Mi Ancla, Su Tormenta
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Capítulo 3

Cuando el sonido del coche de Ricardo se perdió en la distancia, me levanté y caminé por el departamento que habíamos construido juntos. Cada objeto parecía burlarse de mí. La foto de nuestra boda en la pared de la sala, nosotros dos sonriendo, ajenos a la mentira que ya se gestaba.

El sofá donde nos acurruábamos a ver películas. La cocina donde le preparaba sus platillos favoritos. Todo se sentía contaminado, manchado por su engaño. Me senté en el sofá y me quedé mirando la foto, tratando de encontrar una señal, una pista de la traición en sus ojos sonrientes. No había nada. Solo el reflejo de una mujer enamorada y ciega.

Mi mente trabajaba a toda velocidad, repasando cada detalle, cada conversación, cada excusa. ¿Por qué? ¿Qué había hecho mal? ¿Era la edad? ¿Me había vuelto aburrida? ¿Predecible? Y luego, la pregunta más dolorosa de todas: ¿quién era ella? Sabía su nombre, Camila. Sabía que era modelo.

Pero, ¿de dónde había salido? Ricardo no era de los que frecuentaban bares de moda o eventos de la farándula. Su círculo era pequeño y cerrado. Tenía que haber una conexión, un punto de origen que se me estaba escapando.

Cerré los ojos y empecé a rebobinar los últimos meses en mi cabeza. Las "cenas de trabajo" que se alargaban hasta la madrugada. Los "viajes de negocios" de fin de semana. Las veces que lo noté distraído, con la mirada perdida en su teléfono, sonriendo a la pantalla.

Todo encajaba, las piezas del rompecabezas estaban ahí, esparcidas frente a mí, pero me faltaba la imagen completa. Necesitaba un rostro, un contexto. La chica del perfil de Instagram era un fantasma, una desconocida. Pero algo en mi interior me decía que no lo era.

Y entonces, como un relámpago, un recuerdo olvidado me golpeó con la fuerza de un puñetazo. Hacía unos seis meses. Una noche de viernes. Ricardo había tenido un altercado en un bar, una estúpida pelea por un lugar de estacionamiento que terminó con él pasando unas horas en el Ministerio Público.

Recordé la frustración, la vergüenza, y mi propia ira mientras esperaba a que lo liberaran. Recordé su mal humor, su mirada cargada de una violencia contenida que me asustó. Y recordé a la chica.

Me levanté de un salto, con el corazón latiendo desbocado. La imagen era nítida ahora. Una chica joven, asustada, que se acercó a nosotros cuando salíamos.

Llevaba un vestido corto y parecía haber estado llorando. Se acercó a Ricardo y le dijo "Gracias, de verdad, si no hubieras intervenido...". Él la cortó en seco, con una brusquedad que me sorprendió. "Ya, ya, no fue nada. Vete a tu casa", le dijo, casi empujándola. En ese momento, solo vi a un hombre estresado y a una chica inoportuna. No le di más importancia.

Corrí a mi estudio, donde guardaba mis álbumes de fotos y recuerdos. Desesperada, busqué mi teléfono. Necesitaba confirmar mi sospecha. Abrí de nuevo el perfil de "Cami Bebé". Deslicé sus fotos, una tras otra, buscando algo, cualquier cosa. Y allí estaba. Una foto de ella, de hacía unos siete meses, con el mismo vestido corto que llevaba esa noche en el MP.

El fondo era borroso, pero reconocí la fachada del bar donde Ricardo había tenido la pelea. No podía ser una coincidencia. La chica a la que él había "ayudado" de forma tan brusca, la chica a la que había tratado con tanto desdén frente a mí, era Camila. La verdad era mucho más retorcida de lo que había imaginado.

No era una desconocida. Él la conocía desde hacía meses, y el inicio de su aventura había sido una mentira construida sobre una supuesta heroicidad. La rabia me consumió, pero también una extraña sensación de poder. Ya no estaba a ciegas. Conocía al enemigo.

            
            

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