-Haré que nos envíen nuestras cosas-, le informo a Miller al pasar junto a él, y él asiente. Una vez que todos estamos sentados, Miller arranca el auto y nos dirigimos a Bitterroot Valley.
Betzabeth parece decidida a mirar por la ventanilla del pasajero.
-Entonces cuéntame sobre esa ropa.-
Guarda silencio tanto tiempo que no creo que responda. Cuando suspira y se gira hacia mí, quiero acariciarle la mejilla con los nudillos.
Quiero jalarla hacia mi regazo y deleitarme con sus deliciosos y carnosos labios.
Quiero sentirla contra mí tan desesperadamente.
Pero no la toco porque a ella no le gustaría eso.
-Los compré en la tienda de segunda mano-, dice. No hay vergüenza en su tono, ninguna vacilación.
Pero estoy viendo rojo.
¿Por qué llevas ropa de segunda mano?
-Bueno, puedes pausar la evaluación. -Me señala con el dedo-. Para que sepas, en Big Sky viven o se quedan personas inmensamente ricas.
-Eso no es novedad para mí-.
-Claro que no.- Resopla y pone sus bonitos ojos en blanco, y siento que se me contraen los labios. Me encanta su lado atrevido. -También tiran la ropa que apenas usan y la donan a esa tienda, y me encanta. Mira.-
Antes de que pueda detenerla, se desabrocha el cinturón de seguridad y se da la vuelta en el asiento, lanzándose hacia atrás hacia las bolsas que tenemos detrás. Tiene el trasero en el aire, y mi corazón da un vuelco al sentir el miedo que lo atraviesa.
-Vuelve a ponerte el cinturón de seguridad, Betzabeth. -La rodeo con el brazo y miro a Miller por el espejo retrovisor, dejándole claro que más le vale no destrozar el auto y lastimarla.
El cabrón me sonríe.
-Betzabeth, no bromeo. Siéntate.
-Sé que está por aquí... ¡Ajá! Aquí está. -Se da la vuelta con varias prendas en las manos y se abrocha el cinturón-. Mira. Es una falda Dior, de mi talla, con la etiqueta todavía puesta. Costó más de dos mil dólares nueva. Mira la etiqueta. Mira.
Bajo la mirada, pero no respondo. Así es como se permite lucir como luce. Siempre arreglada, siempre elegante, como recién salida de una pasarela de París.
Ella deja la falda en su regazo y toma la otra prenda de ropa.
Esta es una blusa Louis Vuitton con la etiqueta todavía puesta. ¡Mil quinientos dólares! Es una locura. Es nueva o casi nueva, todo es de lujo, y solo pagué trescientos dólares porque Martha, la dueña, sabe que la donaré cuando termine de usarla. Es una ganga. Me encanta la ropa, pero no podría permitirme vestirme así normalmente. ¡Ah! ¿Te enseño?
Ella baja la mano para desabrocharlo de nuevo, pero cubro su mano con la mía sobre el clip y gruño.
-Te quedarás donde estás o te daré una paliza-.
-Eres una abusadora. -No hay mucho calor en su voz mientras me mira con los ojos entrecerrados-. Quería enseñarte el abrigo de Hermès que encontré. Es precioso y muy suave.
-Es julio-, le recuerdo.
-No siempre será julio -replica, señalando la ropa que aún tiene en las manos-. Solo necesito guardar esto.
Le quito las prendas y las tiro por encima del hombro hacia la parte de atrás.
-Si se manchan, te patearé en la espinilla-.
Levanto una ceja. -Si se manchan, te compro unos nuevos-.
Odio que lleve la ropa usada de alguien. Le compraré lo que quiera. ¡Rayos! La llevaré a París, a Nueva York, a donde quiera ir de compras hasta que tenga todo lo que pueda desear.
-No quiero nuevas-, responde como si le hablara a una niña que no entiende lo que dice su linda boquita. -Quiero esas. Además, hay tanto desperdicio en la industria de la moda. La moda rápida me vuelve loca. Claro, puedes conseguir una blusa bonita por dieciséis dólares en alguna web, pero después de lavarla dos veces, ya no vale la pena porque está deformada y encogida tres tallas. Así que la tiran, y luego compran otra, y todo eso va al vertedero. Sí, el lujo cuesta mucho dinero, pero los materiales son preciosos y están muy bien hechos. Claro, mi factura de la tintorería es más cara que algunas hipotecas, pero no me importa. Vale la pena-.
