SUYA POR ELECCIÓN
img img SUYA POR ELECCIÓN img Capítulo 5 CICATRICES QUE NO SE VEN
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Capítulo 6 El Hielo y la Llama img
Capítulo 7 Fuego y Gasolina img
Capítulo 8 El Regreso a la jaula img
Capítulo 9  El Sabor de la Rendición img
Capítulo 10 Presa Equivocada img
Capítulo 11 Marcas en el Alma img
Capítulo 12 Guerra de almas img
Capítulo 13 La reina de hielo img
Capítulo 14 Veneno y Furia img
Capítulo 15 Reinas y Reyes img
Capítulo 16 Réplicas img
Capítulo 17 La verdad img
Capítulo 18 El Muro de Hielo img
Capítulo 19 La Princesa Rota img
Capítulo 20 Bailando con el Diablo img
Capítulo 21 Jaque Mate img
Capítulo 22 Un Nuevo Nosotros img
Capítulo 23 La Armadura de la Reina img
Capítulo 24 El Juego de la Reina img
Capítulo 25 Líneas cruzadas img
Capítulo 26 Cenizas y Treguas img
Capítulo 27 Territorio Salvaje img
Capítulo 28 La estrella rota img
Capítulo 29 El Casino de Chicago img
Capítulo 30 La Fiera Y el Buitre img
Capítulo 31 El secreto roto img
Capítulo 32 Corazones Exiliados img
Capítulo 33 La trampa de la Serpiente img
Capítulo 34 La lealtad de un hermano img
Capítulo 35 La sombra del Oso img
Capítulo 36 Dos rayas img
Capítulo 37 El cebo del padre img
Capítulo 38 Treinta minutos img
Capítulo 39 Sangre y verdades img
Capítulo 40 Epílogo img
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Capítulo 5 CICATRICES QUE NO SE VEN

Capítulo 5 CICATRICES QUE NO SE VEN

La mansión estaba en silencio, pero su cabeza era un enjambre.

Se dejó caer sobre la cama, con la toalla aún húmeda sobre el cuerpo.

Abrió el cajón. Sacó el diario donde volcaba lo que no se atrevía a decirle ni al espejo.

Tomó el bolígrafo y escribió con rabia, como si cada palabra sangrara.

DIARIO DE LEAH

Está siendo otra vez el mismo imbécil. ¿Qué soy para él? Una muñeca de carne caliente. Un juguete al que domina, toca, besa y deja...

Y yo... como idiota, lo dejo. Dejo que me toque, que me invada, que me destruya...

Dejo que haga lo que quiere con mi cuerpo.

Y lo peor... con mi alma

¿Será que Erika tiene razón? ¿Será que me estoy enamorando? Más de lo que debería. Más de lo que puedo soportar.

La paz con Max siempre tiene fecha de caducidad.

Nuestros momentos se desvanecen tan rápido como llegan. Como un sueño hermoso que se convierte en pesadilla al amanecer.

Desde que volvimos, se porta distante. Frío. Pensaba que había cambiado... que algo en él había despertado. Pero no. Me equivoqué. Erika también se equivoca. La bestia no se enamora. Solo toma hasta que deje de importarle. Quizá ya obtuvo lo que quería de mí.

Quizá me está dejando de lado... Porque ya no soy un misterio. Porque ya no tiene nada que arrebatarme."

Leah apretó los labios. Una lágrima cayó sobre la hoja y se deslizó por la tinta. Cerró el diario con fuerza, como si cerrarlo fuera suficiente para acallar todo lo que sentía.

Se abrazó a sí misma y se dejó caer de lado sobre la cama. Se quedó allí, con la sensación amarga de haber sido usada... y de haberlo permitido.

♡♡♡

Mientras tanto...

En el cielo nocturno, a miles de metros de altura, Max Ravello se mantenía inmóvil en su asiento de cuero negro. La ventanilla del jet reflejaba su silueta como un espectro sin descanso. El vaso de whisky en su mano seguía intacto. Ni un sorbo.

Pensaba en sus ojos.

Los de Leah.

Esos malditos ojos que lo miraban como si aún quedara algo bueno en él. Como si lo entendieran. Como si no le temieran.

