"No te preocupes. No he venido a tocarte. Solo a conversar."
Se sentó en la silla que usualmente ocupaba Javier, invadiendo su espacio, reclamándolo como propio.
"¿Sabes? Siempre supe que eras una sobreviviente. Pero esto," dijo, señalando su vientre con un gesto de la barbilla, "esto es un nuevo nivel. Realmente impresionante."
Sofía lo miró con odio. Un odio puro y silencioso que era lo único que aún sentía con claridad.
Rodrigo pareció disfrutarlo.
"Esa mirada. La extrañaba. Siempre fuiste más interesante cuando estabas enojada."
Se inclinó hacia adelante, bajando la voz.
"Javier cree que esto es un acuerdo de paz. Cree que me está dando algo que quiero. Qué ingenuo. Él no entiende nada de nosotros, ¿verdad, Sofi?"
El uso de su antiguo apodo la hizo estremecerse.
"Él cree que la información que le 'robaste' era sobre sus rutas," continuó Rodrigo, saboreando cada palabra. "La verdad es que la información que me diste, hace mucho tiempo, fue sobre él. Sobre sus debilidades. Sus ambiciones. Me ayudaste a entender cómo funciona su mente. Y ahora, estoy usando ese conocimiento para destruirlo desde adentro."
Sofía lo miró, confundida. ¿De qué hablaba? Ella nunca le había dado nada.
"Oh, no te acuerdas," dijo él, fingiendo decepción. "¿Esa noche, antes de que lo dejaras por él? ¿Cuándo llorabas en mi hombro, diciéndome lo cruel y ambicioso que era Javier, cómo te asustaba su sed de poder? Esa fue la información más valiosa de todas. Me diste el manual de instrucciones para desarmarlo."
El recuerdo la golpeó. Una noche de debilidad, de miedo, buscando consuelo en el hombre equivocado. Había pensado que era una conversación sin importancia, desahogándose. Pero para Rodrigo, nada era sin importancia. Todo era una herramienta.
"Y ahora mírate. Atrapada por el mismo monstruo del que me advertiste. Y yo, yo solo estoy aquí para ver el espectáculo. Y para asegurarme de que mi... sobrina," dijo la palabra con asco, "nazca sana y salva."
Sofía sintió una oleada de rabia impotente. Con un esfuerzo sobrehumano, se incorporó y le escupió en la cara. La saliva, teñida de sangre por su lengua herida, le corrió por la mejilla.
Rodrigo no se inmutó. Lentamente, se limpió con el dorso de la mano. Su sonrisa desapareció, reemplazada por una frialdad cortante.
"Mala decisión."
Se levantó. Por un momento, Sofía pensó que la golpearía. Pero en lugar de eso, caminó hacia la pequeña mesa de noche. Vio una bandeja de comida intacta y un cuchillo para la fruta.
Lo recogió.
Sofía contuvo la respiración.
Pero Rodrigo no se giró hacia ella. Se arremangó la camisa, revelando su antebrazo. Y con un movimiento rápido y preciso, se hizo un corte largo y superficial.
La sangre brotó inmediatamente.
Sofía lo miró, horrorizada y confundida.
Rodrigo dejó caer el cuchillo al suelo, cerca de la cama. Luego, gritó.
"¡Ayuda! ¡Está loca! ¡Intentó matarme!"
La puerta se abrió de golpe y dos de los guardias de Javier entraron corriendo. Vieron a Rodrigo sangrando, el cuchillo a los pies de Sofía, y a ella en la cama, con la boca manchada de sangre por el esfuerzo de escupir.
La escena era perfecta. Condenatoria.
"¡Sáquenla de aquí! ¡Controlen a esta perra!" gritó Rodrigo, sosteniendo su brazo como si la herida fuera mortal.
Los guardias se abalanzaron sobre Sofía, pero antes de que pudieran tocarla, un dolor agudo y blanco la atravesó.
Un espasmo violento sacudió su cuerpo. Se dobló, agarrándose el vientre. Un líquido caliente le corrió por las piernas, empapando las sábanas.
Había roto aguas.
El estrés, el miedo, la rabia. Su cuerpo había llegado a su límite.
"¡Mierda!" gritó uno de los guardias. "Está de parto."
Rodrigo miró la escena, una extraña mezcla de pánico y satisfacción en su rostro. Su plan se había acelerado.
"Llamen a Javier. Díganle que su preciado contenedor está a punto de reventar."
Mientras los guardias corrían para hacer la llamada, Sofía se quedó en la cama, convulsionando de dolor. Las contracciones llegaban una tras otra, olas de agonía que la arrastraban hacia un océano oscuro.
El bebé, la criatura, el clon. Quería salir.
Y Sofía supo, con una certeza aterradora, que el siguiente capítulo de su tortura estaba a punto de comenzar.