también había cruzado a Estados Unidos un año antes que Miguel, y fue él quien nos ayudó a conseguir los contactos para que mi hermano viniera.
Después de la "muerte" de Miguel, Ricardo fue el único que pareció entenderme, aunque también creía que Miguel se había ido, respetaba mi dolor y nunca me presionó para que lo "superara".
No lo había visto en meses, Elena y Javier se habían encargado de alejarme de cualquiera que tuviera un vínculo con mi vida anterior, decían que era "por mi bien", para que pudiera "empezar de cero".
Ahora entendía por qué.
Necesitaba contactar a Ricardo, él era mi única esperanza, si alguien podía ayudarme a entender qué estaba pasando, era él.
Pero para eso, primero tenía que escapar de este coche.