Es por tu bien, Leah, pensó con amargura.

No puedo permitir que te lastimen... No puedo arrastrarte conmigo a este juego de sangre. Cuanto más me necesites, más débil me vuelvo. Y si soy débil... me perderás. O te perderé...

Cerró los ojos, apoyó la cabeza en el respaldo. Pero la imagen de ella, con el cabello mojado, envuelta en una toalla y el corazón hecho trizas, lo perseguía como una condena silenciosa.

♡♡♡

El jet aterrizó sin problemas en la pista privada.

El aire de Chicago era cortante como cuchilla, y olía a traición.

Rocco lo esperaba al pie de la escalerilla, junto a un coche negro de vidrios polarizados, fumando un cigarro con los hombros tensos como si ya esperara malas noticias.

-¿A quién coño le has tocado los huevos esta vez, Max? -soltó, cruzándose de brazos-. Porque me está salpicando a mí también.

Max se detuvo frente a él, su mirada más afilada que un bisturí.

-Define "salpicarte".

-Mis camiones llegan vacíos a tu puerto. Tres en una semana. Ni armas, ni droga, ni putas cajas de tabaco. Vacíos. Como si alguien estuviera jugando al fantasma con mis mercancías.

-¿Qué se sabe de los hombres de Krakov?

Rocco tiró la colilla al suelo y la aplastó con la bota sin dejar de mirar a Max.

-Según ha llegado a mis oídos -respondió Rocco -, algunos de sus perros se mueven por el club Il Diavolo. No hacen mucho ruido, pero están ahí... bebiendo más de lo que gastan.

-Entonces vamos a hacerles una visita. Una de esas que no se olvidan. Esta noche -dijo Max, subiendo al vehículo con la voz más baja que un susurro-, Il Diavolo va a conocer al diablo verdadero.

Rocco sonrió de lado, encendiendo otro cigarro.

-Así me gusta. La bestia ha vuelto. Pensaba que te habías ablandado.

♡♡♡

Cuando el coche se detuvo frente al club, la música retumbaba hasta el asfalto. Il Diavolo brillaba con neones rojos como un corazón corrupto latiendo en la noche.

Max bajó del vehículo sin esperar a que Rocco le abriera la puerta. Caminó hacia la entrada como un huracán con traje.

El portero, un tipo grande con cara de boxeador retirado, se enderezó al verlo.

-Señor Ravello...

-Apártate -gruñó Max sin detenerse.

El interior del club era un abismo de luces tenues, cuerpos bailando, humo de habano y whisky caro. El bajo retumbaba como un corazón impaciente.

Max escaneó la sala con una sola mirada.

Y entonces los vio. Cuatro hombres en una mesa del fondo. No bebían. No reían. Solo observaban. Silenciosos. Cómodos. Como si el local les perteneciera.

Max se acercó. Uno de ellos, con chaqueta de cuero y barba recortada, alzó la mirada justo a tiempo para ver el puño de Max estrellarse contra su cara.

El golpe sonó como un disparo.

El resto intentó levantarse, pero Rocco ya estaba encima de ellos, pistola en mano y sonrisa torcida.

-Ni se os ocurra -masculló-. Hoy se habla, o se sangra.

Max agarró al primero por el cuello de la camisa, lo levantó con una facilidad inhumana y lo empotró contra la pared acolchada de terciopelo.

-¿Quién mató al crupier? -escupió.

El tipo, con la nariz rota y la boca llena de sangre, escupió cerca del zapato de Max.

-No lo sé... juro que no lo sé. Nadie de los nuestros ha tocado a nadie en semanas.

Max apretó más fuerte, haciendo crujir la tela y la dignidad del hombre al mismo tiempo.

-La carta. La K Roja. ¿De quién fue la idea?

Otro de los hombres, más joven, con acento del este y los nervios a flor de piel, levantó las manos.

-Se rumorea que fue un tal Milan... Milan Kovac. Nuevo en la ciudad. Un perro sin collar. Dicen que quiere ocupar el lugar que dejó Caparelli. Que busca sangre Ravello para hacerse un nombre.

Rocco lo miró con desconfianza.

