Mientras caminaban por el pasillo, Noemí se aferró al brazo de Theo, tambaleándose. Él la sostuvo con más fuerza, notando lo frágil que se sentía.
-Gracias... -murmuró ella, con voz quebrada.
Theo no respondió. Sabía exactamente quién era ella. Noemí Reynoso. La heredera de los Reynoso, la familia que había intentado forjar una alianza con él a través del matrimonio. Hasta hacía unas semanas, todo el mundo daba por hecho que sería él quien se casaría con ella. Pero entonces, de la noche a la mañana, todo cambió.
Los Reynoso empezaron a insinuar que Samara, la hermana menor de Noemí, sería una mejor opción. Más dócil, más ambiciosa, más... dispuesta a cumplir con los deseos de su padre. Theo había rechazado todas las insinuaciones. Algo no cuadraba. Y ahora, aquí estaba Noemí, desamparada, enferma, y claramente en peligro.
El doctor, un hombre de mediana edad con gesto profesional pero amable, examinó a Noemí con cuidado. Theo esperó afuera del cubículo, pero no se fue. Algo en él le impedía abandonarla ahí. Cuando el médico salió, su expresión era seria.
-Está deshidratada, con síntomas de estrés extremo y necesita reposo. El bebé está bien, pero si sigue así, podría haber complicaciones. -dijo el médico y Theo asintió, procesando la información.
-¿Necesita ser hospitalizada? -pregunto Theo
-Sería lo ideal para estabilizarla, pero... -el médico miró hacia Noemí, que yacía en la camilla con los ojos cerrados-. No tiene seguro. -Theo sonrió, pero no había humor en esa sonrisa.
-Cúrela. Yo me encargo de los gastos. -dijo Theo con firmeza.
El médico asintió, aliviado, y volvió al cubículo. Theo entró y se acercó a Noemí, que ahora estaba más consciente, aunque aún pálida.
-¿Por qué no me dijiste quién eras? -preguntó él, sin rodeos. Ella abrió los ojos, sorprendida. Por primera vez, realmente lo miró. Y lo reconoció.
-Tú eres... Theo Estrada. -dijo Noemí con temor
-Sí. Y tú eres Noemí Reynoso. O al menos, lo eras. -dijo Theo viéndola. Ella apartó la mirada, avergonzada.
-Ya no soy nadie. -dijo Noemí y Theo se inclinó un poco, bajando la voz.
-Hace unas semanas, tu familia quería casarte conmigo. Ahora, de repente, ofrecen a tu hermana. Y tú apareces en la calle, embarazada y sin un peso. ¿Qué demonios pasó? -preguntó Theo y Noemí cerró los ojos, como si recordar le doliera.
-Mi padre me echó cuando se enteró del bebé. Me desheredó. Todo lo que era mío... Ahora es de Samara. -dijo Noemí y Theo no se inmutó, pero algo en su mirada se volvió más frío.
-¿Y el padre del niño? -preguntó Theo
-No quiere saber nada. -respondió Noemí
Theo respiró hondo. Todo encajaba. Los Reynoso habían desechado a Noemí por ser un estorbo y ahora intentaban colocar a Samara en su lugar. Pero Theo no era un títere. Y menos ahora, con Noemí frente a él, vulnerable pero con una fuerza callada que le intrigaba.
-No vas a volver a la calle -dijo Theo con firmeza-. Vienes conmigo. -Ella lo miró, sorprendida.
-¿Por qué harías eso? -preguntó Noemí sorprendida
Theo no respondió de inmediato. La verdad era que ni él mismo lo sabía. ¿Lastima? ¿Curiosidad? ¿O algo más?
-Porque nadie merece lo que te hicieron. -respondió Theo
Y en ese momento, mientras sus miradas se mantenían fijas una en la otra, algo cambió entre ellos. Algo que ni los Reynoso, ni Samara, ni siquiera el pasado, podrían controlar. Porque Theo Estrada no salvaba a nadie... a menos que decidiera que valía la pena. Y Noemí, sin saberlo, acababa de convertirse en la excepción.
Después de que el médico terminó de examinarla, Noemí sintió un alivio momentáneo al saber que su bebé estaba a salvo, aunque el dolor y el agotamiento aún pesaban sobre ella como una losa. Sin embargo, antes de que pudiera preguntar qué pasaría después, una enfermera se acercó con una silla de ruedas.
-Vamos a trasladarla a una habitación privada, señorita Reynoso, -dijo el médico con voz profesional pero amable, muy diferente a la frialdad con la que la habían recibido en recepción.
Noemí parpadeó, sorprendida. *¿Una habitación privada?* No tenía dinero para pagar eso. Dudó por un instante, pero el dolor punzante en su bajo vientre la hizo aceptar. Con ayuda de la enfermera, se acomodó en la silla de ruedas, sintiendo cómo cada movimiento le recordaba lo débil que estaba.
El recorrido por los pasillos del hospital fue un borrón de luces fluorescentes y murmullos ahogados. Notó las miradas curiosas de algunos empleados, que reconocían su apellido pero no entendían por qué estaba allí, sola y en ese estado. Finalmente, llegaron a un ala más tranquila, con pasillos alfombrados y puertas espaciadas. *El área VIP*, donde solo los pacientes con influencia o fortuna eran atendidos.
La habitación que le asignaron era amplia, con una cama ortopédica, cortinas gruesas y una ventana que dejaba entrar la luz tenue del atardecer. Una segunda enfermera, de rostro juvenil y sonrisa cálida, la ayudó a acostarse.
-El doctor Rodríguez estará a cargo de su caso, -explicó la enfermera mientras le ajustaba la bata de hospital-. Le haremos algunos análisis adicionales para asegurarnos de que todo esté bien, pero por ahora, descanse.
Noemí asintió, demasiado cansada para hablar. En las horas siguientes, fue monitoreada con una dedicación que no había experimentado en años. Le tomaron muestras de sangre, le colocaron un suero para hidratarla y le trajeron una bandeja con comida caliente: sopa de pollo, pan fresco y un té de manzanilla. Cada bocado le sabía a vida. Una enfermera mayor, de manos firmes pero gentiles, le revisó las constantes cada dos horas.
-La presión está un poco baja, pero dentro de lo normal considerando su estado, -murmuró la enfermera, anotando algo en una tableta-. El bebé tiene buen ritmo cardíaco. Eso es alentador.
Noemí dejó escapar un suspiro. El bebé está bien. Era lo único que importaba. Pero a medida que la noche caía y los ruidos del hospital se hacían más tenues, una pregunta la atormentaba: ¿Por qué Theo Estrada había intervenido?, Él no le debía nada. De hecho, si seguía los acuerdos familiares, ahora su prometida era Samara.
Sin embargo, ahí estaba, en una habitación que seguramente costaba una fortuna, atendida como si aún fuera una Reynoso con derecho a todo. Una parte de ella quería agradecerle. Otra, más cautelosa, se preguntaba qué quería él a cambio.
Pero por ahora, permitió que el cansancio la venciera. Por primera vez en días, se sintió segura. Y mientras el sueño la arrastraba, una última imagen cruzó su mente: los ojos fríos de Theo, observándola como si fuera un enigma por resolver.
Continuará...