SUYA POR ELECCIÓN
img img SUYA POR ELECCIÓN img Capítulo 4 FUEGO CONTRA FUEGO
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Capítulo 6 El Hielo y la Llama img
Capítulo 7 Fuego y Gasolina img
Capítulo 8 El Regreso a la jaula img
Capítulo 9  El Sabor de la Rendición img
Capítulo 10 Presa Equivocada img
Capítulo 11 Marcas en el Alma img
Capítulo 12 Guerra de almas img
Capítulo 13 La reina de hielo img
Capítulo 14 Veneno y Furia img
Capítulo 15 Reinas y Reyes img
Capítulo 16 Réplicas img
Capítulo 17 La verdad img
Capítulo 18 El Muro de Hielo img
Capítulo 19 La Princesa Rota img
Capítulo 20 Bailando con el Diablo img
Capítulo 21 Jaque Mate img
Capítulo 22 Un Nuevo Nosotros img
Capítulo 23 La Armadura de la Reina img
Capítulo 24 El Juego de la Reina img
Capítulo 25 Líneas cruzadas img
Capítulo 26 Cenizas y Treguas img
Capítulo 27 Territorio Salvaje img
Capítulo 28 La estrella rota img
Capítulo 29 El Casino de Chicago img
Capítulo 30 La Fiera Y el Buitre img
Capítulo 31 El secreto roto img
Capítulo 32 Corazones Exiliados img
Capítulo 33 La trampa de la Serpiente img
Capítulo 34 La lealtad de un hermano img
Capítulo 35 La sombra del Oso img
Capítulo 36 Dos rayas img
Capítulo 37 El cebo del padre img
Capítulo 38 Treinta minutos img
Capítulo 39 Sangre y verdades img
Capítulo 40 Epílogo img
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Capítulo 4 FUEGO CONTRA FUEGO

Capítulo 4 - FUEGO CONTRA FUEGO

-El tiempo ha volado. Hemos terminado por hoy -dijo él, poniéndose de pie-. Te veré mañana, Leah.

-Gracias, Ethan -respondió ella, su voz un murmullo distraído.

En cuanto el profesor salió de la biblioteca, Leah se levantó. Se dirigió hacia su habitación y se cambió, poniéndose la ropa deportiva . Se recogió el pelo en una coleta alta y, sin mirarse al espejo, se dirigió al gimnasio.

Max ya la esperaba. Estaba en el centro del tatami, sin camiseta, el sudor brillando en su torso musculoso. La observó acercarse, sus ojos oscuros recorriéndola con una lentitud deliberada que le erizó la piel.

-¿Lista para terminar lo que empezamos, esposa? -su voz era un gruñido bajo y provocador.

-Estoy lista para entrenar -replicó ella, colocándose en posición de combate frente a él.

La pelea comenzó sin más preámbulos. Leah atacó primero, lanzando una combinación de golpes que había practicado, pero él los desvió con una facilidad insultante. No era más ágil que él, ni más fluida; cada uno de sus movimientos, aunque llenos de una nueva y fiera determinación, eran predecibles para él.

Y Max aprovechaba cada roce. Cada vez que bloqueaba uno de sus puños, sus dedos se demoraban en su muñeca un segundo más de lo necesario. Cuando esquivaba una patada, su cuerpo se pegaba al de ella, su cadera rozando la suya en un contacto deliberado que le robaba el aliento. Sus cuerpos se encontraron en una colisión de fuerza, el aire entre ellos crepitando con una tensión sexual que él avivaba con cada movimiento calculado.

En un momento, él la atrapó en un agarre, su brazo rodeándole la cintura por detrás. Ella luchó por liberarse, pero él era una muralla de músculo.

-Nada mal, fiera -susurró él, su aliento caliente contra su mejilla-. Pero te falta fuerza.

-Suéltame -jadeó ella, más por el efecto de su cercanía que por el esfuerzo.

Él rio, una risa baja y gutural. La apretó más contra sí, su torso sudoroso pegado a su espalda.

-¿Y perderme esto? -murmuró, antes de girarla bruscamente para encararla. La empujó contra la pared acolchada del gimnasio, su cuerpo atrapando el de ella, sus manos a cada lado de su cabeza.

-¿Crees que puedes ganarme en mi propio juego? -siseó, su boca a centímetros de la de ella.

-Estoy empezando a pensar que no quiero ganar -jadeó Leah, su desafío derritiéndose en deseo.