-¿Kovac? Ese cabrón se movía por los bajos fondos de Praga, ¿qué coño hace en Chicago?

-Lo trajeron hace dos semanas. Se está reuniendo con exsocios de Caparelli. Quiere el control del puerto, del club, del tráfico. Y para eso... tiene que matarte a ti -dijo el joven, tragando saliva.

Max soltó al primero y caminó hacia el centro del salón, las luces de neón tiñendo de rojo sus facciones de mármol.

-¿Dónde?

-En el muelle 17. Esta noche. Están esperando una carga de Europa del Este. Armas. Mujeres. Todo.

Max asintió, con la calma letal de un depredador.

-Perfecto. Iremos a darles la bienvenida.

-¿Y estos? -preguntó Rocco, alzando la pistola.

-Vivos. De momento. No se sabe cuando los vamos a necesitar.

Max salió del club con paso firme, la furia convertida en hielo. Chicago temblaba. El muelle 17 sería un campo de guerra antes del amanecer.

♡♡♡

Mientras tanto, en la mansión Ravello...

Una tímida serie de golpes sonó en la puerta de Leah.

-Señora Ravello -dijo la voz de María, la sirvienta-. La cena está servida.

Silencio.

Leah se había pasado toda la tarde encerrada en la habitación llorando. Solo se había puesto un pijama de terciopelo de color verde. No iba a quedarse cubierta solo por la toalla. Le había rogado a Marco que llamara a Erika para que viniera, pero Marco se negó rotundamente.

-El jefe dijo nada de visitas. Podría ponerla en peligro -respondió él, como si fuera un guardia de prisión disfrazado de mayordomo.

Golpes suaves, de nuevo.

-¿Señora Ravello?

-No tengo hambre, María -respondió Leah finalmente, con la voz ronca, apenas un susurro-. Gracias.

-Tienes que comer, señora Ravello. No has probado bocado en todo el día.

-María... por favor -dijo Leah con un suspiro que salía del alma-. Llámame solo Leah.

La sirvienta dudó un segundo antes de responder.

-Lo siento, Leah... Es que el señor Ravello fue muy concreto. Quiere que te llame así.

Leah se incorporó en la cama como impulsada por un resorte. Su mirada chispeaba rabia contenida.

-Pues... que le den al señor Ravello -espetó Leah, poniéndose de pie de golpe, caminando hacia la puerta con los pasos encendidos por el dolor y la indignación-. Que venga él y me obligue a comer si tanto le importa. ¡Que le den con todas sus normas, sus órdenes y sus malditas reglas de hierro!

Del otro lado de la puerta, María bajó la mirada y guardó silencio.

Leah se suavizó apenas. Sabía que la pobre mujer no tenía la culpa.

-Lo siento... -susurró-. No es contigo. Solo... no puedo más.

-¿Desea que le traiga algo más tarde... Leah?

Leah cerró los ojos, apretando los labios con fuerza para no romperse otra vez.

-No. Solo quiero estar sola.

Y esta vez, María no insistió.

Leah dejó que el silencio se adueñara de la habitación. Caminó hacia el espejo, miró su reflejo... no podía dejar que los sentimientos la consumieran... ella tenía fuego en las venas. Aunque ese fuego dolía.

-No más -susurró-. No más lágrimas por un hombre que no sabe querer sin destruir. Si tú quieres una Leah sumisa, vacía y rota... Pues vas a tener justo lo contrario, cabrón.

Leah se recogió el cabello en un moño improvisado. No pensaba cambiarse. No iba a vestirse para impresionar a nadie.

Salió al pasillo en silencio. La mansión seguía tranquila, como si incluso las paredes supieran que él no estaba.

Al llegar al comedor, la mesa seguía puesta. La luz era tenue. Todo estaba dispuesto como si esperaran la presencia de Max.

María, que estaba terminando de alinear los cubiertos, alzó la mirada y abrió los ojos con sorpresa.

-¿Leah? Has bajado...

Leah forzó una sonrisa mientras cruzaba el comedor con paso firme.

-Sí, María. No me he muerto de hambre... pero estoy a punto de resucitar con una copa de vino.

