Adiós, Pasado Roto y Falso
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Capítulo 1

Yo le había perdonado a Sofía más cosas de las que un hombre debería perdonar.

Le perdoné la vez que olvidó nuestro aniversario porque estaba en una "junta de negocios" hasta tarde, y luego vi en las redes sociales de mi primo Miguel una foto de ellos dos riendo en un bar, con la misma ropa que llevaban puesta ese día.

Le perdoné cuando canceló el viaje que planeamos por meses a Oaxaca, un viaje para reconectar con mis raíces y mostrarle el origen de los sabores de mi cocina, porque de repente le surgió una "oportunidad de modelaje" en Cancún, un viaje del que regresó con un bronceado perfecto y una historia muy vaga, la misma semana que Miguel casualmente también estuvo fuera por "asuntos de la empresa".

Cada vez, ella lloraba, me juraba que eran malentendidos, que su ambición a veces la cegaba, pero que me amaba a mí, a Ricardo "Rico" Mendoza, el heredero del imperio culinario Mendoza. Y yo, como un tonto, le creía. Porque la amaba desde que éramos niños, porque su sonrisa era el ingrediente secreto que, según yo, le faltaba a mi vida.

Pero esta noche, el perdón se me acabó.

La encontré con él. En nuestra casa. En la biblioteca que mi abuelo construyó, rodeados de los libros de gastronomía que eran mi santuario. No se estaban escondiendo, estaban discutiendo sobre el futuro de mis restaurantes como si ya fueran suyos.

"Rico es demasiado sentimental," decía Miguel, sirviéndose un tequila de mi reserva personal. "Piensa con el corazón, no con la cabeza. Necesitamos vender la sucursal de Polanco y usar ese dinero para tu línea de moda, Sofí."

"Él nunca lo aceptará," respondió ella, su voz llena de fastidio. "Sigue apegado a esas recetas viejas de su abuela."

Entré en la habitación. El silencio fue total. Miguel casi deja caer el vaso. Sofía se recompuso al instante, su cara de preocupación falsa perfectamente ensayada.

"Mi amor," dijo, acercándose a mí. "Qué bueno que llegas, Miguel y yo estábamos..."

"Sé exactamente lo que estaban haciendo," la interrumpí, mi voz más fría de lo que jamás la había escuchado. "Estaban repartiéndose mi vida."

Miguel intentó hacerse el sumiso, como siempre. "Primo, no es lo que parece. Solo le daba un consejo de negocios a Sofía."

"No me llames primo," le espeté.

La discusión subió de tono. Las palabras se convirtieron en gritos. Le dije a Sofía que se había acabado, que recogiera sus cosas y se largara. Fue entonces cuando su rostro cambió. La máscara de socialité perfecta se cayó y apareció la verdadera Sofía.

"No puedes dejarme, Rico," siseó, sus ojos brillando con pánico. "¿Y qué pasará con nuestro bebé?"

Me quedé helado.

"¿Bebé?"

"Sí," dijo, tocándose el vientre plano. "Estoy embarazada. ¿Vas a abandonar a tu hijo?"

Sentí un vacío en el estómago. Un hijo. Nuestro hijo. Miré a Miguel, buscando alguna señal, pero él solo miraba el suelo. La manipulación era tan descarada, tan cruel, que por un momento me dejó sin aire.

Fue en ese instante de distracción cuando Miguel se movió. No vi venir el golpe. Sentí una presión fría y aguda en mi costado, justo debajo de las costillas. Un dolor punzante que me robó el aliento.

Bajé la vista y vi el mango de uno de mis cuchillos de chef, un Santoku que me regaló mi padre, sobresaliendo de mi camisa. La tela blanca ya se estaba manchando de un rojo oscuro y tibio.

"Miguel, ¿qué hiciste?" gritó Sofía, pero no había horror en su voz, solo molestia.

Caí de rodillas. El dolor era intenso, pero mi mente estaba extrañamente clara. Mientras la sangre comenzaba a formar un charco en la alfombra persa, levanté la vista y los miré. Él, con el pánico de un cobarde. Ella, con el cálculo frío de alguien que ve su plan de vida desmoronarse. No había amor, no había preocupación. Solo la inconveniencia de mi cuerpo sangrando en su camino.

En medio del dolor agudo y la traición que me ahogaba, una decisión floreció en mi mente, tan clara y afilada como el cuchillo en mi costado.

Se acabó.

Esta vez, para siempre.

            
            

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