Ricardo no necesitó escuchar más. Se dio la vuelta y caminó hacia su escritorio. Observó la escena con una distancia clínica. Sofía reía, su cuerpo se inclinaba hacia el teléfono como si quisiera atravesarlo. Su voz era un susurro cómplice. Él, Ricardo, que estaba a tres metros de distancia, podría haber sido invisible.
Era la cruda realidad, presentada sin filtros. Para ella, él era la estructura, los cimientos, la parte aburrida pero necesaria de su vida. Miguel Ángel era la emoción, el fuego artificial, la diversión. Y en ese momento, Ricardo entendió que nunca podría competir con eso, y lo más importante, ya no quería hacerlo.
Aprovechando su distracción, abrió de nuevo el archivo de su renuncia, lo mandó a imprimir a la impresora de Recursos Humanos, en otro piso. Un acto pequeño, pero definitivo.
Salió de la oficina con la excusa de ir por un café. En el pasillo, se encontró con Laura, la jefa de RRHH.
"Ricardo, qué bueno que te veo. Justo iba a buscarte para lo de tu bono de desempeño".
"Laura, de hecho, necesito hablar contigo. ¿Tienes un minuto?".
Entraron a la oficina de ella. La impresora zumbaba suavemente en una esquina, escupiendo la única copia de su libertad.
"Dime", dijo Laura, sonriendo.
Ricardo tomó el papel tibio de la bandeja. "He decidido tomar otro camino. Esta es mi renuncia".
La sonrisa de Laura se desvaneció. Miró el papel, luego a Ricardo, con total incredulidad.
"¿Es una broma? ¿Es por lo de anoche? Ricardo, sabes cómo es Sofía. Mañana se le olvida y todo vuelve a la normalidad".
"No es por eso, Laura. Es una decisión personal. Y es definitiva".
"Pero... ¿a dónde irás? Has estado aquí por años. Eres...".
"Lo sé. Y agradezco la oportunidad. Pero mi ciclo aquí ha terminado".
Laura suspiró, derrotada. "Como quieras, Ricardo. Procesaré esto. ¿Sofía ya lo sabe?".
"Se lo diré a su debido tiempo".
Justo cuando salía de la oficina de RRHH, el ascensor se abrió y de él salieron Sofía y Miguel Ángel, riendo a carcajadas. Se toparon de frente con Ricardo.
La risa de Sofía se cortó. Miguel Ángel lo miró de arriba abajo con una sonrisa burlona.
"Vaya, vaya. Miren a quién tenemos aquí. El novio oficial", dijo Miguel Ángel, con un tono que era puro veneno.
Sofía lo fulminó con la mirada. "Miguel, cállate". Luego se dirigió a Ricardo, su tono forzadamente casual. "¿Ya está todo listo para la junta?".
"Sí, Sofía. Todo listo".
"Bueno", intervino Miguel Ángel, pasando un brazo por los hombros de Sofía. "Nosotros vamos a comer. Hay cosas más importantes que las juntas, ¿no crees?". Le lanzó a Ricardo una mirada de advertencia, una que decía "ella es mía, no te metas".
Ricardo simplemente los miró, sin expresión. No sintió celos, ni ira. Solo un profundo alivio. Vio la incomodidad de Sofía, atrapada entre su juguete nuevo y su leal empleado. Vio la arrogancia de Miguel Ángel. Y se sintió completamente ajeno a ese drama.
"Que disfruten su comida", dijo, y siguió su camino.
Esa noche, Ricardo no fue al apartamento de Sofía. Se fue a su propio apartamento, se puso su mejor traje y condujo hasta el Palacio de Bellas Artes. Entró solo al majestuoso teatro. Su asiento estaba en la primera fila, junto a un lugar vacío.
Miró a su alrededor. El lugar estaba lleno de la élite de la ciudad. Podía sentir algunas miradas sobre él, podía imaginar los susurros. "Ahí está el novio de Sofía, solo otra vez".
Pero por primera vez, no le importó. No sacó el teléfono para ver si ella había enviado un mensaje de excusa. No miró hacia la entrada cada vez que la puerta se abría. Simplemente se sentó y esperó a que la función comenzara.
Cuando las luces se atenuaron y la orquesta empezó a tocar, el asiento a su lado seguía vacío. Y Ricardo se dio cuenta de que ya no la estaba esperando. Estaba allí por él, para disfrutar de la música, para marcar el final de una era.
En el intermedio, su teléfono vibró con alertas de noticias. El titular era llamativo: "SOFÍA ILUMINA EL CIELO PARA SU NUEVO AMOR". La noticia informaba que Sofía había cancelado su asistencia a la gala de la ópera para organizar una fiesta sorpresa para Miguel Ángel en la terraza de su edificio corporativo, con un espectáculo de fuegos artificiales que se podía ver en toda la ciudad.
Era el último clavo en el ataúd de su relación. Pero el ataúd ya estaba enterrado. Ricardo leyó la noticia, bloqueó el teléfono y volvió a su asiento. La segunda parte de la ópera estaba por comenzar, y él no quería perdérsela. La música llenó el teatro, y por primera vez en años, Ricardo se sintió en paz, liberado en silencio.