Engaño y traición: su dulce castigo
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Capítulo 2

Lucía se fue poco antes del amanecer, deslizándose fuera de la casa con la misma discreción con la que había llegado. Ricardo la despidió con un beso rápido en la puerta, un gesto de un hombre que se deshace de un inconveniente temporal antes de volver a su verdadera vida, a su papel de prometido devoto. Sofía lo vio todo desde la pantalla de su teléfono.

Cuando el sol empezó a teñir el cielo de Ciudad de México, Ricardo comenzó su actuación. Recogió las copas de vino, ahuecó los cojines del sofá donde Lucía había estado recostada y roció un poco de ambientador para disipar cualquier rastro de su perfume. Era meticuloso, un criminal borrando la escena del crimen.

Luego, cogió su teléfono y llamó a Sofía. Ella dejó que sonara tres veces antes de contestar, esforzándose por poner una nota de cansancio en su voz.

"¿Mi amor? ¿Ya despertaste?", preguntó él, su tono cargado de una preocupación tan falsa que a Sofía le revolvió el estómago.

"Sí, Ricardo. Acabo de despertar", respondió ella, manteniendo su voz baja.

"¿Cómo te sientes? ¿Te está tratando bien la tía? Te extraño muchísimo, la casa se siente tan vacía sin ti."

Cada palabra era una mentira, una capa más de fango sobre la verdad que ella ahora conocía. Sofía se obligó a mantener la calma, a seguir el guion que él había escrito para ella.

"Estoy bien. Solo un poco cansada. Te llamo más tarde."

Colgó antes de que él pudiera seguir con su farsa. Se quedó mirando la pared desconchada de la habitación del hotel, sintiendo un vacío inmenso. La mujer que había amado a Ricardo estaba muerta, asesinada la noche anterior por la cruda realidad. En su lugar, había nacido alguien más, una mujer con un propósito claro y frío: escapar.

Más tarde ese día, cuando supuestamente regresó a casa, Ricardo la recibió con un abrazo y un torrente de cuidados. La llevó en brazos desde el coche hasta su silla de ruedas, le preparó un té y se sentó a sus pies, tomándole las manos.

"No vuelvas a irte tanto tiempo", le susurró, mirándola a los ojos. "No puedo vivir sin ti."

Sofía sintió la urgencia de reírse en su cara, de gritarle que sabía la verdad, que había visto su repugnante teatro. Pero se contuvo. La venganza, se dijo a sí misma, no era un arrebato de furia, era un plan ejecutado con precisión. Su libertad dependía de su silencio.

Los días siguientes fueron una tortura silenciosa. Ricardo estaba más atento que nunca, como si intentara compensar una culpa que creía secreta. Una noche, mientras veían una película, él se volvió hacia ella con una expresión seria, cuidadosamente ensayada.

"Sofía, he estado pensando mucho en nosotros, en nuestro futuro."

Ella esperó, su corazón latiendo con una calma gélida.

"Sé que el accidente nos quitó la posibilidad de tener hijos biológicos", continuó, su voz temblaba con una emoción fingida. "¿Qué pensarías si... si adoptáramos un bebé? Podríamos darle un hogar, una familia. Podríamos ser padres, mi amor."

Ahí estaba. La propuesta. El primer paso de su plan maestro. La estaba probando, midiendo su reacción, preparando el terreno para el niño de Lucía. Sofía sintió una oleada de náuseas. La audacia de su engaño era monumental.

Lo miró fijamente, dejando que el silencio se alargara. Vio la expectación en sus ojos, la ligera tensión en su mandíbula. Estaba esperando que ella se derritiera, que llorara de gratitud, que cayera en su trampa.

En lugar de eso, Sofía apartó la mirada y se encogió de hombros, un gesto de indiferencia calculada.

"No lo sé, Ricardo. No estoy segura de estar preparada para eso ahora. Es demasiado."

Su respuesta fue lo suficientemente ambigua como para no levantar sospechas, pero lo suficientemente fría como para desconcertarlo. Vio una sombra de frustración cruzar su rostro antes de que la reemplazara con una sonrisa comprensiva.

"Claro, mi vida. Tienes razón. Tómate tu tiempo. Solo quería que supieras que estoy pensando en nosotros."

Se inclinó para besarla, pero ella giró la cabeza ligeramente, y el beso aterrizó en su mejilla. Él no insistió, pero Sofía sintió su creciente impaciencia. Su plan tenía un cronograma, y ella acababa de introducir un retraso inesperado.

Esa noche, cuando estuvo segura de que él dormía profundamente, Sofía se deslizó fuera de la cama. De pie, en la oscuridad de su habitación, sintió el poder regresar a sus piernas, una fuerza que había mantenido oculta durante tanto tiempo. Caminó sin hacer ruido hasta su estudio.

Abrió su computadora portátil y revisó su correo. Allí estaba la confirmación de la casa de modas de París. El contrato estaba adjunto. También había un correo de una agencia de reubicación, con opciones de apartamentos y los pasos a seguir para obtener su visa de trabajo.

La libertad estaba a solo unas semanas de distancia. Solo tenía que sobrevivir a la farsa un poco más. Imprimió el contrato en silencio, lo firmó con una mano firme y luego lo escaneó, enviándolo de vuelta a París. La acción fue definitiva, un puente quemado.

Mientras la impresora zumbaba suavemente en la oscuridad, Sofía se permitió una pequeña y amarga sonrisa. Ricardo creía que la tenía atrapada en una silla de ruedas, dependiente y rota. No tenía idea de que ella ya estaba de pie, a punto de empezar a correr.

            
            

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