Fue toda la invitación que él necesitó. La besó, un beso brutal, castigador, que no pedía, sino que tomaba. Ella le devolvió el beso con una ferocidad rendida, sus uñas clavándose en su espalda, una batalla que ya no era de fuerza, sino de pasión.

Él rompió el beso, su frente apoyada en la de ella, sus respiraciones agitadas mezclándose.

-Joder, Leah... me vuelves loco.

Sin decir más, la llevó en brazos, sin soltarla, hasta la pequeña ducha privada que había al fondo del gimnasio. Abrió el agua de un golpe, y el primer chorro frío cayó sobre sus cuerpos calientes, arrancándoles un jadeo ahogado. Pero el frío no apagó el fuego. Solo lo avivó.

Se despojaron de la ropa empapada con una urgencia febril, cada prenda arrojada al suelo era una barrera menos. Él la tomó allí mismo, contra los azulejos fríos, en una unión salvaje y desesperada. Fue rápido, brutal y exactamente lo que ambos necesitaban.

Cuando la tormenta amainó, se quedaron allí, bajo el agua, abrazados, con el vapor subiendo a su alrededor. Max apoyó la cabeza en el hombro de ella, su cuerpo todavía temblando por la intensidad del encuentro.

-Solo tú, angelito -murmuró, su voz era una caricia ronca y profunda-. Solo tú sabes cómo calmar la bestia que desatas en mí.

La besó de nuevo, un beso tierno esta vez, que sabía a agua y a la dulce rendición que solo ella le provocaba. Podrían haberse quedado allí para siempre, la única burbuja de paz en medio de su caótico mundo. Pero la realidad siempre reclamaba a Max Ravello.

Un zumbido insistente rompió el silencio, vibrando desde el banco metálico donde Max había dejado su ropa. El teléfono. La mandíbula se le tensó al instante, y la sombra en su mirada volvió a oscurecerse.

Leah sintió el cambio en su cuerpo, como si el calor de sus caricias se disipara al contacto con la realidad. La calma se quebró como cristal.

Max exhaló un suspiro cargado de frustración muda. Le dio un último beso, rápido, como un adiós silencioso al instante robado, y salió de la ducha sin volver la vista atrás. Tomó el móvil con la firmeza de quien vuelve a la guerra.

Desde la ducha, Leah lo observó en silencio. El corazón le palpitaba lento y pesado, presintiendo que algo se desmoronaba. La intimidad se evaporó con el vapor. Se envolvió en una toalla blanca, los dedos tensos, y sintió cómo el vacío se instalaba en su pecho... ese tipo de vacío que no tiene nombre, pero lo arrasa todo.

-¿Rocco? -La voz de Max era seca, cargada de impaciencia contenida.

-Tenemos un problema en el casino. Uno serio

Max frunció el ceño. El cambio en el tono bastó para encender todas sus alarmas.

-¿Qué tipo de problema? El casino lleva abierto menos de una maldita semana.

Leah, aún con la toalla alrededor del cabello, se acercó sin hacer ruido, como si sintiera que algo se quebraba en el aire. Max seguía escuchando, pero su mandíbula se tensó y los músculos de sus brazos se endurecieron como acero bajo presión.

-El crupier de la mesa nueve apareció muerto esta madrugada -dijo Rocco-. Un solo disparo, directo al corazón.

Max dejó escapar una exhalación lenta, peligrosa.

-¿Y nadie vio una mierda?

-Dos camareras lo encontraron. Ya estaba muerto. Las cámaras fueron hackeadas. Estuvieron fuera durante seis minutos.

Max parpadeó. Una vez. Luego su voz se volvió acero.

-¿Seis minutos ciegos? ¿Quién coño dejó que nos metieran ese gol en nuestra puta cara?

-Estoy revisando a todos, Max. Personal, técnicos, seguridad... alguien abrió la puerta desde dentro. Y eso no es lo peor.

-Sigue.

-Le dejaron algo en la boca.

El silencio se espesó como sangre coagulada. Leah contuvo el aliento.

-¿Qué cosa?

-Una carta de póker. K Roja. -dijo Rocco con voz baja-. Y una gota de sangre en la esquina.

Max no dijo nada por un segundo. El músculo en su mandíbula palpitó como un tambor de guerra.

-K de Krakov... el hijo de puta quiere jugar.

