La Perfección Inesperada
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Capítulo 4

El anuncio del compromiso de Héctor y Ximena se convirtió en el tema del día en "El Sueño del Guerrero". Los foros estaban inundados de fotos de ellos, de la lluvia de pétalos dorados, de su beso en la sala del trono. Y, por supuesto, de comparaciones. Fotos de la hermosa Princesa Dulce junto a capturas de pantalla de mi avatar deliberadamente feo. "La Bella y la Bestia, pero al revés", decía un titular. "Guerrero de Fuego finalmente se deshizo del lastre".

Me desconecté del juego, arrancándome el casco de RV como si me quemara. Caí de rodillas en el suelo de mi sala, ahogada por sollozos que no podía contener. El dolor era físico, una presión en el pecho que me dificultaba respirar. Tres años de mi vida, de mis sentimientos más profundos, reducidos a una broma cruel, a un espectáculo público.

Después de llorar hasta que no me quedaron lágrimas, una extraña calma se apoderó de mí. Una idea desesperada. Necesitaba verlo, en la vida real. Necesitaba que me viera a mí, a Sofía, y me dijera a la cara que todo había sido una mentira. Quizás si veía que la "fea" del juego era su ilustradora, sentiría algo. Remordimiento, culpa, cualquier cosa. Necesitaba un cierre, una confrontación final lejos de los avatares y las notificaciones del sistema.

Le envié un correo electrónico, usando mi cuenta profesional. "Señor Héctor, lamento molestarlo fuera del horario laboral, pero ha surgido un problema urgente con el proyecto que me gustaría discutir en persona. ¿Podríamos vernos mañana?".

Sorprendentemente, respondió casi de inmediato. "Claro, Sofía. En la cafetería 'El Rincón' cerca de la oficina a las 10 a.m.".

Esa noche no dormí. A la mañana siguiente, me paré frente a mi armario, algo que no había hecho en años. Siempre usaba ropa cómoda y holgada, cosas que no llamaran la atención. Pero hoy no. Hoy quería que me viera. Saqué un vestido azul que una amiga me había obligado a comprar, uno que resaltaba el color de mis ojos. Me maquillé con cuidado, algo que rara vez hacía, definiendo mis pestañas y añadiendo un toque de color a mis labios. Me solté el pelo, dejando que cayera en ondas suaves sobre mis hombros. Cuando me miré al espejo, casi no me reconocí. Era la chica que siempre había intentado ocultar.

Salí a la calle y, por primera vez, las miradas no me produjeron ansiedad. Más bien, una extraña sensación de poder. Los hombres se giraban al pasar, las mujeres me miraban con una mezcla de curiosidad y admiración. Era una sensación nueva y aterradora.

Llegué a la cafetería diez minutos antes. Estaba nerviosa, mis manos temblaban. Pedí un café y me senté en una mesa junto a la ventana, esperando. Pasaron las 10:00. Las 10:15. Las 10:30. Héctor no llegaba. Le envié un mensaje. "¿Viene en camino, Señor Héctor?". No hubo respuesta.

A las 11:00, me di por vencida. Me había dejado plantada. La humillación se sentía aún más profunda en el mundo real. Me levanté para irme, con el corazón hecho pedazos por segunda vez en menos de veinticuatro horas.

Mientras caminaba por la calle, sintiéndome estúpida y expuesta con mi vestido y mi maquillaje, noté que dos hombres me seguían. Al principio pensé que era mi paranoia, pero aceleraron el paso cuando yo lo hice. El pánico empezó a subir por mi garganta. Intenté cruzar la calle, pero uno de ellos me agarró del brazo.

"Oye, guapa, ¿a dónde vas con tanta prisa? ¿Por qué no te vienes con nosotros un rato?".

Mi corazón latía con fuerza. "Suéltenme", dije, mi voz apenas un hilo.

El otro hombre se rió. "No seas así, solo queremos divertirnos".

Justo cuando pensaba que iba a gritar, un coche de policía se detuvo bruscamente a nuestro lado. Un oficial alto y de aspecto serio bajó del asiento del conductor.

"¿Hay algún problema aquí?", preguntó, su voz era tranquila pero firme.

Los dos hombres me soltaron de inmediato, murmurando excusas. "Nada, oficial, solo hablábamos con la señorita".

"Pues parece que a la señorita no le gusta su conversación. Les sugiero que se vayan, ahora".

Los hombres se escabulleron rápidamente. Me quedé allí, temblando, incapaz de decir una palabra.

"¿Está bien, señorita?", me preguntó el oficial.

Asentí, sin poder hablar. Me sentía increíblemente vulnerable.

En ese momento, mi comunicador vibró. Era un mensaje de Héctor en el juego. Mi corazón dio un vuelco de esperanza irracional. Quizás se disculpaba por no haber ido.

Abrí el mensaje. Era una captura de pantalla del foro, de un post que decía: "Me pregunto qué estará haciendo ahora la mascota fea jajaja". Debajo, el comentario de Héctor: "Probablemente llorando en un rincón. Qué patética".

El aire se escapó de mis pulmones. Mientras yo estaba aquí, en el mundo real, asustada y humillada, él se estaba burlando de mí en el juego. La crueldad no tenía límites. Miré al oficial de policía, un completo desconocido que me había mostrado más amabilidad en cinco minutos que el hombre que amé durante tres años. Y supe, con una certeza absoluta, que todo había terminado.

                         

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