La gente salía de sus casas y oficinas para verla pasar, algunos grababan con sus celulares, otros le gritaban insultos. "¡Ándale, arrastrada, que se vea el arrepentimiento!", "¡Eso te pasa por zorra!". Sofía avanzaba a través de un corredor de odio y burla, cada centímetro de piel de sus rodillas se desgarraba, dejando un rastro de sangre en el asfalto. El sol de la tarde le quemaba la espalda, el sudor le empapaba la ropa, y el dolor era una presencia constante y abrumadora.
Pero en su interior, Sofía había construido una fortaleza, se concentraba en su respiración, en el ritmo monótono y doloroso de su avance. Los gritos y las risas del exterior se convirtieron en un ruido de fondo, un zumbido lejano. Su mente estaba fija en su propósito, cada herida era una ofrenda, cada insulto un sacrificio. Estaba vaciándose de todo lo mundano, del ego, del orgullo, del dolor mismo. En su mente, no caminaba por las calles de la Ciudad de México, sino por un sendero espiritual que la estaba llevando a casa.
Pasaron horas, la tarde dio paso al anochecer, las luces de la ciudad se encendieron, pero Sofía no se detuvo. Sus jeans estaban destrozados en las rodillas, y la carne viva estaba cubierta de mugre y sangre. Finalmente, a lo lejos, vio las luces de la Basílica de Guadalupe, el final de su tortuoso viaje.
Con un último esfuerzo sobrehumano, llegó al atrio. La enorme plaza estaba casi vacía a esa hora. Se arrastró hasta el centro, levantó la vista hacia la imponente iglesia y susurró una oración que no era para Ximena, ni para Marc, sino para la fuerza que la guiaba. "Estoy aquí", murmuró. "He cumplido". Y entonces, su cuerpo no pudo más, sus ojos se pusieron en blanco y se desplomó sobre el frío suelo de piedra, inconsciente.
En su penthouse, Marc seguía la transmisión desde una enorme pantalla. Ximena estaba a su lado, pintándose las uñas.
"Ya llegó la estúpida", dijo uno de los amigos de Marc a través de una llamada. "Se desmayó, parece que no aguanta nada".
Marc sintió una punzada extraña en el pecho, una mezcla de triunfo y algo más, algo que no podía nombrar, ¿preocupación? Era ilógico, él había querido esto.
"¿Llamamos a una ambulancia?", preguntó la voz al otro lado.
"No, déjenla ahí un rato, que la gente la vea", ordenó Marc, pero su voz carecía de la convicción de antes.
"Mi amor, ¿estás bien?", preguntó Ximena, notando su silencio. "¿No estás feliz? Hicimos historia. Nadie se atreverá a meterse contigo ahora".
"Sí, claro, feliz", respondió Marc, forzando una sonrisa. "Solo estoy pensando en que no quiero que se muera, arruinaría la diversión". Se levantó y caminó hacia la ventana, incapaz de seguir mirando la imagen de Sofía tirada en el suelo.
Eventualmente, alguien llamó a una ambulancia. Sofía fue llevada a un hospital público cercano, donde las enfermeras limpiaron sus heridas con expresiones de horror y compasión. Le administraron analgésicos y la dejaron descansando en una camilla en un pasillo abarrotado, su cuerpo cubierto con una delgada sábana blanca.
Horas más tarde, una figura se acercó a su camilla, era Ximena, con unas enormes gafas de sol y un pañuelo cubriendo su cabello, tratando de pasar desapercibida.
"Vaya, vaya, mírate", susurró Ximena con veneno en la voz, asegurándose de que nadie más escuchara. "Sigues viva, qué decepción".
Sofía abrió los ojos lentamente, la droga la tenía atontada, pero estaba consciente.
"Pensaste que con esto Marc volvería contigo, ¿verdad? Qué ilusa", continuó Ximena, inclinándose sobre ella. "Él es mío, siempre lo será, tú solo eres su juguete roto, su ejemplo de lo que no se debe ser".
Sofía la miró sin expresión.
"Quiero que sufras, quiero que desaparezcas", siseó Ximena, su rostro contorsionado por el odio. De repente, su expresión cambió, vio a una enfermera acercándose por el pasillo. En un instante, Ximena se agarró el brazo y gritó.
"¡Suéltame! ¡Me estás lastimando!", chilló, rasguñándose su propio brazo con las uñas.
La enfermera corrió hacia ellas. "¿Qué pasa aquí?".
"¡Esta loca me atacó!", gritó Ximena, mostrando los arañazos rojos en su piel. "¡Intentó ahorcarme!".
Sofía, que no se había movido, miró la escena con una claridad repentina, la trampa era obvia, infantil, pero efectiva.
Justo en ese momento, Marc entró al pasillo, había venido a "verificar" el estado de Sofía, carcomido por esa extraña inquietud. Al ver a Ximena llorando y a la enfermera conteniendo a una "agresiva" Sofía, su rostro se endureció.
"¿¡Qué le hiciste!?", rugió, caminando directamente hacia la camilla de Sofía. No escuchó explicaciones, no preguntó, solo vio lo que su prejuicio le permitió ver.
"¡Después de todo lo que hice por ti, después de darte la oportunidad de redimirte, me pagas atacando a la mujer que amo!", gritó. Su mano se levantó y, sin pensarlo dos veces, la bajó con fuerza, una bofetada resonó en el silencioso pasillo del hospital. La cabeza de Sofía se giró violentamente por el impacto, su mejilla ardiendo con un nuevo tipo de dolor, uno que venía directamente de la mano del hombre que estaba orquestando su calvario.