-O quiere que pienses eso -respondió Rocco-. Sea quien sea, se metió hasta el corazón del negocio. Y no vino a robar. Vino a mandar un mensaje.

-Y ahora va a recibir uno -murmuró Max.

Tomó aire por la nariz como un animal que huele sangre.

-No toques la escena. Ni un puto cenicero. Estoy en camino.

Colgó con un golpe seco, la furia irradiando de él como un aura oscura. Se giró hacia Leah, sus ojos negros fijos en los suyos.

-Se acabó la paz, angelito -dijo, su voz tan gélida como la mirada-. Krakov acaba de firmar su sentencia de muerte. Y esta vez, no va a ser un incendio silencioso.

Max se puso rápidamente los pantalones deportivos que había dejado en el suelo. Con el teléfono pegado a la oreja, salió a zancadas del gimnasio, en dirección a la habitación principal.

-Enzo, prepara el jet privado. Inmediatamente. Destino: Chicago.

Leah, sintiendo la necesidad imperiosa de seguirlo, se envolvió bien en la toalla y lo siguió de cerca, su mente procesando la información mientras sus pies apenas tocaban el suelo.

Escuchó "Chicago". Max estaba yendo directamente a la boca del lobo.

-¡No! -La palabra se escapó de sus labios antes de que pudiera pensarlo.

Max cortó la llamada con Enzo y se giró lentamente, su mirada oscura y cargada de una advertencia silenciosa.

-¿Qué has dicho, Leah?

-Que no vayas -repitió ella, dando un paso adelante-. ¡Max, piénsalo! Es una trampa.¿Desde cuándo actúas sin pensar, Max? Tú siempre piensas en frío.

Max no lo dijo en voz alta, pero pensó: Desde que tu vida corre peligro, angelito. Desde que quiero protegerte a toda costa. En lugar de confesar lo que siente, necesitaba soltar una de esas respuestas que duelen un poco... porque duelen por dentro.

-¿Y tú desde cuándo cuestionas mis decisiones?No necesito pensar en frío cuando tengo claro a quién quiero destruir.

El golpe la alcanzó con la misma fuerza de un puñetazo. Leah sintió un nudo en la garganta, una punzada de dolor que superó el miedo por un instante. Pero la urgencia de la situación era más grande que su herida personal. Se tragó el dolor, mirándolo directamente a los ojos. Su voz, aunque dolida, era firme.

-No ves que te está imitando? Te está desviando para que él pueda atacar aquí.

Max la miró fijamente, con la mandíbula tensa. Su expresión era inescrutable, pero sus ojos, profundos y oscuros, se clavaron en los de ella, buscando un error en su razonamiento. Su lógica, fría e implacable, le decía que ella tenía razón, pero la furia y el deseo de protegerla lo cegaban.

No dijo nada más, solo se dirigió a zancadas a la habitación.

Cuando Leah entró en la habitación, Max, se estaba vistiendo. Se ponía rápidamente una camisa negra, sus movimientos eran bruscos, de alguien que actúa por instinto. Al verla, su mirada se endureció aún más. La miró a los ojos, una posesión salvaje en su mirada.

-Quédate en esta maldita casa, ¿me has oído? No salgas de ella por nada del mundo.

Se acercó a él, extendiendo la mano para tocar su brazo, pero él se apartó, un movimiento brusco que la hizo retroceder. Max se puso el chaleco antibalas, un gesto que hizo que el corazón de Leah se encogiera de miedo. Terminó de arreglarse el traje y antes de salir de la habitación miró a Leah.

La mirada de Leah estaba perdida, había un dolor en sus ojos que se mezclaba con la frustración.

Max salió de la habitación y bajó la gran escalera con la misma furia silenciosa con la que había subido. Su rostro era una máscara de hielo tallada en piedra. Cada paso resonaba como un tambor de guerra en la inmensa mansión.

Marco lo esperaba en el comedor, de pie. Al ver a Max, supo que la situación era más que seria.

-Jefe -saludó Marco, su voz era un murmullo profesional.

Max no se detuvo. Caminó directamente hacia él, su mirada gélida y sin concesiones.

-Tú te quedas aquí con ella -ordenó Max.

Marco asintió, su lealtad era evidente en cada gesto.

Leah se quedó mirando por la ventana, su cuerpo temblaba de impotencia. El sonido de la puerta principal cerrándose resonó como una sentencia.

            
            

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