"Buenos días, mi amor" , dijo, acercándose para besarme.
Giré la cabeza justo a tiempo para que su beso aterrizara en mi mejilla. Fue un movimiento sutil, pero él lo notó.
"¿Pasa algo?" , preguntó, frunciendo el ceño. "Anoche te sentí muy inquieta."
"Solo una mala noche" , mentí, forzando una sonrisa. "El bebé no me dejaba dormir."
Me miró por un segundo, estudiándome. Vi una chispa de sospecha en sus ojos, pero la descartó rápidamente. Su arrogancia no le permitía pensar que yo pudiera saber la verdad. Para él, yo seguía siendo la mujer rota que había rescatado.
Nos sentamos a desayunar en silencio. Yo apenas toqué mi comida. Él, en cambio, comía con apetito, hablando de sus planes para el cuarto del bebé. Cada palabra sobre nuestro futuro juntos era como veneno en mis oídos.
Decidí probarlo. Necesitaba ver su reacción, necesitaba confirmar la profundidad de su engaño con mis propios ojos.
"Emiliano" , dije, mi voz sonando extrañamente tranquila. "Estuve pensando... en mis padres."
Dejó de comer y levantó la vista. Su expresión se volvió cautelosa.
"¿Qué pasa con ellos, Sofía?"
"Han pasado cinco años" , continué, mirándolo fijamente. "Y no hemos avanzado nada. A veces siento que... que nos hemos rendido. Que la gente tenía razón y que ellos realmente eran..."
No pude terminar la frase. La palabra "traidores" se atoró en mi garganta.
Él extendió la mano sobre la mesa y tomó la mía. Su tacto era cálido, pero a mí me heló por dentro.
"No digas eso, mi vida" , dijo con una voz suave y tranquilizadora, la misma voz que había usado en la azotea. "Hice todo lo que pude. Revisé cada prueba, cada informe. La evidencia era contundente. A veces, la verdad es dolorosa y tenemos que aceptarla."
Mentiroso.
"Lo sé, pero..." , insistí, fingiendo vulnerabilidad. "Anoche soñé que encontrábamos algo nuevo, una pista que lo cambiaba todo. ¿Estás seguro de que no hay nada más que podamos hacer? ¿Algún informe que puedas volver a revisar?"
Vi cómo sus ojos se endurecían por una fracción de segundo. Una microexpresión de pánico. Pero la ocultó al instante detrás de una máscara de compasión.
"Sofía, mi amor, hemos hablado de esto" , dijo pacientemente, como si le hablara a una niña. "Seguir buscando solo te hará más daño. Tenemos que mirar hacia el futuro, hacia nuestro hijo. Por favor, deja el pasado atrás. Por nosotros."
Ahí estaba. La confirmación final. No solo me mentía, sino que manipulaba mis emociones para que dejara de buscar, para que su preciosa Ximena siguiera a salvo. La esperanza que me había dado era solo una jaula para mantenerme controlada.
Asentí lentamente, bajando la mirada para que no viera el odio en mis ojos.
"Tienes razón" , susurré. "Lo siento. Es solo que... a veces es difícil."
"Lo sé" , dijo, y apretó mi mano. "Pero estoy aquí para ti. Siempre."
Esa noche, cuando me sirvió un té de manzanilla para ayudarme a dormir, fingí beberlo. Cuando se dio la vuelta, vacié la taza en una maceta. Él me había traído una pastilla para dormir, recetada por un médico para las noches de insomnio del embarazo.
"Tómatela, te ayudará a descansar" , dijo, dándome un beso en la frente.
Esperé a que se metiera en la ducha. Fui a la cocina, molí la pastilla hasta convertirla en un polvo fino y la mezclé en su vaso de leche tibia que siempre tomaba antes de acostarse. Se la llevé al cuarto.
"Gracias, mi amor" , dijo, tomándola sin sospechar nada.
Se bebió todo el vaso. Diez minutos después, su cuerpo se relajó por completo y cayó en un sueño profundo, pesado. Me aseguré de que no se despertaría en horas.
Era hora. Su estudio, el lugar que siempre mantenía cerrado con llave, me esperaba. Tenía una copia de la llave que había mandado a hacer semanas atrás, por una corazonada. Ahora sabía por qué. Iba a encontrar la verdad, sin importar lo horrible que fuera.