Dos días después, volví a la mansión por última vez para firmar los papeles con el agente inmobiliario. La casa estaba vacía, un cascarón hueco que resonaba con los fantasmas de mis esperanzas fallidas. El equipo de limpieza de Javier había eliminado cualquier rastro de la pelea, pero yo aún podía ver la mancha oscura en la alfombra de la biblioteca.
Las paredes, antes cubiertas con fotos de nuestros viajes y sonrisas falsas, ahora estaban desnudas. Había un olor a desinfectante y a final.
Mi celular sonó. Era un número desconocido. Contesté.
"¿Rico? Mi amor, ¿dónde estás? He estado tan preocupada."
La voz de Sofía, melosa y llena de una angustia fabricada, me revolvió el estómago.
"No me llames 'mi amor'," dije, mi voz plana.
"¿Por qué estás haciendo esto? Desapareces, pones la casa en venta... Nuestros amigos están preguntando, mi familia está en pánico. ¿Y nuestro bebé, Rico? ¿No piensas en nuestro hijo?"
Casi me río. La carta del bebé otra vez.
"No hay ningún bebé, Sofía. Y si lo hubiera, créeme, sería lo último que te ataría a mí."
"¡Cómo te atreves a decir eso!" su voz se quebró, una actuación digna de un premio. "¡Tú me estás abandonando! ¡Después de todo lo que he hecho por ti!"
"¿Tú? ¿Qué has hecho por mí, además de acostarte con mi primo y planear cómo robarme?"
Hubo un silencio tenso. La escuché respirar agitadamente.
"Estás herido, no sabes lo que dices," susurró. "Cuando te calmes, te darás cuenta de que nos necesitamos. Vuelve a casa, Rico. Arreglemos esto."
"No hay casa a la que volver," dije, mirando las paredes vacías. "Y no hay nada que arreglar. Se acabó, Sofía. Escúchame bien: no quiero volver a verte en mi vida."
"¡No puedes hacerme esto!" gritó, su verdadera naturaleza saliendo a flote. "¡Soy Sofía Ramos! ¡No eres nadie sin mí! ¡Haré que te arrepientas de esto, te lo juro! ¡Le diré a todo el mundo que me golpeaste, que me abandonaste estando embarazada! ¡Destruiré tu reputación!"
Colgué.
Me quedé de pie en medio de la sala vacía, el eco de sus amenazas flotando en el aire. Pensé en todos los años perdidos, en todos los sacrificios que hice. Recordé haber vendido mi auto deportivo antiguo, que amaba, para financiar el lanzamiento de su fallida marca de joyería. Recordé haber cancelado reuniones cruciales en mis restaurantes para acompañarla a eventos sociales que detestaba, solo para verla feliz.
Ella ni siquiera recordaba esas cosas. Para ella, eran simples transacciones. Para mí, eran pruebas de amor. Qué ingenuo fui.
Saqué el celular de nuevo y marqué el número de mi padre.
"Papá," dije, cuando contestó.
"Hijo, ¿qué está pasando? Sofía llamó a tu madre, histérica. Habló de una pelea, de que la echaste..."
"Papá, escucha. Mi compromiso con Sofía ha terminado. Es definitivo. Te lo explicaré todo después, pero necesito que confíes en mí."
Mi padre, un hombre de pocas palabras pero de intuición afilada, se quedó en silencio por un momento.
"Está bien, hijo. Tu madre y yo te apoyamos."
Sentí un nudo en la garganta. "Gracias, papá."
Colgué y le envié un mensaje a Javier.
"La casa está lista. El comunicado de prensa puede salir mañana. Y contacta a la periodista. Dile que tengo una historia de traición, avaricia y alta cocina. Creo que le va a gustar."
Javier respondió casi al instante.
"Ya está en mi agenda. Prepárate, Rico. Vamos a hacer que torturar a esa mujer sea tu nuevo pasatiempo favorito."
Sonreí a pesar del dolor en mi costado. Quizás Javier tenía razón.