El corazón de Sofía empezó a latir con fuerza, un tambor de pánico contra sus costillas.
"No lo sé, salió esta mañana, dijo que iría con unas amigas. No ha vuelto, su teléfono manda a buzón."
Javier soltó una risa seca, sin una pizca de humor.
"¿Amigas? ¿De verdad crees que soy estúpido? Rodrigo me llamó. Dice que Isabella está con él."
El nombre de Rodrigo cayó como una piedra en el estómago de Sofía. Su exnovio. Un hombre del que había huido, un fantasma que Javier prometió mantener alejado.
"¿Rodrigo? ¿Por qué la tendría él? Eso no tiene sentido."
Javier se acercó a la cama, su sombra cubriéndola por completo. Se inclinó, su rostro a centímetros del de ella.
"Claro que tiene sentido. Tú le robaste información, Sofía. Información de mis nuevas rutas. Y ahora la usas a ella, a tu propia sangre, para negociar con mi rival. Le entregaste a tu hermana."
La acusación era tan absurda, tan monstruosa, que Sofía tardó un segundo en procesarla.
"No. Yo nunca haría eso. Amo a mi hermana. Y no he hablado con Rodrigo en años."
"¡Mientes!"
El grito de Javier fue seguido por el sonido agudo de una bofetada.
La cabeza de Sofía se giró con violencia, el ardor inundando su mejilla. El shock la dejó sin aliento. Él nunca, nunca le había puesto una mano encima.
"Javier, por favor, tienes que creerme. Yo no hice nada."
Las lágrimas brotaron de sus ojos, nublando la imagen del hombre que amaba, o que creía amar.
"¿Creerte? ¿Cómo voy a creerte cuando todo apunta a ti?"
Él la agarró del cabello, forzándola a mirarlo. El dolor era agudo, pero el dolor en su corazón era peor.
"Tú y tu hermana son unas traidoras. Y las traidoras pagan."
La mirada de Javier se desvió hacia el vientre abultado de Sofía. Una idea terrible y oscura cruzó por sus ojos.
"Tú me quitaste algo. Me traicionaste. Así que ahora, yo te quitaré algo a ti."
El pánico helado se apoderó de Sofía. Entendió. Entendió la locura que estaba a punto de desatarse.
"No, Javier, no. El bebé no. Es tu hijo."
Suplicó, tratando de liberarse, pero su agarre era de acero.
"Ese bastardo ya no es mi hijo. Es el hijo de una traidora. Y no va a nacer."
La arrastró fuera de la cama, sus pies descalzos tropezando en el suelo frío. La arrastró por el pasillo hasta una habitación trasera que siempre estaba cerrada con llave. El olor a antiséptico y a miedo la golpeó.
Dentro había un hombre con una bata médica y una mesa de metal.
"No. Por favor, no."
Sofía luchó con todas sus fuerzas, pero era inútil. Los hombres de Javier la sujetaron, la ataron a la mesa.
Vio la aguja en la mano del "doctor". Vio la mirada vacía y decidida de Javier.
"Esto te enseñará, Sofía. A no traicionarme nunca más."
Sintió el pinchazo en su brazo. El líquido frío empezó a recorrer sus venas. Su cuerpo se sintió pesado, sus protestas se convirtieron en murmullos.
Lo último que sintió fue un calambre agudo y brutal en su vientre. Un dolor que desgarraba todo su ser. Y luego, una espantosa sensación de vacío.
Cuando despertó, el dolor físico era un eco sordo comparado con el agujero negro que había en su alma. Estaba en la misma cama, pero todo había cambiado. Su vientre estaba plano. Su hijo se había ido.
Javier estaba sentado en una silla junto a la cama, observándola.
"Ya está hecho."
Su voz era tranquila, como si hablara del clima.
Sofía no podía hablar. No podía llorar. Solo un sonido roto salió de su garganta.
Javier se levantó y se acercó.
"Rodrigo está furioso por su información. Pero le ofrecí un acuerdo de paz. Una ofrenda. Algo para reemplazar lo que perdió."
Puso una mano sobre el vientre ahora vacío de Sofía. Ella se estremeció, un escalofrío de repulsión recorriéndola.
"Su hermana murió hace un tiempo. Él estaba devastado. La ciencia ha avanzado mucho, Sofía. Conseguimos su ADN. Y tú le darás un reemplazo. Gestarás a su hermana."
La locura en sus palabras era absoluta.
"¿Un clon?" susurró ella, la voz ronca.
"Un clon," confirmó él. "Mañana te harán el implante. Serás la madre del clon de la hermana de Rodrigo. Y así, tendremos paz. Y tú, tú pagarás tu deuda."
Él la miró, esperando una reacción. Pero Sofía estaba vacía. La mujer que era había muerto en esa mesa de metal. Lo que quedaba era solo un cascarón.
"Y no intentes ninguna estupidez," añadió él, viendo la mirada muerta en sus ojos. "Si te pasa algo a ti, le pasa algo al contenedor. Y si le pasa algo al contenedor, encontraré a Isabella y la descuartizaré pieza por pieza. ¿Entendido?"
Esa noche, cuando la dejaron sola, atada a la cama por si acaso, Sofía encontró una manera. Con los dientes, mordió su propia muñeca, buscando la arteria. Buscando el final. Quería irse, quería seguir a su hijo a la oscuridad.
Pero la puerta se abrió. Uno de los guardias la vio. Entraron corriendo, le vendaron la herida a la fuerza, le pusieron un sedante.
Le negaron incluso la muerte. La querían viva. La querían como una incubadora. Un recipiente para su monstruoso plan.
Y en la oscuridad, atada y drogada, Sofía comprendió que su infierno apenas comenzaba.