Me arrastra por los pasillos de la enorme hacienda, sus dedos se clavan en mi brazo como garras de acero.
Cada paso es una tortura. No me resisto, no tengo la fuerza.
Me empuja dentro de su estudio, un lugar oscuro y opresivo lleno de mapas, armas y el olor a tabaco rancio.
Me tira en una silla de cuero frente a su imponente escritorio de caoba.
"¿Quién te crees que eres para tocarla?" espeta, rodeando el escritorio para quedar frente a mí, imponente.
"Ella es la Reina de mi organización. Es una mujer de poder. ¿Y tú? ¿Tú qué eres?"
Se inclina, su rostro a centímetros del mío.
"No eres nada. Eres la hija de un traidor. Eres mi venganza. ¿Entendido?"
No respondo. Mi mente está en otro lugar, en un pequeño bulto de tierra en el patio, bajo un árbol solitario. El lugar donde enterré en secreto un mechón de mi pelo y un pedazo de la manta de mi bebé.
Una tumba simbólica para el hijo que nunca conocería.
Las lágrimas comienzan a caer por mis mejillas, silenciosas, calientes. No son por él, ni por su crueldad. Son por mi niña.
Él ve mis lágrimas y las malinterpreta como debilidad, como una victoria para él.
"Llora todo lo que quieras," dice con frialdad. "No cambiará nada. Tu padre se lo buscó."
Se sienta en su silla, se sirve un vaso de whisky y me mira fijamente.
"¿Quieres saber por qué te odio tanto, Sofía? ¿Quieres entender la magnitud de la traición de tu padre?"
No quiero, pero sé que me lo va a contar de todos modos. Es parte de la tortura.
"Cuando tu padre, ese santo líder comunitario, nos vendió a los federales, no solo perdí cien hombres," su voz se vuelve grave, cargada de un dolor antiguo. "Perdí a mi familia entera."
Toma un largo trago de whisky.
"Yo era joven, tenía dieciocho años. Mi padre, mis tíos, mis primos... todos estaban en una reunión en el rancho de mi abuelo. Tu padre les dio la ubicación exacta. Los federales no vinieron a arrestar. Vinieron a ejecutar."
Su mirada se pierde en el pasado, reviviendo el horror.
" Escuché los disparos desde la colina donde me habían mandado a vigilar. Vi el fuego, las columnas de humo. Cuando bajé, todo era... sangre. Cuerpos por todas partes. Mi madre, mi hermana pequeña... las habían... las habían..."
Su voz se quiebra por un segundo, un destello de vulnerabilidad que desaparece tan rápido como llegó.
"Las encontré en la capilla. Las habían torturado antes de matarlas. Tu padre no solo me quitó a mis soldados, me quitó todo."
Intento taparme los oídos. No quiero escuchar más.
"¡Cállate!" susurro, el cuerpo temblando.
Él se levanta de un salto, golpeando el escritorio con el puño. El vaso de whisky se estrella contra la pared.
"¡No! ¡Tú vas a escuchar!" grita, su dolor transformado de nuevo en furia dirigida a mí. "Tú vas a llevar el peso de los pecados de tu padre por el resto de tu miserable vida. El infierno que has vivido hasta ahora no es nada, Sofía. Nada. Apenas estoy empezando."
Su promesa resuena en la habitación, fría y definitiva, como el sonido de una pala cavando mi tumba.