Ella se encoge de hombros y cruza los brazos sobre el pecho.
-Me alegra que lo preguntes, ¿verdad?-
Sé que te sorprende, pero me interesa saber más sobre estas cosas. Me gustaría saber más sobre ti.
-Cierto. -Suspira y mira por la ventana. No me cree.
Tengo una pregunta. ¿Qué pasó con esa mujer divertida, inteligente y amable con la que cené y compartí la mejor noche de mi vida el año pasado?
La observo fruncir los labios y entrecerrar los ojos. Sus mejillas se sonrojan y su respiración se acelera.
-¿Quieres saber dónde fue?- pregunta suavemente.
Le agarro la barbilla con los dedos y la obligo a mirarme. Hay una vulnerabilidad ahí, y me dan ganas de abrazarla.
-Sí, lo hago.-
-Esa chica ya no está disponible para ti. -Se gira en su asiento para mirarme, pero mira a Miller.
-No está aquí-, le digo y ella asiente.
No tuve ningún problema con una aventura de una noche con un hombre atractivo que conocí por casualidad y con el que pasé un buen rato. No hay nada de malo en ello. Fue divertido. Me hizo sentir bien. Sin daño, sin culpa. Claro, irme sin despedirme me hirió un poco, pero lo superé. Fue un bonito recuerdo para guardar y sacar de vez en cuando para admirar.
Ella se aclara la garganta y yo quiero follármela aquí mismo, en la parte trasera de este auto.
Pero resultó que no eras un desconocido, Calvin. Eres el hermano de mi mejor amiga. La misma mejor amiga que probablemente se case con mi hermano. Así que no es que pueda evitarte. Estás en todas partes. ¿Londres? Ahí estás. Mi tienda, los recitales de Birdie, incluso la casa donde crecí, estás ahí. Y podría comportarme como un adulto al respecto. Podría quitármelo de encima y reírme. ¡Qué coincidencia! ¡Qué pequeño es el mundo! Pero cuando estás cerca, quieres ponerme tus estúpidas manos mágicas por todo el cuerpo y besarme hasta que no pueda pensar con claridad.
Está despotricando. Las palabras le salen a borbotones, y no tengo intención de detenerla porque necesito saber todo lo que dice.
Debería haber preguntado hace mucho tiempo.
Quieres ponerme las manos encima y hacerme perder la cabeza, pero ya está. Luego te alejas como si fuera una desconocida, y eres tan fría como la mierda. Ni siquiera tengo tu número de teléfono. Ni siquiera sé dónde vives. La verdad es que no sé nada de ti, salvo que diriges un imperio y eres el hermano de una de las personas más dulces del mundo. Eso es todo. Así que no fue un rollo casual y divertido, y luego puedo seguir con mi vida. Y valgo más que los cinco minutos de placer que estás dispuesta a darme cada vez que estamos en la misma habitación. Los orgasmos no son suficientes, Calvin.
Ella niega con la cabeza y vuelve a mirar hacia afuera.
-Soy adulta-, murmura. -Puedo ser cívica-.
-¿Qué fue eso?-
-Nada.-
-Betzabeth, lo siento. Tienes razón, he sido un idiota y no debería haberte tratado así. Me atraes muchísimo, ¿no?
-Sabes, no quiero ni oírlo. -Vuelve a negar con la cabeza, con voz cansada-. Merezco más respeto del que me has estado dando. Eso es lo que intento decir.
Me paso la mano por el pelo y suelto un suspiro.
Ella tiene toda la razón.
-Voy a echarme una siesta.- Se apoya en la puerta y cierra los ojos, y yo aprovecho ese momento para observarla.
Betzabeth Blackwell es la mujer más hermosa que he visto. No me di cuenta de que era amiga de Skyla esa noche cuando la invité a cenar y luego a mi habitación. Cuando descubrí que era una de las amigas de las que Skyla había hablado, me quedé atónito.
