Mi Ancla, Su Tormenta
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Capítulo 1

Ricardo es cinco años menor que yo, una diferencia de edad que, al principio, me llenaba de una inseguridad casi infantil, pero él siempre encontraba la manera de calmarme con promesas que sonaban a eternidad. Me decía que la edad era solo un número, que mi madurez era lo que lo había enamorado, que yo era su ancla, su faro en la tormenta, y yo, como una tonta, le creí cada palabra.

Me aferré a esas promesas como si fueran un salvavidas, sin darme cuenta de que él mismo se estaba convirtiendo en el mar embravecido que me ahogaría. La traición no llegó de golpe, fue un goteo lento y venenoso que se filtró en los cimientos de nuestra vida hasta que todo se vino abajo.

Esa noche, el silencio de la casa era pesado, casi podía masticarse. Ricardo estaba en la ducha, y el sonido del agua corriendo era el único ruido que rompía la quietud. Su teléfono, olvidado en la mesita de noche, vibró de repente, iluminando la pantalla con una llamada entrante.

Era un número desconocido. Instintivamente, mi corazón dio un vuelco. No contesté, simplemente observé cómo la pantalla se apagaba sola tras unos segundos. Pero la semilla de la duda ya estaba plantada. Una sensación fría y desagradable se extendió por mi pecho.

Esperé a que el sonido de la regadera se detuviera y, con un movimiento que me pareció ajeno, tomé su teléfono. Mis manos temblaban ligeramente mientras introducía la contraseña, una fecha que antes era significativa para ambos y que ahora se sentía como una burla.

No tuve que buscar mucho. En su aplicación de mensajería, un chat fijado en la parte superior llamó mi atención. El nombre era "Cami Bebé", acompañado de un emoji de corazón.

El avatar era el rostro de una chica muy joven, con una sonrisa fresca y provocadora, una de esas modelos que ves en Instagram y que parecen no tener ni una sola preocupación en el mundo.

Abrí la conversación y el aire se me escapó de los pulmones. Mensajes de "te extraño", "cuándo nos vemos", "anoche fue increíble". Y fotos, muchas fotos de ella en poses sugerentes, fotos que claramente no eran para un simple amigo. Mi mundo, que hasta ese momento parecía sólido y perfecto, comenzó a desmoronarse.

Seguí escarbando, con una mezcla de morbo y dolor que me revolvía el estómago. Entré a su perfil, era público. Camila, una modelo de veintipocos años, ambiciosa y con cientos de fotos posando en lugares caros.

Me detuve en una publicación reciente, una foto de un bolso de diseñador que yo misma había considerado comprar. El pie de foto decía: "Gracias por el regalito, mi amor. El mejor del mundo".

Y entre los comentarios, uno de un perfil falso que reconocí al instante como uno de los que Ricardo usaba para juegos en línea, decía: "Para mi reina". Pero lo que me destrozó fue encontrar, en sus historias destacadas, un comprobante de transferencia bancaria por 52,013.14 pesos.

Un número extrañamente específico. La nota de la transferencia era un simple "Para ti". Recordé vagamente una conversación con Ricardo sobre numerología y significados ocultos que a ella parecía fascinarle.

Una búsqueda rápida en internet me reveló el patético secreto: en ciertos círculos, esos números eran un código para "te amo, te extraño, te quiero besar". Sentí una náusea tan intensa que tuve que apoyarme en la pared. Él, que siempre se había burlado de esas "cursilerías", ahora las usaba para otra.

Con una frialdad que me sorprendió a mí misma, comencé a documentarlo todo. Entré a nuestra cuenta bancaria conjunta y busqué cada transferencia hecha a la cuenta de Camila.

No eran una ni dos, eran decenas de transferencias durante los últimos seis meses. Hoteles, restaurantes caros, tiendas de lujo. Cada transacción era una puñalada. Saqué mi propio teléfono y empecé a tomar fotos de la pantalla, capturando cada conversación, cada foto, cada transferencia.

Me aseguré de que las fechas y horas fueran visibles. Cuando terminé, con un cuidado meticuloso, marqué la conversación con "Cami Bebé" como no leída y dejé el teléfono exactamente donde lo había encontrado. Mi corazón estaba hecho pedazos, pero mi mente estaba extrañamente clara. La guerra acababa de empezar, y yo no pensaba perder.

            
            

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