Sin esperar más, caminó hacia el cabecero de la mesa y se sentó en el sitio de Max. Se acomodó con la espalda recta, una pierna cruzada sobre la otra. Apoyó el codo en el reposabrazos y deslizó los dedos por el borde del mantel con una calma que ocultaba el temblor de su alma.

La sirvienta tragó saliva, asintió con un leve gesto y desapareció hacia la cava sin decir una palabra.

Después de unos minutos, María regresó con la copa y la colocó frente a Leah con delicadeza.

Leah la miró a los ojos, con una expresión serena.

-Gracias.

Tomó la copa por el tallo y la alzó ligeramente, no en un brindis... sino en un gesto silencioso de afirmación. Luego bebió.

El vino era fuerte, seco, con ese regusto áspero que se aferra a la garganta. Justo lo que necesitaba.

Ella no era de beber. Nunca lo había sido. Pero esa noche, lo necesitaba más que aire.

Si seguir siendo Leah la estaba destruyendo, entonces sería otra.

Más dura. Más fría. Más implacable.

Iba a convertirse en él. Pero en versión femenina. Sin culpa. Sin miedo. Sin piedad.

Se recostó contra el respaldo de la silla y exhaló.

Estaba sola.

Muelle 17

El muelle crujía bajo los pasos de Max, que caminaba con calma asesina junto a Rocco. A pocos metros, un yate de lujo se alzaba sobre las aguas oscuras como un monstruo dormido, con luces cálidas y risas femeninas que flotaban desde dentro.

En la cubierta, cuatro mujeres semidesnudas reían y bailaban alrededor de dos figuras masculinas sentadas en sillones de cuero blanco. Copas alzadas. Humo de habano. Música electrónica de fondo.

Max levantó el brazo y disparó un solo tiro al aire.

Silencio.

La música se detuvo. Las mujeres gritaron y se agacharon. Los hombres dentro del yate se tensaron. Y entonces, entre las sombras, emergió Krakov, vestido con una camisa abierta y una sonrisa venenosa.

-Ravello... -dijo, con voz grave y despectiva-. Qué valiente eres al hacer esta visita. Supongo que no aprendiste nada la última vez.

Max bajó el arma, pero no el pulso.

-Deja los juegos, Krakov. Pensé que lo habíamos solucionado con los cinco millones.

Krakov soltó una carcajada seca, sin alegría.

-Pensaste mal. -Se apoyó en la baranda del yate, con una copa aún en la mano-. Humillaste a mi hija. Eso no te va a costar solo dinero.

Max entrecerró los ojos.

-Ella se humilló solita. Si hubiera permanecido al margen, eso no habría pasado.

Krakov lo ignoró. Dio un trago lento y luego sonrió como un lobo hambriento.

-Sin embargo... podría cambiar de opinión -dijo con fingida amabilidad-. Siempre y cuando aceptes casarte con mi hija. Podríamos... sellar la paz, como en los viejos tiempos.

Rocco se tensó al lado de Max, pero no dijo nada.

Max dio un paso hacia el borde del muelle, sin apartar la mirada del ruso.

-No me casaré con tu hija -dijo con voz baja, firme-. Y tampoco jugaré a tu jodido juego.

Krakov alzó una ceja. Hizo un gesto y, como si lo hubieran ensayado, cuatro hombres armados emergieron del yate y apuntaron directamente a Max y a Rocco.

-¿Quieres acabar aquí, Ravello? -preguntó Krakov, sin perder su sonrisa-. Ya has hecho lo suficiente como para ganarte un disparo en la frente.

Max ni se inmutó.

-Seguro que lo podemos solucionar de otra forma, Krakov. Tú no quieres una guerra. Aún tienes demasiado que perder.

El ruso bajó la mirada un instante a su copa vacía, girándola lentamente entre los dedos.

-Ya te lo dije, Ravello. Esto no se trata de negocios. Se trata de orgullo. Te divorcias de tu putita y te casas con mi hija. Te doy una semana.

Max apretó la mandíbula.

-Y si no lo hago...

Krakov lo miró a los ojos y sonrió, pero esa sonrisa ya no tenía ni rastro de cortesía.

-Entonces será solo cuestión de tiempo. Y lo perderás todo.

                         

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