Un escalofrío me recorrió la espalda, no era solo por la traición que acababa de descubrir, era un eco del pasado, un recuerdo vívido y doloroso de una vida anterior donde ya había vivido esta pesadilla, y había terminado destrozada.
En esa otra vida, yo no escuché la conversación, no supe del plan, un día simplemente llegué a casa y Pedrito no estaba, Jorge, con los ojos llenos de falsas lágrimas, me acusó de negligente, de haberlo perdido por estar tan ocupada con mi "mugroso trabajo".
La policía me interrogó, los vecinos me señalaban, mis propios padres, avergonzados, me dieron la espalda, mi madre lloraba diciendo que yo era una "salada", una mujer de mala suerte que había traído la desgracia a la familia.
Me volví loca de dolor y culpa, creí ciegamente en la mentira de Jorge, dejé mi puesto de tamales, vendí las pocas joyas de oro que mi abuela me había dejado y empecé a buscar a mi hijo, recorrí el país con su foto en la mano, preguntando en cada pueblo, en cada ciudad.
Comía poco, dormía en albergues o en la calle, el frío del invierno se me metía en los huesos, pero yo seguía, impulsada por la esperanza de encontrar a mi Pedrito.
Jorge se divorció de mí rápidamente, se quedó con la casa y con todo, alegando que yo había enloquecido, pero incluso después de eso, yo, en mi estupidez y mi bondad, le seguía mandando dinero cada mes a su madre, mi ex suegra, porque me preocupaba que no tuvieran para comer.
Pasaron los años, mi cabello se llenó de canas, mi rostro se arrugó por el sol y la preocupación, me convertí en una sombra de lo que fui.
Un día, una supuesta "pista" me llevó a una fiesta elegante en la Ciudad de México, una fiesta de cumpleaños para un importante empresario, esperanzada, pensé que quizás alguien allí había visto a mi hijo.
Entré al lujoso salón y el mundo se detuvo, en el centro de la fiesta, riendo a carcajadas, estaba Jorge, vestido con un traje caro, a su lado, radiante, estaba Esmeralda, y junto a ellos, un adolescente alto y bien vestido que me miró con desprecio, era Pedrito.
Estaba vivo, sano y feliz, nunca estuvo perdido, me habían engañado, me habían usado y desechado como basura, todo mi sacrificio, mis años de búsqueda, mi vida arruinada, todo había sido una farsa.
El shock fue tan grande que me desmayé allí mismo.
Ahora, de pie fuera de mi propia casa, ese recuerdo ardía en mi memoria, una advertencia, un mapa del dolor que me esperaba si no hacía nada. Pero esta vez era diferente, esta vez, yo conocía la verdad, esta vez, el guion lo escribiría yo. Las lágrimas de rabia se secaron y una fría determinación se apoderó de mí, no volvería a ser la víctima, no volvería a buscar a un hijo que me despreciaba, no volvería a llorar por un hombre que me traicionó, esta vez, Xochitl no iba a perder.