No recuerdo las palabras exactas, solo el impacto. Mis padres, Alejandro y Laura, agentes condecorados, leyendas en la agencia, habían muerto. Un tiroteo durante una misión. La voz dijo que lo sentía, una formalidad hueca que no significaba nada. Colgué el teléfono y el mundo se detuvo.
A la mañana siguiente, la tragedia se convirtió en una pesadilla pública. Los noticieros no hablaban de héroes caídos, sino de traidores. Las portadas de los periódicos gritaban con titulares enormes: "AGENTES DE INTERPOL VINCULADOS AL CÁRTEL" , "CORRUPCIÓN Y MUERTE EN TIJUANA" . Mostraban sus fotos, sonriendo en una vieja foto familiar, junto a acusaciones de que trabajaban para los mismos criminales que debían atrapar. La versión oficial era una puñalada: mis padres habían muerto en un ajuste de cuentas entre narcos, manchando el nombre de la agencia y el suyo propio para siempre.
Era una mentira. Lo sabía en cada fibra de mi ser. Mis padres eran las personas más honorables que conocía.
Desesperada, llamé a mi prometido, Ricardo. Era capitán de la policía federal, un hombre con poder y contactos. Le supliqué que me ayudara, que usara su posición para investigar, para limpiar sus nombres.
"Claro que sí, mi amor" , me dijo por teléfono. "Haré todo lo que pueda, te lo juro."
Confié en él. Era mi roca, el hombre con el que iba a casarme. Pero pasaron los días y sus llamadas se hicieron más cortas, sus excusas más frecuentes. "Estoy muy ocupado con el caso" , decía. "Es complicado, Sofía."
Una semana después, la verdad me abofeteó con la fuerza de un huracán. No la supe por él, sino por una revista de sociales que vi en un puesto de periódicos. En la portada, Ricardo sonreía, abrazando a una mujer hermosa de cabello negro. El titular era: "EL HÉROE Y LA REHÉN: UNA HISTORIA DE AMOR" . La mujer era Ximena, una supuesta víctima que Ricardo había rescatado en el mismo operativo donde mis padres murieron. El artículo hablaba de una conexión instantánea, de un amor surgido de la tragedia. Y al final de la página, el anuncio: una boda de ensueño en un rancho de lujo, en solo dos semanas.
Me abandonó. Me dejó sola con mi dolor y la infamia de mi familia para casarse con una mujer que apareció de la nada.
El acoso de la prensa se volvió insoportable. Cámaras fuera de mi edificio, reporteros gritando preguntas sobre la traición de mis padres. La gente me señalaba en la calle, susurraban a mis espaldas. "Es la hija de los corruptos." El peso del mundo cayó sobre mí.
Una tarde gris, subí a la azotea de un edificio histórico en el centro. El viento frío me golpeaba la cara mientras miraba la ciudad extenderse bajo mis pies. El ruido del tráfico era un murmullo lejano. Solo quería silencio. Pensé que si saltaba, si mi muerte era lo suficientemente pública, tal vez alguien creería en la inocencia de mis padres. Tal vez mi sacrificio demostraría que su honor valía más que mi vida.
Me paré en el borde, con los ojos cerrados, lista para terminar con todo.
"Sofía."
Una voz me detuvo. Era calmada, firme. Abrí los ojos y me giré. Era Emiliano, el hermano mayor de Ricardo. Un forense de renombre, siempre serio, siempre a la sombra de su carismático hermano menor.
Se acercó lentamente, con las manos en alto, como si se acercara a un animal asustado.
"No lo hagas" , dijo. "Baja de ahí, por favor."
"¿Para qué?" , le grité, la voz rota por el llanto. "¡Todo está perdido! ¡Mis padres están muertos y deshonrados! ¡Tu hermano me abandonó!"
"Lo sé" , respondió, su mirada fija en la mía. "Ricardo es un imbécil. Pero tus padres no eran traidores, y tú no tienes que hacer esto."
Me ofreció consuelo, algo que nadie más me había dado. Me habló con una certeza que me ancló a la realidad. Me rescató de ese borde, no solo con sus manos, sino con una promesa.
"Yo te ayudaré" , dijo, mientras me abrazaba en la azotea fría. "Soy forense. Tengo acceso a cosas que otros no. Juntos, vamos a limpiar su nombre. Te lo juro."
En ese momento de absoluta desesperación, me aferré a él. Era mi única esperanza. Un mes después, en una ceremonia civil, pequeña y silenciosa, me casé con Emiliano. Le confié ciegamente la investigación, mi vida entera.
Pasaron cinco años. Cinco largos años sin ningún avance en el caso. Emiliano siempre tenía una excusa: "La burocracia es lenta" , "Faltan pruebas clave" , "Hay gente poderosa involucrada" . Y yo le creía. Vivíamos una vida tranquila, él era un esposo atento y yo intentaba reconstruirme. Ahora estaba embarazada de seis meses, una pequeña luz de esperanza en mi vida oscura.
Una noche, Emiliano estaba en su estudio hablando por teléfono. La puerta estaba entreabierta. Me acerqué para ofrecerle un té y escuché una frase que congeló la sangre en mis venas.
"No, no fue un accidente" , decía Emiliano a un colega. "A los padres de Sofía los ejecutaron a sangre fría. Ximena les disparó. Ella es la culpable."
Me quedé paralizada, escondida en el pasillo. Mi respiración se detuvo.
"Tengo que protegerla" , continuó Emiliano, su voz tensa. "Hice lo que tenía que hacer con los informes forenses. Nadie puede saber la verdad. Especialmente Sofía."
El mundo se derrumbó por segunda vez. El hombre que me rescató, mi esposo, el padre de mi hijo, me había estado mintiendo durante cinco años. Había encubierto a la verdadera asesina de mis padres, la misma mujer por la que su hermano me había dejado. La traición era tan profunda, tan monstruosa, que me ahogaba.
En ese instante, el amor murió. La confianza se hizo cenizas. Supe que mi matrimonio era una farsa y que estaba sola de nuevo. Pero esta vez, no había desesperación. Solo había una certeza fría y dura: iba a encontrar justicia, sin importar a quién tuviera que destruir en el camino.