Lucía le sonrió a Sofía, una sonrisa que no llegaba a sus ojos fríos y calculadores.
"Será un placer cuidarte, Sofía. Ricardo me ha hablado tanto de ti. Me siento como si ya te conociera."
La habitación pareció encogerse. Tener a la amante de su prometido viviendo bajo su mismo techo, fingiendo ser su amiga y cuidadora, era una forma de tortura tan retorcida que solo una mente como la de Ricardo podría haberla concebido. Era un mensaje claro: "Yo tengo el control. Controlo tu cuerpo, tu casa y hasta a la mujer con la que te engaño."
Sofía no tuvo más remedio que aceptar. Cualquier protesta la habría delatado.
"Gracias, Lucía. Es... muy amable de tu parte", logró decir, su voz sonando hueca en sus propios oídos.
La dinámica del hogar cambió al instante. Cuando Ricardo estaba presente, Lucía era la cuidadora modelo. Le leía a Sofía, le preparaba sus comidas favoritas, la ayudaba con sus ejercicios de fisioterapia (ejercicios que Sofía ya no necesitaba), siempre con una sonrisa paciente y palabras amables.
Pero en cuanto Ricardo salía por la puerta, la máscara se caía. La amabilidad se convertía en un desdén apenas disimulado. Lucía "accidentalmente" colocaba el vaso de agua justo fuera del alcance de Sofía. Le "olvidaba" la comida en el microondas hasta que se enfriaba. Mientras la ayudaba a vestirse, sus comentarios eran pequeñas dagas verbales.
"Este color no te favorece, te hace ver pálida", decía, sosteniendo uno de los vestidos favoritos de Sofía. "Deberías usar algo más alegre, para no parecer tan... triste."
Una tarde, mientras Sofía intentaba dibujar, Lucía se paró detrás de ella, mirando por encima de su hombro.
"Tus diseños son bonitos", comentó, con un tono condescendiente. "Un poco clásicos, quizás. La moda ahora es más atrevida, más... viva."
Sofía apretó el lápiz digital con tanta fuerza que sus nudillos se pusieron blancos. Cada palabra era un recordatorio de que Lucía no solo le estaba robando a su hombre y su futuro, sino que también estaba invadiendo su pasión, su identidad.
La peor parte eran las noches. Sofía había insistido en que Lucía durmiera en la habitación de invitados, pero eso no la detuvo. Una noche, Sofía se despertó con un sonido en su habitación. Abrió los ojos y vio la silueta de Lucía de pie junto a la ventana, hablando por teléfono en un susurro audible.
"Sí, mi amor... Él está dormido... Te extraño... No puedo esperar a que este teatro termine y podamos estar juntos de verdad."
No había duda de con quién hablaba. Sofía cerró los ojos, fingiendo dormir, mientras la rabia y la humillación la consumían. Lucía estaba marcando su territorio, recordándole a Sofía su lugar en esa casa: el de una espectadora impotente de su propia destrucción.
Al día siguiente, Sofía se enfrentó a Ricardo.
"Lucía entró en mi habitación anoche. Estaba hablando por teléfono."
Ricardo frunció el ceño, su rostro una máscara de preocupación.
"¿Estás segura, mi amor? A lo mejor lo soñaste. Lucía me dijo que bajó a la cocina por un vaso de agua, nada más."
"No lo soñé, Ricardo. La oí."
Él suspiró, como si estuviera lidiando con una niña caprichosa.
"Hablaré con ella. Le pediré que sea más cuidadosa. Probablemente no quería despertarte. Sabes que solo quiere lo mejor para ti."
Su defensa automática de Lucía, su negativa a creerle, fue la última confirmación que necesitaba. Ya no quedaba nada que salvar. No sentía dolor, solo un cansancio profundo y una determinación helada.
Esa noche, mientras Ricardo roncaba suavemente a su lado, Sofía recordó una tarde soleada de hacía años, en un parque, cuando él le había propuesto matrimonio. Recordó la sinceridad en sus ojos, la promesa de un amor eterno. Era como ver una película de la vida de otra persona. La mujer que había recibido esa promesa ya no existía.
La actual Sofía, la que contaba los días para su partida, miraba al hombre que dormía a su lado y no sentía nada. Ni amor, ni odio. Solo un vacío inmenso. Era un extraño, y ella era una prisionera a punto de ejecutar su plan de fuga. Su corazón, que antes latía por él, ahora estaba en calma, preservando su energía para la vida que le esperaba al otro lado del océano.