"No esta vez", me susurré a mí misma en la oscuridad. "Esta vez, el juego será diferente".
El recuerdo de mi vida pasada era una herida abierta, pero también mi mejor arma, sabía exactamente lo que iban a hacer, cuándo y cómo, y eso me daba una ventaja que no pensaba desperdiciar.
Al día siguiente, mientras Jorge y Pedrito dormían, actué con la precisión de un cirujano, fui al pequeño baúl de madera donde guardaba mis ahorros de años vendiendo tamales, el dinero que había juntado para la universidad de Pedrito, lo saqué todo, hasta el último peso.
Luego, con cuidado, tomé las joyas de mi madre, un pequeño tesoro familiar que Jorge siempre había codiciado, las envolví en un pañuelo y las guardé junto al dinero en mi bolsa.
Mi siguiente parada fue la oficina de registro civil, mi corazón latía con fuerza, pero mis manos estaban firmes, tenía que hacerlo, por mí y por una pequeña niña que no tenía a nadie en el mundo.
Hacía unas semanas, mi colega Manuel, otro vendedor ambulante, había muerto en un trágico accidente, dejando huérfana a su hija de cinco años, Sofía, una niña de ojos grandes y tristes que se había quedado con una tía lejana que apenas podía cuidarla, yo había prometido a Manuel en su lecho de muerte que velaría por ella, y ahora iba a cumplir mi promesa, inicié los trámites de adopción, presenté mis documentos, mis ahorros como prueba de solvencia económica, sabía que sería un proceso largo, pero había dado el primer paso para construir mi nueva familia, una familia elegida, basada en el amor y no en la sangre traicionera.
Esa tarde, cuando volví a casa, actué con normalidad, preparé la cena, serví a Jorge y a Pedrito, soportando sus miradas de desprecio en silencio, ellos no sabían que estaba bailando al compás de mi propia música, una melodía de liberación que ellos no podían oír.
La noche del supuesto "secuestro" de Pedrito, yo ya estaba lista, mientras Jorge y Esmeralda ultimaban los detalles de su teatro, yo realicé mi último movimiento, empaqué una pequeña maleta con ropa y los documentos importantes, incluida la solicitud de adopción de Sofía.
Salí de la casa en silencio, como una sombra, sin mirar atrás.
Horas más tarde, cuando supe que Jorge ya habría "descubierto" la desaparición y la casa estaría llena de vecinos y policías, volví, mi rostro era una máscara de preocupación y angustia, pero por dentro, sentía una calma gélida.
La escena era justo como la recordaba de mi vida pasada, la casa revuelta para simular un forcejeo, Esmeralda "consolando" a un Jorge que lloraba a gritos, y los vecinos mirándome con acusación.
Pero esta vez, algo era diferente, cuando Jorge me gritó y me acusó, yo ya no sentía esa culpa desgarradora, solo sentía un profundo desprecio por su patética actuación.
Antes de que ellos pudieran ejecutar su plan de dejarme en la ruina, yo ya había asegurado mi futuro, había transferido mis ahorros a una nueva cuenta bancaria a la que solo yo tenía acceso, y los papeles de la adopción de Sofía ya estaban en proceso, había cortado los hilos antes de que el titiritero pudiera moverlos. Mi nueva vida estaba a punto de comenzar.