Saqué mi celular con manos temblorosas. No podía llamar a mis padres, los destruiría. No podía llamar a la policía, no sin desatar un escándalo que hundiría el nombre de mi familia. Solo había una persona a la que podía llamar.
Marqué el número de Javier, mi abogado y el único amigo que conocía el verdadero alcance de la ambición de Sofía.
"Rico, son las dos de la mañana," contestó con voz ronca. "¿Qué restaurante quemaste ahora?"
"Necesito tu ayuda," dije, mi voz un susurro forzado por el dolor. "Vende la casa."
Hubo un silencio al otro lado de la línea.
"¿La mansión? ¿La que compartes con la futura señora Mendoza? ¿Te peleaste por el color de las cortinas?" su tono era burlón, pero debajo de eso, sentí su atención total.
"Sofía y Miguel," logré decir. "Me apuñalaron."
El silencio que siguió fue pesado, absoluto. Se acabó el sarcasmo.
"¿Dónde estás? ¿Llamo a una ambulancia?" su voz ahora era pura eficiencia.
"No. Estoy en mi estudio, encerrado. La herida no es tan profunda, pero es... un desastre. No quiero un escándalo, Javi. Solo quiero salir de aquí. Quiero que desaparezcan de mi vida."
"Entendido," dijo Javier. "No te muevas. No hables con ellos. Mañana a primera hora, un equipo de mi confianza estará ahí. Pondremos la casa en el mercado de inmediato. Transferiré fondos a una nueva cuenta a tu nombre. ¿Tus tarjetas?"
"Las tengo aquí."
"Bien. Escucha, Rico. Esto es una guerra ahora. Ella no se irá en silencio. Va a pelear sucio."
"Lo sé," respiré hondo, el movimiento me hizo ver estrellas. "Por eso te estoy llamando a ti. Quiero que la destruyas legalmente. Quiero que Miguel acabe en la calle. Usa todo lo que tengas."
"Consideralo hecho," la voz de Javier tenía un filo de acero. "Ahora, sobre esa herida..."
"Tengo un botiquín de primeros auxilios aquí. Lo manejaré. Solo... encárgate de la casa. Y Javi... gracias."
"Para eso están los amigos, cabrón. Ahora, cuélgate y cúrate esa herida. Mañana empieza la reconquista."
Colgué el teléfono. Con un esfuerzo que me costó un gemido de dolor, me quité la camisa empapada. La herida era un corte limpio, de unos cinco centímetros. Dolía como el infierno. Fui al pequeño baño de mi estudio y, apretando los dientes, limpié la herida con antiséptico. El ardor me hizo sudar frío. La suturé torpemente con un kit de emergencia que guardaba para accidentes de cocina. Cada puntada era un recordatorio de la traición.
Mientras me vendaba el costado, mi mente trabajaba a toda velocidad. El shock inicial estaba dando paso a una furia fría y calculadora. Ya no era el chef enamorado y ciego. Era un hombre que había sido empujado al límite.
Me senté en mi escritorio y abrí mi laptop. Redacté un correo electrónico rápido y conciso para Javier.
Asunto: Plan de Acción.
1. Venta de la mansión. Inmediata. A cualquier precio razonable.
2. Disolución de la sociedad con Miguel Mendoza. Auditoría completa de los últimos cinco años. Busca cualquier irregularidad. Sé que las hay.
3. Comunicado de prensa. Anuncio del fin de mi compromiso con Sofía Ramos. Corto, profesional, sin detalles.
4. Contacto con Camila Vargas.
Me detuve en el último punto. Camila Vargas. La periodista de investigación más temida del país. Llevaba meses intentando conseguir una entrevista conmigo, buscando algún escándalo en el pulcro mundo de la alta cocina. Hasta ahora, la había evitado.
Ahora, yo mismo le iba a dar la historia de su vida.
Le di a enviar.
El dolor en mi costado era una brasa ardiente, pero por primera vez en mucho tiempo, sentí que tenía el control.