-Señor Gallagher, nos gustaría mostrarle las proyecciones...- El administrador de mi propiedad en Big Sky no para de hablar de negocios, pero no puedo apartar la vista de la mujer sentada junto a la ventana. Lleva el pelo oscuro recogido en un moño desordenado, dejando al descubierto las líneas de su cuello y hombros.
Su vestido largo fluye alrededor de sus curvas perfectas y, para mi sorpresa, lleva sandalias.
No creo haberla visto nunca con otra cosa que no sean tacones, y he visto a Betzabeth Blackwell a menudo durante los últimos nueve meses, más o menos. Esto es lo más informal que puede llegar a ser para ella, y quiero dejar a estos imbéciles y unirme a ella.
¿Qué está haciendo ella aquí?
El camarero se acerca a ella, y cuando ella le sonríe, me dan ganas de gruñir. Una vez que hace su pedido, mira su teléfono, toma un sorbo de té y observa a la gente afuera.
No escucho nada de lo que pasa en esta reunión.
Pero sé cada movimiento que hace mi ángel.
-¿Qué opina de eso, señor Gallagher?
Vuelvo a mirar lo que sea que este idiota esté señalando en un papel y asiento. -Bien-.
-Excelente, ¿ahora?
Él continúa, pero me vuelvo para observar a mi chica. Es embriagador verla comer. No le da vergüenza hablar de su amor por la comida, y ojalá estuviera sentado con ella para compartir su comida como hicimos aquella primera noche en el restaurante italiano. Quiero oír cómo tararea con aprobación. Quiero ver su cara cuando cierre los ojos y saboree los sabores en su lengua.
Me siento y la observo mientras degusta cada plato. Con cada plato frente a ella, baila un poco en su asiento.
Nunca he conocido a nadie que irradiara tanta alegría por algo tan sencillo como una comida.
No me sorprende cuando el camarero trae el postre a la mesa y Betzabeth aplaude de felicidad, con la cara iluminada. Es un golpe en el estómago.
Cristo, ella es hermosa.
Le hago señas al servidor para que se detenga.
-¿Sí, señor?-
-Me gustaría que su cheque se agregue al mío-, respondo, señalando a Betzabeth.
-Lo tienes.- Él asiente y se aleja, y noto que el resto de la mesa se ha quedado en silencio, pero no me importa.
Ni siquiera estoy seguro de tener que participar en esta reunión.
-Señor, podemos terminar con esto si lo desea-, dice el gerente, y asiento.
Gracias. Hoy vuelvo a Bitterroot Valley.
-¿Pero pensábamos...?-
-No era una pregunta-, respondo y les doy la mano a ambos, despidiéndolos. Luego me siento solo y observo a Betzabeth mientras termina su postre y vuelve a mirar su teléfono, sonriendo ante algo que ve. ¿Será un mensaje de otro hombre?
El solo pensamiento hace que mi mano se cierre en un puño y mi mandíbula se apriete, lo cual es completamente irracional.
No es asunto mío si sale con alguien. Me dejó claro hace un par de semanas, cuando la arrastré al armario de suministros de su tienda, que no quiere saber nada de mí.
-No haré esto contigo -dice con la voz temblorosa-. Basta. Se acabaron los besos en recitales de baile, las cenas familiares y la maldita coronación de un rey. Se acabó el juguetear conmigo, Calvin. Seguro que te alegra saber que disfruté follándote. No puedo evitar corresponderte cuando me tocas, pero ya no quiero que me uses. Ya no puedes hacer eso.
Lo he intentado. He mantenido las distancias estas últimas semanas y me he asegurado de que, si ella iba a estar en algún sitio, yo no estuviera. Pero la idea de alejarme de ella para siempre es una tortura. Cada día es más difícil. Lo único que quiero es a esta mujer.
El camarero se acerca a su mesa y ella le pide la cuenta, pero él niega con la cabeza y debe decirle que ya está lista porque ella frunce el ceño.
Me levanto y comienzo su camino.
Cuando me ve venir, sus hermosos ojos se abren de par en par y palidece como si hubiera visto un fantasma. O su peor pesadilla.
Odio eso, joder.
-Gracias, Travis -digo. El joven asiente y se va, y me siento frente a Betzabeth.
-¿Qué haces aquí?- pregunta ella frunciendo el ceño.
-Soy dueño de este lugar.-
Me mira parpadeando y luego parece desfallecer. -¿Esto es tuyo? ¿Y el hotel también?-
Asiento mientras jugueteo con los cubiertos sobre la mesa.
-Mierda. Me encanta este lugar.
-¿En serio?- Levanto una ceja sorprendida y me siento extrañamente... orgullosa.
Es un hotel precioso. Nunca me he alojado aquí, pero siempre como aquí cuando vengo a la ciudad.
-¿Y con qué frecuencia es eso?-
Se muerde el labio. -Una vez al mes-.
-¿Haces un viaje de cuatro horas una vez al mes?-
Son casi ocho horas porque vuelvo el mismo día. De hecho, ya estoy a punto de salir. Solo quería comer primero.
-Entonces te acompañaré hasta tu auto.-
Ella no discute mientras me levanto y me abotono la chaqueta del traje, y con mi mano presionada en la parte baja de su espalda, la conduzco hacia la puerta principal hasta el sendero.
-Yo estoy por allá. -Señala hacia la izquierda y, sin pensarlo, le doy la mano y camino a su lado, asegurándome de que esté dentro del sendero.
Sus dedos se curvan alrededor de los míos, provocando algo en mí, como siempre lo hace cuando la toco.
-¿Y qué te trae por aquí una vez al mes?-, pregunto.
-No compartimos cosas personales, ¿recuerdas?-
La miro con el ceño fruncido, pero ella no me mira y no la empujo. Cuando llegamos a su auto, saco mi teléfono y le envío un mensaje a Miller.
Nos vamos a Virginia Occidental. Recógeme afuera de Thrifty Threads.
Miller: En camino.
-Bueno, supongo que nos vemos-, dice Betzabeth, dando la vuelta a su camioneta, abriendo el seguro y entrando. Pero cuando pulsa el contacto, no pasa nada. La veo entrecerrar los ojos, y lo intenta de nuevo, y después de la tercera vez, simplemente apoya la frente en el volante.
Es bueno que esté aquí.
Le doy la vuelta al capó y le abro la puerta. -Puedes volver conmigo-.
-Tengo esto, Calvin. Haré algunas llamadas.
-No, déjame encargarte y regresa conmigo. Ya iba de regreso. Mi última reunión acaba de terminar.
Bueno, eso es mentira. Se suponía que estaría aquí dos días más, pero los planes cambiaron.
En serio, gracias por la oferta, pero puedo llamar a Brooks. Él llamará a alguien y me remolcarán. Puedo pedirles que me lleven.
-Si piensas por un momento que te dejaré viajar durante cuatro horas desde aquí con un extraño conductor de grúa, has perdido la cabeza, ángel.
Miller se detiene justo detrás de ella.
-Ahora, súbete a mi maldito auto-.
Betzabeth me mira con los ojos entrecerrados y suspira. -De acuerdo, volveré contigo. Pero no pienso dejar mi ropa-.
Ella se dirige furiosa a la parte trasera de su camioneta, abre la escotilla y señala dos bolsas de plástico llenas de ropa.
-Tengo que llevarme estos también.-