No pensé que la volvería a ver, y allí estaba, parada frente a mí. Y no pude evitarlo.
Parece que nunca puedo ayudarme a mí mismo cuando se trata de ella.
Si está cerca, quiero tenerla en mis manos. Quiero consumirla.
Quiero reclamarla.
Pero soy una mierda cuando se trata de relaciones, y esta mujer es casi quince años más joven que yo.
No funcionaría
Aún así no puedo alejarme de ella.
Su respiración se ha normalizado y noto que Miller me mira en el espejo.
-Ella es buena para ti, jefe-, dice.
La miro de nuevo. Tiene la cabeza muy torcida, y así le dolería el cuello, así que le desabrocho el cinturón y la deslizo por el asiento hasta que está a mi lado.
Ella abre los ojos, pero todavía está inconsciente.
-¿Qué estás haciendo?-
-Aguanta -digo suavemente, asegurándola con el otro cinturón y acercándola a mí-. Te tengo, ángel. Duerme.
Tiene tanto sueño que no se resiste. Me rodea la cintura con un brazo, acurruca su cara en mi pecho y se vuelve a dormir enseguida.
He pasado las últimas cuatro horas abrazándola, respirándola. Durmió todo el resto del viaje como si estuviera agotada. Recuerdo que me dijo antes que no dormía bien. Iba a conducir cuatro horas, pero estaba claramente demasiado cansada para eso, lo que me enfureció irracionalmente.
Ojalá supiera por qué no duerme por las noches. ¿Tiene pesadillas? Y si es así, ¿de qué se tratan? ¿O es que su mente está demasiado ocupada para calmarse?
Quiero saberlo todo
Pero no tengo ningún derecho.
Porque aunque la abracé y me dejé acariciar su suave piel con los dedos, también decidí que después de esto no volvería a tocar a Betzabeth. Tiene razón en que nuestras familias están conectadas ahora, así que tendré que verla de vez en cuando, pero no la buscaré. No la apartaré para robarle un momento.
Yo no seré ese tipo.
Siento un gran respeto por esta mujer increíble y trabajadora. Se merece todo lo que desea, incluyendo un hombre que sepa abrirse a una mujer fuera de la habitación.
Miller se detiene frente a su pequeña casa en Bitterroot Valley y le doy un beso en la cabeza.
Despierta, ángel. Estás en casa.
Se mueve, bosteza y luego se incorpora y se estira. La tela de su vestido le aprieta los pechos.
Joderme.
-¡Vaya! ¿Dormí todo ese tiempo?-
-Sí, sí. -Le desabrocho el cinturón, luego el mío, y salgo del auto para no abrazarla ni acercarla. ¿Cómo es posible que haya pasado toda la tarde abrazándola y aún quiera más?
Ella sale del auto y camina hasta la puerta para abrirla.
Solo una llave. Sin teclado. Sin alarma. Sin cámaras.
Ella debería estar en una casa más segura.
-Los traeré yo-, dice ella mientras Miller saca las bolsas de la parte trasera de la camioneta.
-No, señorita, ya los tengo. Los pondré aquí dentro.
Ella asiente. Nunca he visto su casa por dentro, y siento envidia de mi propio guardaespaldas cuando entra a dejar las bolsas.
-Gracias por traerme-, le dice a Miller, ofreciéndole una sonrisa cuando sale por la puerta.
-Es un placer-, responde asintiendo y pasa junto a mí hacia el vehículo, donde me esperará.
-Ya envié mensajes para que remolquen tu auto -le informo-. Debería estar en el taller de Brooks a primera hora de la mañana.
-Oh, solo dime cuánto te debo por el remolque. -Se muerde el labio y yo niego con la cabeza.
-No me debes nada.-
-Puedo pagar la grúa, Calvin.-
-Dije que no. -Suspiro y me subo las gafas por la nariz. ¡Dios mío, me encanta su boca atrevida, pero también echo de menos ese lado dulce de aquella primera noche! Ojalá me sonriera. Cuando sonreía, reía, jadeaba, gemía, iluminaba mi mundo.
Pero ella no sonríe. Está frunciendo el ceño.