Entró en la habitación, sus ojos recorriendo los lienzos. Tomó un pequeño boceto a carboncillo enmarcado del escritorio de Sofía. Era un dibujo de la madre de Sofía, que había fallecido hacía dos años. Era lo más preciado que Sofía poseía.
-¿Es tu mamá? -preguntó Regina, su tono despectivo-. No era muy bonita, ¿verdad?
Una furia fría, aguda y pura, recorrió a Sofía.
-Suéltalo, Regina.
Regina se rio, un sonido agudo y burlón.
-Oh, ¿esto es especial? Parece algo que dibujaría un niño.
Hizo un espectáculo de examinarlo, su pulgar frotando cruelmente contra el carboncillo. De repente, con un movimiento de muñeca, rompió el delicado marco de madera. El cristal se hizo añicos, esparciéndose por el suelo.
-Ups -dijo Regina, sus ojos muy abiertos con falsa inocencia-. Qué torpe de mi parte.
El sonido del marco rompiéndose fue como un disparo en la habitación silenciosa. Por un segundo, Sofía no pudo respirar. Su sangre se heló, luego hirvió.
Se abalanzó hacia adelante, agarrando el brazo de Regina.
-¿Qué hiciste?
Regina se zafó, su expresión se volvió fea.
-De todos modos, era una porquería. Haré que Damián te compre cien de ellos. -Abrió su bolso y sacó un fajo de billetes, arrojándolo al suelo-. Toma. ¿Es suficiente para arreglar tu dibujito?
La vista del dinero, del rostro burlón de Regina, rompió algo dentro de Sofía. Estaba harta de ser la víctima. Harta de estar en silencio.
Empujó a Regina, con fuerza.
-Lárgate de mi casa.
Justo en ese momento, unos pasos resonaron subiendo las escaleras. Damián.
Los ojos de Regina se dirigieron hacia la puerta. Un destello de astucia cruzó su rostro. Retrocedió tambaleándose, golpeando deliberadamente su brazo contra la esquina afilada de un caballete de metal. Soltó un grito de dolor, agarrándose el brazo mientras una línea roja de sangre brotaba.
Damián irrumpió en la habitación. Vio el marco destrozado en el suelo, el dinero esparcido y a Regina llorando, agarrándose el brazo sangrante.
-¡Me atacó, Damián! -sollozó Regina, señalando a Sofía con un dedo tembloroso-. ¡Solo intentaba hablar con ella y se volvió loca!
La mirada de Damián, negra de furia, se posó en Sofía. No preguntó qué pasó. No esperó una explicación. Corrió al lado de Regina, acunándola en sus brazos.
-¿Estás bien? -murmuró, su voz teñida de una preocupación que nunca, jamás, le había mostrado a Sofía.
Miró a Sofía por encima del hombro de Regina, sus ojos como esquirlas de hielo.
-¿Has perdido la cabeza? Mira lo que hiciste.
-Ella lo rompió -dijo Sofía, su voz temblorosa-. Rompió la foto de mi madre.
-Es un objeto, Sofía -espetó Damián, su voz goteando desprecio-. Lastimaste a una persona por un objeto. Nunca supe que pudieras ser tan despiadada. ¿Qué pasó con tu educación?
Por encima del hombro de Damián, Sofía vio el rostro de Regina. Las lágrimas habían desaparecido. En su lugar había una sonrisa de puro y venenoso triunfo.
Esa sonrisa destrozó lo último que quedaba de la compostura de Sofía.
-¿Le crees a ella? -la voz de Sofía se elevó, quebrándose de angustia y rabia-. Después de todo, ¿le crees a ella en lugar de a mí? ¡Damián, mírame! ¡Solo una vez, mírame y dime que me ves!
Su súplica quedó suspendida en el aire, desesperada y cruda.
Damián no respondió. Abrazó a Regina con más fuerza, le dio la espalda a Sofía y se llevó a la mujer sollozante fuera de la habitación.
-Te llevaré al doctor -dijo, su voz un bálsamo calmante destinado solo a los oídos de Regina.
Las palabras que no había terminado, las preguntas, las súplicas, murieron en su garganta. Se había ido. Había hecho su elección.
Sofía cerró los ojos, una única y fría lágrima trazando un camino por su mejilla. No era una lágrima de tristeza. Era una lágrima de finalidad.
Se dejó caer al suelo, su cuerpo temblando.
[Notificación de Vínculo Mental: Damián se encuentra en un estado de conflicto emocional extremo. Su partida con Regina es un intento desesperado por recuperar el control de una situación que tú intensificaste. Secretamente espera que te des cuenta de la gravedad de tus acciones y le ruegues perdón.]
Sofía miró las palabras, una risa seca y entrecortada escapando de sus labios. Era tan perfecta, predecible y psicopáticamente Damián. Él orquestó todo el doloroso drama, y cuando ella finalmente se rompió, seguía siendo su culpa.
Lenta y cuidadosamente, recogió los pedazos del marco roto y el precioso y dañado dibujo de su madre. Lo arreglaría. Se arreglaría a sí misma. Y dejaría esta casa de los horrores para siempre.